BILBAO. Subaru ha dado un par de vueltas al proyecto Outback. La competente berlina familiar sale del trance con mejoras cosméticas y progresos técnicos. Ni unas ni otros transforman sustancialmente a este peculiar y minoritario modelo aún por descubrir. Solo una pequeña parte del público, más interesada en las cualidades técnicas que en los criterios estéticos imperantes, es consciente del auténtico valor de este producto. Sobreponiéndose a un diseño discutible, el Outback se ha convertido en el cómplice perfecto de familias activas. Fiel a la tracción integral, se ofrece con mecánicas diésel y gasolina, de 150 y 173 CV respectivamente, ahora asociadas también a transmisión manual. Su tarifa comienza en 30.700 euros.
Los Subaru son productos difíciles de catalogar. El pequeño constructor japonés, pequeño al menos en comparación con las colosales proporciones de algunos compatriotas, siempre ha discurrido a su ritmo y por vías poco transitadas. El Outback es un buen ejemplo de ello. Este veterano modelo (la primera remesa salió a la venta en 1995) presentó su candidatura mucho antes de que alguien inventase el término crossover.
Sin saberlo, Subaru llevaba bastantes años fabricándolos. Nunca reclamó la paternidad ni se preocupó de sacar partido a su clarividencia. Esa anticipación no era más que la consecuencia natural de un sistema de diseño y fabricación de automóviles en el que siempre ha pesado más la opinión de los ingenieros que la de los expertos en marketing. Con el tiempo, a la firma oriental no le ha quedado más remedio que transigir e ir refinando su recetario para sobrevivir, pero con contadas concesiones a la galería.
Es por eso que el Outback presenta una tenue evolución que maquilla el continente, redecora el interior y reafirma su apuesta tecnológica. En el aspecto visual, la remesa recién llegada a los escaparates de los concesionarios no luce grandes modificaciones. Incorpora una parrilla y una defensa frontal algo diferentes, al tiempo que reordena el cuadro de instrumentos y la posición de algunos controles (el botón del freno de estacionamiento, por ejemplo). El modelo mantiene similares proporciones -mide 4,79 metros de largo, 1,82 ancho, 1,61 de alto y 2,74 entre ejes-, con lo que habilita una cabina lo bastante desahogada como para que viajen en ella cuatro o cinco adultos; tiene 525 litros de maletero.
Subaru propone tres calidades de equipamiento y dos motorizaciones: una turbodiésel 2.0 de 150 caballos y otra de gasolina 2,5i con 173 que pueden ir asociadas a transmisión manual y, a partir de ahora, también automática. La terminación básica (Sport), asociada únicamente al propulsor diésel y la caja de cambios manual, sale de la línea de montaje provista de unas correctas dotaciones: seis airbags, llantas de aleación de 17 pulgadas, programador de velocidad, retrovisores con plegado eléctrico, climatizador de control doble, faros con encendido automático, cámara de visión trasera y ajustes eléctricos para el asiento del conductor. El siguiente acabado (Executive) agrega proyectores de xenón, tapicería de cuero y asientos delanteros con calefacción y memoria de posición. La puesta en escena más refinada (Executive Plus) disfruta también de acceso y arranque sin llave, techo solar eléctrico y sistema de navegación.
Dependiendo de la definición y de la configuración de motor y transmisión que se elijan la tarifa del Outback oscila entre 30.700 y 39.000 euros. Puede parecer un precio alto pero, si se valoran las dotaciones y se compara con lo que reclaman los familiares Premium de cuatro ruedas motrices, la opción de Subaru gana enteros.