Un mandato divino, mesiánico, la voz de Dios, envió a Juana de Arco a la guerra de los Cien Años para liberar Orleans de la ocupación inglesa. Levantado el asedio, la heroína francesa logró abrir la vía hacia Reims, donde Carlos VII se hizo coronar rey de Francia. Apenas tenia 17 años la libertadora francesa cuando fue capturada en mayo de 1430.
En diciembre del mismo año, fue trasladada a Rouen, bajo dominio inglés, por orden de la Iglesia. La Doncella de Orleans fue juzgada y condenada a muerte por herejía. En el siglo XV no se permitía a las mujeres vestirse como hombres.
En 1431 fue quemada viva en la hoguera de la plaza del mercado viejo de Rouen. Carlos VII aprovechó el impulso de su heroica imagen para recuperar el trono de Francia.
Convertida en mártir, Juana de Arco se instaló para siempre en el imaginario colectivo, declarada símbolo nacional francés por Napoleón. Más tarde fue santificada. El sacrificio de la joven guerrera, de origen campesino, alimentó la reconquista de los franceses, al fin victoriosos en la guerra de los Cien Años.
El Tour lleva levantado en armas desde 1903, año de su creación. Es una guerra inacabable. Cada julio presenta una batalla feroz y descarnada.
En la Grande Boucle reinó cinco veces Jacques Anquetil, que como Juana de Arco, murió en Rouen. Anquetil era el icono de la elegancia en bicicleta, la clase dibujando su pedaleo perfecto, la pose ideal de la alta aristocracia.
La proporción áurea de sus pedaladas modelaron el arte de andar en bici de otros grandes campeones que emulaban aquellos círculos perfectos, fluidos, una obra de ingeniería mecánica.
Anquetil era el rostro sereno del galán de cine, el semblante inalterable, ajeno al dolor, al sufrimiento, a la queja, a la lágrima y a cualquier refriega del alma que se colara en el rostro.
Tadej Pogacar también es rubio y en lugar de tupé prefiere los mechones rebeldes que sobresalen de su casco a modo de aletas de tiburón blanco.
Como Anquetil, el esloveno tampoco gesticula, como si el esfuerzo no le alcanzara, como si su organismo fuera refractario al esfuerzo. Solo en la cota de Saint Hilaire apretó los dientes para hacer presa.
Lanzó su primera dentellada en una subida de apenas un kilómetro que concentró las fuerzas telúricas del Tour. El campeón del Mundo tasó a Jonas Vingegaard con una aceleración demencial.
El danés, torturado al extremo, supo resistir esa sacudida que les unió en los confines del dolor, en el punto de quebranto, a un dedo del abismo o tal vez en él. Pogacar logró cinco metros que Vingegaard pudo cauterizar en un esfuerzo agonístico que le emparejó al final de la cota.
Estaban a solas. En su ecosistema. Dos hombres y un destino. Cuando Pogacar se sentó, Vingegaard, que estaba en el alambre, pudo equilibrarse.
La victoria número 100
Tras el estallido, nada quedó. El Tour es un baile agarrado. A veces un swing, otras; un tango. Siempre una locura de dos ciclistas que se retroalimentan, que se retan sin desmayo. Serenados ambos, llegaron por detrás Van der Poel, Evenepol y los alfiles del esloveno, Almeida, y el danés, Jorgenson, además de Onley y Grégoire al salón de baile por la victoria.
Danzad malditos. Trepidante el final, volcánico, un thriller frenético, Pogacar, sublime, extendió el arcoíris en Rouen para celebrar su victoria número 100 desde que irrumpió como un fenómeno inexplicable en el ciclismo.
El campeón del Mundo sentó a Van der Poel, derruido por el esfuerzo, y sometió a Vingegaard, que no pudo con el reprís del incontenible esloveno, que contó su 18ª laurel en el Tour. Lo suyo es un viaje lisérgico. Nada humano le derrota.
En el Dauphiné, Pogacar renunció a conquistar su triunfo número 100 para celebrarlo en el Tour, el más rutilante escaparates. El chico de las piernas de oro lucía en Rouen en todo su esplendor después de ofrecer lo mejor de su inagotable repertorio. Deseaba vencer con el arcoíris en el Tour y lo consiguió. Por eso lo celebró y lo bramó con rabia.
Su eco quedará para siempre. Nada se le resiste al esloveno, segundo en la general, igualado a tiempo con Van der Poel, todavía de amarillo y con una renta de 8 segundos respecto a Vingegaard merced a las bonificaciones. Pogacar es una fiesta como lo era Anquetil, al que persigue en coronas en el Tour.
El francés, escultural su pose, hierática, era la eficiencia y la matemática. El cálculo a modo de credo. Anquetil era un bon vivant que entroncaba con los placeres de la Costa Azul, con el paladar del vino de sus viñedos, con las ostras que degustaba en carrera y con los veranos disolutos Sostenía que la épica y el derroche eran vulgares.
Tour de Francia
Cuarta etapa
1. Tadej Pogacar (UAE) 3h50:29
2. M. Van der Poel (Alpencin) m.t.
3. Jonas Vingegaard (Visma) m.t.
4. Oscar Onley (Picnic) m.t.
5. Romain Grégoire (Groupama) m.t.
6. Joao Almeida (UAE) m.t.
7. Remco Evenepoel (Soudal) a 3’’
8. Matteo Jorgenson (Visma) m.t.
21. Alex Aranburu (Cofidis) a 38’’
52. Ion Izagirre (Cofidis) a 2:34
General
1. M. Van der Poel (Alpencin) 16h46:06
2. Tadej Pogacar (UAE) m.t.
3. Jonas Vingegaard (Visma) a 8’’
4.Matteo Jorgenson (Visma) a 18’’
5. Kévin Vauquelin (Arkéa) a 26’’
6. Enric Mas (Movistar) a 48’’
7. Oscar Onley (Picnic) a 55’’
8. Joao Almeida (UAE) m.t.
34. Alex Aranburu (Cofidis) a 4:06
60. Ion Izagirre (Cofidis) a 10:07
El ciclista del tupé rubio dominó una era sin despeinarse. Fue el primer gran emperador de Francia. El pionero en entronizarse cinco veces.
Extendió su supremacía entre 1957 y 1964, donde rivalizó con Gaul, Bahamontes y Poulidor, su némesis, el epítome de la lucha, la épica y el esfuerzo. El nieto de Poupou, Mathieu van der Poel, llegaba de líder a Rouen y en la ciudad donde falleció Anquetil posó de amarillo. Raymond nunca vistió de ese color.
Antoine Blondin, escritor y cronista del Tour, dijo que “que más que faltarle a Poulidor la gloria del Tour es al maillot amarillo al que le falta la gloria de Poulidor”. En la biografía del Tour se agolpan héroes y villanos, el drama y la gloria. La carrera de las carreras enlazaba con la historia en Rouen, el corazón crepitante de Normandía.
Una fuga condenada
Antes de los fuegos artificiales que hipnotizan, la fuga conectó al renacido Lenny Martinez, retorcido y pálido en la jornada inaugural, en la que era incapaz de encolarse al pelotón; Asgreen, un estupendo rodador, Abrahamsen, otro gran caballo de tiro, y Gachignard, que en sus años mozos jugó al rugby antes de ser ciclista. Forzudo de joven, a los 18 años tomó el manillar para adentrarse en el ciclismo y su corpachón dejo de serlo.
El cuarteto se movía bajo los parámetros de Asgreen, un gigante de 1,93 metros, y Abrahamsen, otro forzudo de 1,83 metros. Lenny Martinez, armazón de colibrí, se posaba en los relevos como los pajarillos que viajan sobre las grupas de los rinocerontes.
La huella la dejaban el danés y el noruego. Se asemejaban a un cuarteto de cuerda caprichoso. Los violonchelos para Asgreen y Abrahamsen, la viola para Gachignard y el violín para Lenny Martinez, que lo pinzaba cuando podía.
Su melodía, laboriosa, no perturbó a la gran orquesta, donde aguardaba la actuación de los mejores solistas. El escenario tenía el aspecto de las clásicas, con esa electricidad única que se concentra en los finales intrépidos en una sucesión de muros. El primero homenajeaba a Monsieur Crono. La fuga aún se alzaba orgullosa en al cota Jacques Anquetil. Martinez aleteaba en Belbeufa.
Los costaleros de Pogacar, a relevos, metieron el turbo. Enfilaron el pelotón, una bola de fuego que atravesó los muros de Bonsecours y Grand Mare a la espera de tumbar de otro cañonazo el de Saint Hilaire, donde la tropa de Vingegaard elevó los decibelios en un trazado que era una yincana de puro estrés. Una olla a presión que descartaba ciclistas a modos de las cuentas de un rosario.
Pogacar, Vingegaard, Evenepoel y Van der Poel compartían cordada e intenciones. Almeida fue el acelerante. Lanzó a Pogacar, un cohete. Solo un Vingegaard en su mejor versión pudo soportar su sacudida salvaje, de bestia desatada. Cada cuesta con rampas torvas, hoscas y pendencieras es un Tour. De allí salió un remate inconmensurable. Cien veces Pogacar.