La imagen, titulada Lunch atop a skyscraper o Almuerzo en lo alto de un rascacielos, en su traducción al castellano, no solo llama la atención por su fuerza visual y su anacronismo -hoy en día sería imposible captarla, al considerarse casi suicida-, sino también por su gran carga simbólica. En plena época de la Gran Depresión, se utilizó como una representación del renacimiento de Estados Unidos y del mundo entero.

Antes de entrar en harina hay que aclarar que el edificio donde se encontraban estos once trabajadores no es, como algunos podrían pensar, el famoso Empire State Building, sino el 30 Rockefeller Plaza, un rascacielos que forma la pieza central del Rockefeller Center en la sección Midtown Manhattan de Nueva York. Fue conocido como RCA Building entre 1933 y 1988, y como GE Building entre 1988 y 2015. A partir de 2015, se le renombró como Comcast Building.

El Comcast Building, de estilo art decó, se terminó de construir en 1933, apenas unos meses después de tomarse la instantánea. Tiene una altitud de doscientos sesenta metros, setenta pisos y sesenta ascensores. En su momento fue uno de los edificios más altos de Nueva York, y en la actualidad ocupa el puesto vigésimo veintiocho. La Torre World Trump, perteneciente al expresidente de los Estados Unidos Donald Trump, le supera por apenas dos metros.

El antiguo RCA Building es famoso por ser la sede central de la cadena de televisión National Broadcasting Corporation (NBC) y de la Corporación de Radio Americana (RCA). En su interior se han grabado muchos programas de televisión. Su ubicación, en el número 30 de la Rockefeller Plaza, dio nombre a la famosa sitcom televisiva, 30 Rock, conocida aquí como Rockefeller Plaza.

El fotógrafo Charles Clyde Ebbets es el posible autor.

Así se hizo

La fotografía Almuerzo en lo alto de un rascacielos fue tomada el 20 de septiembre de 1932 en el piso 69 y publicada en el periódico New York Herald Tribune el 2 de octubre de ese mismo año.

La imagen no tiene ningún tipo de truco ni efecto especial. Las personas que se ven están realmente sentadas en la viga colgados a gran altura y sin ningún tipo de protección. Es una de las razones por las que impacta hoy en día. Lo que no muestra la instantánea es lo que hay justo debajo de la viga. Teniendo en cuenta la gran cantidad de fotografías de la época con una puesta en escena similar, y la tranquilidad que demuestran los trabajadores, algunos expertos creen que debajo de sus pies podía haber un suelo terminado que amortiguaría una posible caída. Pero no se puede demostrar.

La imagen no es espontánea, es una fotografía publicitaria que se tomó para promocionar el edificio que estaban construyendo. Pero eso no le quita ningún mérito a la captura. Los hombres que aparecen son trabajadores reales de la obra. Ningún actor o modelo podría haber mostrado esa naturalidad y despreocupación mientras están sentados en una viga suspendidos a semejante altura. Eran operarios experimentados que llevaban años levantando el edificio, ya casi terminado en esos momentos.

Aunque muchos obreros aseguraron que eran los de la fotografía, solo se ha podido demostrar la identidad de tres de ellos, dos inmigrantes irlandeses, a los que se identificó porque se encontraron otras instantáneas tomadas ese mismo día en donde sí aparecían sus nombres, y un inmigrante eslovaco. En 1932, este trabajador centroeuropeo envió una carta a su esposa, con la fotografía incluida, donde le decía: "No te preocupes querida Mariška, como puedes ver aún tengo la botella". Es el único obrero que tiene una botella en la mano.

El Museo Nacional Indio Americano también asegura haber reconocido a tres nativos americanos en la instantánea. Pero se basa en testimonios de sus descendientes y no hay pruebas concluyentes.

Más de cuarenta mil jornaleros trabajaron en la construcción del Comcast Building y otros rascacielos de la Rockefeller Plaza. Probablemente, las empresas que contrataban a los trabajadores no conocían la identidad de ninguno de ellos. Los grandes rascacielos de Nueva York, construidos en los años veinte y treinta del siglo pasado, se levantaron por inmigrantes que cobraban una miseria por un trabajo muy peligroso y sin apenas seguridad. Aunque no hay cifras oficiales, porque se ocultaban, los accidentes mortales eran muy frecuentes.

Sin el original

La placa de vidrio original de Almuerzo en lo alto de un rascacielos se rompió en varios trozos. Por suerte, antes de que eso ocurriera se crearon varias copias de alta calidad, que son las que se utilizan en las reproducciones. Durante décadas estuvo almacenada en el archivo Bettmann, que formaba parte a su vez del archivo Acme News Pictures, hasta que en 1995 la adquirió la agencia Corbis. La placa, junto con millones de fotos, documentos antiguos y otros materiales valiosos del archivo Corbis, se guardaba en una cueva de seguridad en el interior de la Montaña de Hierro, en Pensilvania, donde se conservaban a una temperatura constante.

Del inmenso material que atesora Corbis, Almuerzo en lo alto de un rascacielos es la fotografía más vendida a lo largo de toda su historia. Mientras la tuvo en su poder -desde 2016 todo el archivo pertenece a Visual China Group (VCG)-, vendió una media de cien copias al mes durante más de diez años. A día de hoy, Corbis la sigue calificando como una fotografía anónima con respecto a su autor. El motivo que alega es que existen más imágenes de ese mismo día con los mismos trabajadores en distintas poses y tomadas por otras agencias.

Y es que, a pesar de ser una de las instantáneas más conocidas de la historia, y también una de la que más dinero ha generado, no se sabe a ciencia cierta quién fue su artífice.

El New York Herald Tribune no firmó la fotografía, ni mucho menos documentó la identidad de los obreros que aparecen en la misma. En los años 30 del siglo pasado los fotógrafos de los periódicos no tenían ningún tipo de reconocimiento. Eran simples trabajadores anónimos que se encargaban de hacer fotografías para complementar la noticia, pero no se les daba ningún valor. Solo algunos a sueldo veían su nombre junto a sus trabajos, algo que no ocurría con los que enviaban las agencias de noticias, como es el caso que nos ocupa.

En 2003, la familia de Charles Clyde Ebbets, fallecido en 1978, aportó múltiples evidencias para demostrar que su pariente fue el autor de la fotografía. Entre las pruebas proporcionadas destacan, entre otras, una carcasa original de placas de vidrio empleadas aquel día en la viga adyacente a los jornaleros, copias del artículo original de 1932 mostrando la fotografía y recibos.

Todos estos documentos han sido verificados por abogados de la propiedad intelectual, investigadores y detectives privados. Tampoco ningún fotógrafo ha reclamado la autoría de la imagen. No se puede confirmar al cien por cien que la instantánea sea suya, pero parece lo más probable.

Ebbets trabajó en los periódicos más importantes de Estados Unidos, incluyendo The New York Times.