Cuando se piensa en Rumanía viene a la mente la seductora imagen de las iglesias y monasterios de Bucovina en la vertiente oriental de los Cárpatos, con sus abigarrados frescos que cuentan desde escenas bíblicas en la más pura tradición ortodoxa, hasta el asedio de Constantinopla en el siglo XV, que por su inigualable belleza y también para ayudar a su conservación, han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad. Compiten en esplendor las iglesias de madera, con tejados de tablillas y ajados campanarios de estilo gótico, y sus exquisitos interiores con frescos de temática bíblica, granjas con puertas delicadamente labradas y las infantiles lápidas de madera pintada del cementerio de Sapanta en Maramures, la que para muchos es la región más bella del país, donde sobrevive la última cultura campesina de Europa.

Se piensa en Rumanía y naturalmente aparecen algunas de sus ciudades más destacadas, como la original Sibiu, con sus dos zonas bien diferenciadas, con sus tres catedrales, una para cada culto, sus calles y fachadas de colores desvaídos, desconchones y patios empedrados, y sobre todo con sus tejados que te miran... Sí, te miran desde unas ventanas en las mansardas y buhardillas que parecen ojos con sus cejas, sus visillos blancos y la pupila dilatada en el centro.

No muy lejos está Brasov, enmarcada por montañas y densos bosques, una de las ciudades más bonitas y más turísticas del país, con un casco histórico medieval cuajado de casas de colores que desemboca en la siempre animada plaza Sfatului. Más al norte está Timisoara, que algunos llaman la Barcelona rumana por su competencia con la capital y por su riqueza industrial. Aquí comenzó la revuelta contra Ceaucescu en la Navidad de 1989 y en las escaleras de la catedral todavía se pueden ver los rastros de sangre (tal vez reforzados con algo de pintura) de las primeras víctimas de la represión.

Bucarest y Drácula

Pero cuando se habla de Rumanía es imprescindible referirse a su capital, Bucarest, que para muchos no tiene demasiado encanto, pese a su aire parisino, en el que no faltan ni el Arco del Triunfo ni los grandes bulevares. Pero Bucarest ha cambiado mucho en los últimos años y ahora es una ciudad muy vital, llena de gente joven, con grandes edificios y todas las tiendas de grandes marcas. Es inevitable hablar de su mastodóntico Palacio del Pueblo, construido por el dictador ?al que muchos todavía añoran en el país? con sus 1.100 habitaciones, sus lámparas de cristal de Bohemia de hasta diez metros de altura y sus alfombras de ocho centímetros de grosor. Es el edificio más grande del mundo después del Pentágono de Washington.

Y, claro, pensar en Rumanía es evocar Transilvania, con sus pintorescas ciudades como Cluj-Napoca, la segunda mayor del país, que ahora cuenta con cafés bohemios, restaurantes, festivales musicales, clubes nocturnos y bares, además de ser el centro de arte contemporáneo del país; o Sighisoara, una ciudad medieval con mucho encanto en la que destacan la soberbia Torre del Reloj y sus murallas, pero cuyo mérito principal es que aquí se dice que nació Vlad Tepes el Empalador, noble del siglo XV famoso por sus crueldades que recibió el apelativo de Drácula, literalmente hijo de Dracul, o del Dragón, título de su padre.

Y ya que estamos en ello, naturalmente en Rumanía hay que hablar, aunque a algunos no les guste, de Drácula; pero, ¿qué Drácula? Porque el más conocido es el que creó Bram Stoker, un mediocre escritor irlandés que nunca salió de su país y, naturalmente, no pisó Rumanía, pero aprovechó el nombre de Vlad Tepes y su fama terrorífica para bautizar a su nuevo monstruo. La obra fue bastante aplaudida en su época: Oscar Wilde dijo de ella que era la obra de terror mejor escrita de todos los tiempos, y también “la novela más hermosa jamás escrita”.

Aunque mencionar a Drácula estuvo prohibido en tiempos de Ceaucescu, todavía hoy encuentra defensores y las críticas hay que hacerlas en voz baja. Al fin y al cabo ?te recuerdan? él libró al país de los otomanos (de los que aprendió cuando estuvo preso, como rehén para garantizar los acuerdos de paz de su padre, la sofisticada fórmula del empalamiento, porque su maestro, el sultán de entonces, Ibrahim I, no se quedaba corto en crueldad, y creyendo que una de las mujeres de su harén le engañaba, ordenó que todas fueras ahogadas, en total 280). Y aunque sus métodos eran brutales, no lo eran más que los que utilizaban los grandes poderosos de aquellos tiempos, y estamos hablando de hace más de 600 años, como Iván el Terrible, María I de Inglaterra, apodada Bloody Mary y no porque le gustase el vodka, sino la sangre, y tantos otros.

Ahí están, por ejemplo, las torturas que la Santa Inquisición aplicaba a personas cuyo delito era no opinar igual que ellos en cuestiones de religión, y también otras crueldades que se han llevado por delante a millones de personas en tiempos recientes por parte de Hitler, Stalin, Mao, Idi Amin o Pol Pot.

Como tantas falsedades en torno a Drácula ?algunos de los castillos en los que presuntamente habitó fueron construidos décadas después de su muerte? el equívoco del Drácula vampiro y del empalador sigue vigente, y ampliado por las más de 200 películas que se han hecho sobre el personaje de Stoker, pero en realidad este era un angelito comparado con aquel. Al fin y al cabo, siempre es preferible que te chupen el cuello a que te metan una estaca por el ano hasta que aparezca por la garganta...

La otra Rumanía

Pero una vez superadas las imágenes más evidentes de Rumanía hay que hablar de otros lugares mucho menos conocidos y que todavía hoy son un gran secreto del país, y sin duda, el principal es el Delta del Danubio. Es la tierra más nueva de Rumanía, una tierra intacta de belleza, naturaleza y desierto, aunque su origen es remoto, ya que comenzó a formarse hace aproximadamente 6.000 años en una de las orillas del Mar Negro, cuando una barrera de arena bloqueó la bahía del Danubio. Con el tiempo, la bahía se llenó de sedimentos y el Delta comenzó a avanzar hacia el mar.

Las aguas del Danubio son marrones y grises, según la calidad del barro que arrastra, y que ha recibido de los más de 300 afluentes durante su recorrido. Lo del Danubio azul que inspiró a Johann Strauss seguramente nunca existió. Un mito o una leyenda urbana lo atribuye, curiosamente, al gusto del músico por la bebida. Hay un dicho en Viena, ponerse azul, aplicable a quienes se exceden al beber, del mismo modo que en España se dice ponerse morado a comer mucho. Tal vez el genio se había pasado celebrando su vals y lo vio todo azul.

En todo caso, esas aguas marrones, además de barro y trozos de madera, también arrastran plásticos, latas, residuos industriales y todo tipo de desechos (hasta 1.500 toneladas cada año) que ciertos incívicos habitantes de los países que atraviesa arrojan al gran río.

Pero el color de las aguas y los náufragos que a veces navegan por ellas no resta belleza al Delta, el más grande y mejor conservado de Europa, compuesto por una intrincada red de vías fluviales y lagos divididos entre los tres canales principales del estuario del Danubio. Esta área de islas de juncos flotantes, bosques, pastizales y dunas de arena, cubre 580.000 hectáreas y es el hogar de una fascinante mezcla de culturas y personas, así como de una gran variedad de vida silvestre, que incluye más de 300 especies de aves y 160 de peces de agua dulce en sus numerosos lagos y marismas.

En la extensa área viven unas 20.000 personas, de las que casi el 75% lo hace en aldeas remotas, lo que da una densidad promedio de aproximadamente dos habitantes por kilómetro cuadrado. Curiosamente, el Delta crece cada año a razón de unos 67 millones de toneladas de aluvión, y también cada año aumenta el espacio de áreas prohibidas para los turistas, de modo que más del 50% de la Reserva de la Biosfera está intacta.

Dónde comienza

Situada en la punta de los tres canales, Tulcea es un excelente punto de partida para explorar el Delta del Danubio. Es una ciudad muy turística, precisamente por su privilegiada situación, aunque tiene poco más que ofrecer, con excepción de un original museo dedicado al Delta y un buen acuario que recoge las especies de peces del río y del no muy lejano Mar Negro, con algunas concesiones a los peces tropicales. Tal vez antes de meterse de lleno en el Delta y su entorno, vale la pena hacer una visita a la bodega Macin Winery, que elabora una docena de buenos vinos, y a la iglesia paleocristiana de Niculitel, que venera a seis mártires cristianos de los tiempos romanos. Por el camino se desparraman algunos monasterios ortodoxos, muchos de ellos habitados por monjes que aún crían gallinas a la antigua usanza, beben agua del pozo y siembran lo que llegará a su mesa.

El recorrido por el Delta hay que hacerlo en barco, mejor que sea pequeño y que navegue despacio, para poder apreciar la variada vegetación y para que las aves no se espanten con el ruido.

A veces la navegación se hace un poco complicada en los canales estrechos, donde las enredaderas tropicales unen una orilla con la otra. Junto a la vegetación autóctona se encuentran plantas exóticas cuyas semillas han sido transportadas por aves migratorias desde África: nenúfares, cañaverales y juncales, saladares y bosques de ribera, diferenciados según la frecuencia de su inundación, saucedas permanentemente inundadas y choperas de inundación periódica.

Existen bosques, como el de Letea, notables por las copas asimétricas de sus árboles, que incluyen robles y bordean los canales; con suerte puede verse una rara planta acuática que los expertos llaman noctiluca miliaris y el pueblo ha bautizado como vela de mar, cuyo color fluorescente hace el efecto de un agua mágica.

Numerosas especies

Durante el verano, el Delta alberga más de 320 especies de aves, incluida la mayor colonia europea de pelícanos, con una comunidad de 6.000 ejemplares, más de la mitad de la población de estas aves del Viejo Continente, y más de un millón de ejemplares individuales que hibernan aquí, incluidos cisnes, cormoranes, garzas, martinetes, gansos salvajes y fochas.

Situado en el paralelo 45, el Delta del Danubio es un punto de parada perfecto entre el Ecuador y el Polo Norte para millones de aves migratorias. Con suerte puede verse el majestuoso pelícano dálmata blanco y rosa pálido, y enormes bandadas de las brillantes ibis de color carmesí, con su largo y curvo pico. Durante el tiempo de reproducción, cuando los colores de las aves son más brillantes, es posible ver otras especies raras, como el cormorán pigmeo o el ganso de pecho rojo, o tal vez escuchar el canto de amor de una garza mientras un grupo de pelícanos se eleva con gracia en el aire en un borrón de alas blancas y negras. Este es también uno de los últimos lugares que quedan en Europa donde los caballos salvajes vagan libres por el bosque de Letea. Y aunque no es fácil verlos, más allá de los cañaverales se encuentran gatos monteses, zorros y lobos, y hasta un jabalí o un ciervo ocasional.

Bajo las aguas nadan más de 160 especies de peces de agua dulce, entre las que se encuentran varios tipos de esturión, lucios, percas, peces gato, carpas, picas, soleras, pechugas, tencas, peces de caza... toda una tentación para los miles de pescadores que lanzan sus sedales a las oscuras aguas de las que, sorprendentemente, salen deliciosos pescados con los que elaborar, por ejemplo, la ciorba o sopa del pescador.

El final del Delta es Sulina, la ciudad más oriental de la UE a orillas del Mar Negro y, curiosamente, la primera que ilustró el concepto de la Unión ya a finales del siglo XIX, cuando aquí vivieron en armonía ciudadanos de Grecia, Rumanía, Rusia, Armenia, Turquía, Imperio Austro-Húngaro, Albania, Alemania, Italia, Bulgaria, Inglaterra, Montenegro, Serbia, Polonia... Hoy siguen juntos en el Cementerio Marítimo, cada uno con su parcela especializada y con restos de alguna carroza que bien pudo haber sido utilizada por el propio Drácula.

El recorrido por el Delta del Danubio muestra también otra dura realidad, alejada del idílico paisaje de plantas y aves. Los esqueletos de edificios industriales son un escenario peculiar para una reserva natural, pero algunas de las fábricas de la era soviética de la región, vacías y olvidadas desde la revolución de 1989, muestran su rígida arquitectura junto a una fantástica belleza natural.

La región del Delta del Danubio está deprimida económicamente, con altos niveles de desempleo, despoblación rural, bajos niveles de vida y una fuerte dependencia de los recursos naturales. Por ello se valoran especialmente iniciativas como las de Rewilding Europe, que trabaja para crear nuevas oportunidades para las comunidades del Delta mediante el apoyo al desarrollo de negocios basados en la naturaleza que permiten la recuperación de la vida silvestre e infunden un fuerte sentido de orgullo en el área local. Entre ellos se incluyen la restauración local de humedales, la reintroducción de búfalos de agua para el pastoreo natural y el establecimiento de un parque natural para generar ingresos para la comunidad.

Guía práctica:

Cómo llegar: La forma más cómoda de llegar al Delta es volando hasta Bucarest para luego ir por carretera a Tulcea y de allí en pequeños barcos hacia el Delta. Hay varias compañías, algunas de bajo coste como Wizz Air y Ryanair, que ofrecen vuelos directos a Bucarest desde Madrid, Barcelona, Castellón, Valencia, Alicante, Palma de Mallorca, Santander, Málaga, Zaragoza y Santa Cruz de Tenerife.

Dónde alojarse: Las opciones de alojamiento van desde resorts de lujo hasta hoteles flotantes, bed and breakfasts y casas privadas. En Tulcea, un buen lugar para alojarse es el Hotel Delta, justo al borde del Danubio, y ya en pleno Delta, el lujoso Lebada en Crisan, con spa, amplios jardines y una estupenda gastronomía, o el Cormoran Resort, que tiene hotel, villas y amplios espacios de ocio y suele ser el preferido por los aficionados a la pesca.