Rubens fue el padre del calor y el entusiasmo en la pintura. Vio la primera luz el 28 de junio de 1577 en Siegen, localidad alemana donde se habían refugiado sus padres calvinistas en el transcurso de una persecución religiosa y le bautizaron como Pedro Pablo en honor a los titulares del santoral del día siguiente. Fallecido el padre cuando el futuro pintor tenía 10 años, su madre regresó a Amberes, de donde procedía la familia, acompañada de tres de sus hijos.

Autorretrato de Rubens. Begoña E. Ocerin

Tres años más tarde, Pedro Pablo ya hacía dibujos reproduciendo las obras del gran Holbein. Su perfección era tal que nadie llegó a dudar de su futuro: el niño llegaría lejos con los pinceles. Sólo necesito para ello la gira de perfección de ocho años que hizo por Italia con un intervalo en España. Pronto tuvo como cliente a la alta burguesía de la época.

De ese tiempo en Italia es La adoración de los pastores tan famosa en todo el mundo como lo son otras dos de sus obras maestras: La erección de la cruz y El descendimiento de la cruz. Para realizar la primera, Rubens se inspiró en ejemplos italianos. El famoso tríptico El descendimiento, por su parte, tiene un curioso origen: dado que el legendario patrón San Cristóbal porta al Niño, cada panel representa a personajes bíblicos que llevan a Cristo. La obra, que se caracteriza por sus figuras plásticas y su sobrio colorido, fue encargada por el Gremio de Arcabuceros para el altar de la catedral de Amberes donde se encuentra en la actualidad.

Interior de la iglesia de San Carlos Borromeo. Begoña E. Ocerin.

Un trabajo para los jesuitas

El pintor tuvo siempre una especial predilección por Amberes, ciudad a la que mimó dejándonos en ella la impronta de su genio creador. De hecho, aquí se pueden admirar más de cincuenta pinturas suyas, muchas de ellas todavía en el lugar original para el que el artista las concibió. Un ejemplo lo tenemos en la riquísima fachada barroca de la iglesia de San Carlos Borromeo, una de las más lujosas de Bélgica en la que Rubens no sólo desarrolló su talento de pintor, sino que también cuidó de su decoración. Llegó a importar mármoles de Italia para las paredes y columnas.

Desgraciadamente, el 18 de julio de 1718 un rayo cayó sobre el edificio causando grandes desastres. Más de 39 cuadros de Rubens se esfumaron entre las llamas. La restauración de 1980 reprodujo el interior tal como era en sus orígenes.

El cuadro 'Descendimiento de la Cruz', de Rubens. Begoña E. Ocerin

Un palacio para un amor

En 1609 Pedro Pablo Rubens se casó con Isabella Brant con la que tuvo tres hijos. La pareja estaba en plena luna de miel cuando el pintor compró un céntrico palacete en la plaza Wapper. La Casa de Rubens, como se le conoce hoy, es posiblemente la mejor prueba de la presencia del artista en la ciudad y de cómo permanece su imborrable huella.

Personalmente diseñó la ampliación de la vivienda añadiéndole un taller en el que recibió a muchos ilustres clientes y cimentó su brillante carrera. Pintó numerosos cuadros para Nicolaas Rockox el alcalde, al que llamaba “mi amigo y patrón”, y para la iglesia de San Pablo hizo tres obras maestras La adoración de los pastores, La discusión del Santísimo Sacramento y La flagelación.

Fachada de la Casa de Rubens en Amsterdam. Begoña E. Ocerin

El nombre de Rubens era respetado y reconocido en las cortes europeas y las grandes familias se enorgullecían de haberle contratado para la realización de retratos. En 1620 comenzó uno de sus trabajos más característicos, un ciclo de alegorías de la vida de María de Médicis, reina de Francia, que le llevó cinco años. Eran veintiún grandes telas pintadas para el Palais de Luxembourg que hoy se pueden admirar en el Louvre. Representan uno de los puntos culminantes del maestro por su fantasía inventiva y su espléndida ejecución.

La alegría y satisfacción que le supuso aquel trabajo duró poco. En 1626 enviudó sumiéndose en profunda desazón. Tal vez para levantar su ánimo se le encargaron varias misiones diplomáticas en Holanda y Madrid, donde quedó hechizado por los tonos pictóricos de Tiziano. En 1630 se casó en segundas nupcias con Hélène Fourment con la que tuvo cinco hijos. La boda tuvo lugar en la iglesia de Santiago, un lugar marcado por los genios, ya que en el órgano de este templo llegaría a tocar el mismísimo Mozart.

Jardín de la Casa de Rubens. Begoña E. Ocerin

La mansión del genio

La Casa de Rubens es un complejo palaciego en torno a un patio interior. En la arquitectura de la fachada de este edificio ya se observa la dualidad de su arte: su naturaleza flamenca y la influencia italiana. Uno de los primeros detalles que me han llamado la atención es el suntuoso pórtico, ese fragmento arquitectónico que a veces aparece parcialmente en algunas de sus obras. Une el domicilio al taller, a la vez que separa el patio interior del jardín renacentista.

A la izquierda del patio se encuentra la fachada de la casa de un estilo flamenco antiguo, y a la derecha el legendario estudio de pintura en cuya portada italiana se aprecian representaciones de la mitología antigua. Todo ello fue diseñado personalmente por el propio pintor.

El mobiliario, las pinturas y los objetos de arte que vemos en la vivienda contribuyen a recrear la atmósfera de los tiempos de Rubens. Cruzamos el recibidor, la cocina y el office y llegamos al comedor, en donde nos recibe el mismísimo P. P. Rubens, en su autorretrato. Se nos asegura que los objetos artísticos expuestos son los mismos que el pintor tuvo a su alcance.

Hay bocetos al óleo del maestro y un cuadro iconográfico muy interesante que representa la Galería de Arte de Cornelis van der Geest. Este riquísimo comerciante, que poseía una importante colección de arte, fue quien le encargó el célebre tríptico La erección de la Cruz. No hace falta ser un gran entendido en arte para darte cuenta de que Rubens no sólo fue un gran pintor, sino también todo un caballero, culto, rico, encantador en el contacto humano, dominando varios idiomas que utilizaba para moverse con mayor facilidad en los círculos más altos.

Dormía en un piso superior, en una cama donde, según se cree, murió el 30 de mayo de 1640. Su sepulcro se encuentra, a petición propia, en una capilla funeraria situada tras el altar mayor de la iglesia de Santiago bajo el cuadro Nuestra Señora rodeada de santos.

Pórtico en la Casa de Rubens. Begoña E. Ocerin

Una fábrica de genios

El taller de la Casa de Rubens fue una factoría artística de primera magnitud. En este edificio de piedra arenisca sus alumnos pintaron un verdadero tesoro de obras maestras que, en la actualidad, son el orgullo de muchas iglesias y de colecciones de museos belgas y extranjeros. Un ejemplo presente lo tenemos en el hermoso Paisaje con figuras, de su gran colaborador Jan Wildens.

También cuelga el gran trabajo de Jacob Jordaens Neptuno y Afrodita, una obra mitológica en la que se puede percibir la influencia del maestro. Unas diez obras de Rubens se pueden ver en este recinto, casi todas imprescindibles para conocer el espíritu de este amberino, entre ellas, además, Adán y Eva en el paraíso, una de las primeras telas del pintor, La batalla de Enrique IV a la entrada de París y un retrato de Anton van Dyck cuando aún era un muchacho.

Aquí están también los retratos del Archiduque Alberto y de Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II, junto a La Anunciación a María, pintado para el Marqués de Leganés; La despedida del Cardenal Infante Fernando de su hermano Felipe IV, por Gerard Seghers, y Los Archiduques en el Parque del Palacio de Bruselas, de Jan Bruegel. Es obligada la parada ante los Estudios de cabezas, definidos por Marguerite Yourcenar, la famosa autora de Memorias de Adriano, como: “… magníficos animales humanos, muy cómodos vestidos con los ricos trajes de época barroca, manifestando a la vez la fuerza y la seguridad de existir”.

Salón de la casa de Rubens. Begoña E. Ocerin

Salvada 'in extremis'

Tras la muerte de Rubens en 1640, la casa donde vivió sus treinta últimos años realizando la mayor parte de su obra cambió varias veces de propietario. Tanto en el siglo XVIII como en el XIX, la ciudad intentó adquirir el edificio decadente, aunque no lo logró hasta 1937 gracias a la expropiación de lo que, entretanto, se había convertido en poco más que una ruina. La restauración fue inmediata y a partir de entonces recibe cada año cientos de miles de visitantes de todas las partes del mundo.

Las obras del genio de la pintura adornan salas gloriosas de Londres, Madrid, Múnich, París, San Petersburgo, Washington, Viena y Amberes. El nombre de Rubens es asociado con Amberes como el de Warhol lo es con Nueva York.

Retrato ecuestre del Duque de Lerma, de Rubens.

Retrato ecuestre del Duque de Lerma, de Rubens. Begoña E. Ocerin

Todo Amberes pintando

Con 26 años, Rubens hizo el Retrato del duque de Lerma, que se encuentra en el Museo del Prado. Fue el cuadro favorito de Felipe IV. Tal es así que el monarca español ennobleció al pintor.

La distinción iba acompañada del gigantesco encargo de 120 pinturas para la decoración de la Torre de la Parada, el pabellón de caza que el rey tenía en El Pardo. Todo el gremio de pintores de Amberes tuvo que colaborar en la obra a fin de cumplir el compromiso fechado en 1638.