- Uno, Emmanuel Macron, ha ido absorbiendo talentos de los partidos tradicionales hasta el punto de debilitarlos tanto que se encuentran al borde de la desaparición. La otra, Marine Le Pen, ha aglutinado el descontento del país, tanto por su lado nacionalista como por sus promesas a las clases más desfavorecidas.

El resultado de las presidenciales francesas, en la que Macron se impuso con algo más del 58% de los votos, tiene una consecuencia evidente: pone en cuestión la tradicional dialéctica entre izquierda y derecha que ha dominado la política francesa durante años.

“Macron llegó en 2017 con el proyecto de modificar de forma profunda el paisaje político y acabar con los partidos tradicionales. Y lo ha logrado”, señala el politólogo Jean-Yves Camus. El resultado es que, a su juicio, “ha creado un amplio movimiento de moderados” que le ha dejado, frente a frente, con las posturas más radicales.

“Cuando tu programa pasa por ocupar todo el centro político, luego no te puedes sorprender de que en tus fronteras solo queden los extremos”, explica el politólogo Gilles Finchelstein, director general de la Fundación Jean Jaurès.

El sistema electoral francés también tiene su parte de responsabilidad, porque deja poco espacio a las minorías. Durante años, la derecha moderada y el Partido Socialista se beneficiaron de ese reparto del poder con una alternancia que duró más de medio siglo.

Ese reparto mantuvo lejos del poder a los extremos que, salvo contadas apariciones, como la presencia de Jean-Marie Le Pen en la segunda vuelta de las presidenciales de 2002, quedaron relegadas a un papel secundario, señala Camus.

La irrupción de Macron en 2017 cambió las cosas. Procedente de la esfera socialista, pero con un ideario liberal, dio un golpe de gracia primero a su partido de origen, pero también ha acabado con reducir a la irrelevancia a los conservadores moderados. Apenas nadie habla en la resaca electoral del PS, que en la primera vuelta no superó el 2% de los votos, ni de Los Republicanos, que se quedaron por debajo del 5%.

Con esta situación, los conservadores tendrán problemas para seguir rechazando alianzas con la extrema derecha, sostiene Camus, sobre todo si, como auguran los sondeos, dejarán de ser la segunda fuerza en la Asamblea Nacional, donde conservan 101 escaños. Sus líderes más moderados están tentados de unirse al proyecto de Macron y los más radicales a la extrema derecha.

Algo similar sucede en la izquierda, donde los socialistas ya vivieron su propio desastre hace cinco años, cuando apenas conservaron 31 de los casi 300 diputados que tenían en la era del presidente François Hollande y cuyos augurios son todavía peores.

Muchas de sus figuras se han subido al carro macronista y otros están tentados por Jean-Luc Mélenchon, que se ha convertido en la figura hegemónica de la izquierda tras reunir a más de un 20% del electorado en la primera vuelta de las presidenciales. Este último parece el más interesado en rescatar la vieja división entre izquierda y derecha, pero su apuesta por ganar las legislativas no encuentra, por ahora, eco en ningún sondeo.

Europa, ecología, religión. Los analistas coinciden en señalar que estas elecciones han demostrado que “ya no se habla de derecha o izquierda, sino de Europa, de nacionalismo, de ecología o de laicismo”. “Las líneas de división son múltiples y eso hace más difícil analizar el paisaje político”, explica el politólogo Émeric Bréhier. Y en ese nuevo marco es en el que se deben ahora establecer los discursos y las alianzas del futuro inmediato.