odos los 9 de mayo celebramos los europeos el Día de Europa. Digo lo de celebrar como un eufemismo, porque realmente tras 63 años de construcción europea, no hemos logrado siquiera que sea festivo en los Estados miembros de la UE. Siguen primando las fiestas nacionales y no tenemos siquiera 24 horas para alegrarnos de nuestra unidad. Por eso cuando se nos llena la boca pidiendo más Europa, especialmente, en momentos tan críticos como los que estamos viviendo a raíz de la epidemia de covid-19, deberíamos reivindicar que nuestros Gobiernos nos permitan, al menos un día al año, ser más europeos que nada. Es un mero gesto, pero es que los gestos son la antesala de los hechos. Sin símbolos propios, sin héroes, mitos o leyendas comunes, es imposible edificar una identidad europea. Si no somos capaces de recordar y transmitir a nuestros hijos, que los padres fundadores de esta Europa unida, tras dos guerras terribles, nos comprometieron con la paz y la convivencia, difícilmente vamos a encarar el futuro con éxito.
A las 6 de la tarde del 9 de mayo de 1950, Robert Schuman, ministro de Asuntos Exteriores francés, en el Salón del Reloj del Quai d’Orsay de París, ante representantes de la prensa nacional y extranjera, pronunciaba la declaración que daba inicio al proyecto de construcción europea. Se trataba de unir la producción del carbón y el acero de Francia y Alemania bajo una alta autoridad común abierta a otros Estados europeos. Fue elaborado en secreto por Jean Monnet, comisario general del plan de modernización y equipamiento del Gobierno francés. En la mañana de aquel 9 de mayo un miembro del gabinete de Schuman entregó al canciller de Alemania Konrad Adenauer una carta en la que le informaba del proyecto francés, que el líder alemán acogió con entusiasmo. En París Schuman consiguió, entre tanto, el apoyo del Consejo de Ministros. Los gobiernos británico, italiano, belga, neerlandés y luxemburgués son informados de la inminencia de una iniciativa francesa. Lo mismo sucedió con el Gobierno de Estados Unidos. Todos ellos mostraron su conformidad. Ese día nació la Europa comunitaria, lo que hoy es la Unión Europea.
Hace más de un año, el 19 de febrero de 2019, el Parlamento Europeo respaldaba el establecimiento del Día de Europa el 9 de mayo, como festivo en todos los Estados miembros de la Unión Europea, junto a una batería de iniciativas con vistas a promover la pertenencia al proyecto comunitario. El texto no vinculante, aprobado con 459 votos a favor, 170 en contra y 49 abstenciones, abogaba por “garantizar el ejercicio y ampliar” los derechos existentes de los ciudadanos de la UE para consolidar la identidad europea. Un año después, San Schuman solo se celebra como festivo en Bruselas y, de una forma peculiar en Francia, que ilumina la Torre Eiffel todos los 9 de mayo de azul, los colores de la bandera europea. No será, pues, por el impulso de las instituciones comunitarias que no seamos más europeos unas horas, sino el empeño continuo de los Estados miembros en convertir a la UE en una muleta de apoyo unas veces y el obstáculo otras, a sus intereses particulares.
Es evidente que la unidad europea va a ser y ya está siendo un factor determinante para salir de la crisis del coronavirus. Lo es para encontrar tratamientos y vacunas contra la enfermedad, lo es para paliar el destrozo económico que está causando y lo es, sobre todo, para diseñar y construir la nueva vida a la que nos obliga esta dramática circunstancia. Repensar Europa es una obligación inmediata si queremos aportar soluciones que garanticen la paz, la libertad y la democracia en nuestro espacio común. Setenta años después, estamos de nuevo ante la encrucijada de reconstruir Europa sobre los mismos valores, sobre la defensa de los derechos individuales y sociales. La necesidad de movilización europeísta ante las ruinas del modelo económico anterior es un imperativo para frenar las tentaciones populistas eurófobas, que el pánico por la incertidumbre puede provocar. Hacerlo desde una visión ibérica, peninsular, es una oportunidad de fortaleza desde el Sur como nunca antes se había producido. El próximo 12 de junio también celebraremos un aniversario: los 35 años de la incorporación de España y Portugal a las entonces Comunidades Europeas. Mejor momento y mayor necesidad imposible para reforzar el compromiso ciudadano con una Europa más unida, más fuerte, más soberana y más democrática.