omo cantaban los Beatles no puedes comprarme amor con dinero", espetó en una ocasión el entonces ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, al entonces presidente del Eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem, en medio de la encarnizada lucha de Grecia y la troika.
"Hemos aprendido la lección de 2008", señalaba esta semana Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, doce años después de la crisis financiera que se cebó con dureza con el país heleno. La del covid-19 poco se parece a aquella pero, sin embargo, evoca muchos fantasmas del pasado.
Todo apunta a que no hemos terminado de aprender esa lección, que dejó tan fracturado el proyecto comunitario. El propio Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea entre 2014 y 2019, reconoció años después que el país donde nació la democracia había sido humillado en esas reuniones del Eurogrupo encabezadas por el holandés. Mañana martes, los ministros de Finanzas se dan cita para dar respuesta a la mayor crisis que la UE en su conjunto sufre desde su fundación. Lo que salga de la cita será crucial no solo para abordar la pandemia, sino para el futuro del proyecto comunitario.
Muchas cosas separan la crisis financiera de 2008 con la crisis global por la pandemia del covid-19. Pero muchos patrones vuelven a repetirse. Dijsselbloem, en función de presidente del Eurogrupo, lideró la visión más ortodoxa llegando a señalar que "uno no puede gastarse todo el dinero en copas y mujeres y luego pedir ayuda".
Otro holandés desataba la semana pasada la ira en el sur al sugerir la apertura de una investigación a países como España por no haber ahorrado en tiempos de bonanza económica para hacer frente ahora a las necesidades del coronavirus.
La UE está forjada en la crisis y progresa con y a pesar de ellas. Pero la que golpea ahora es mucho más disruptiva que todas las anteriores. En juego no está el cierre de bancos o el de puertos a personas refugiadas. En la Europa confinada, miles de ciudadanos han perdido a familiares, puestos de trabajo y han visto cambiar de la noche a la mañana su modo de vida. El covid-19 afecta a todos los Estados miembros, pero golpea a unos con mucho más ensañamiento que a otros. Y de nuevo es el sur el que pide solidaridad y responsabilidad europea. La falta de solidaridad supone un "peligro mortal para la Unión Europea", advertía hace unos días Jacques Delors, antiguo presidente de la Comisión Europea.
Bruselas ha puesto en marcha préstamos para evitar despidos en España e Italia y Países Bajos, líder de los halcones, propone la creación de un fondo sanitario del covid-19 para cubrir los costes sanitarios extraordinarios ocasionados por la pandemia en los países más afectados. Ámsterdam vende este alarde de solidaridad "como un regalo", ya que no tendrán que devolverlo. Es decir, no son los préstamos a los que acostumbra el país de los tulipanes.
Pero en el seno europeo continúa sin entenderse que Roma y Madrid no buscan caridad, sino la solidaridad real y la responsabilidad de ser un miembro de la Unión Europea ante una crisis que ha llegado de forma repentina y cuyas consecuencias en el aquí y ahora son brutales. Bruselas ha entonado que "todos somos italianos" y ha definido a los "españoles como héroes". Pero el bloque comunitario no termina de transformar esos eslóganes en ambiciones reales, novedosas y a la altura esta situación extraordinaria.
España amenaza hoy con la mayor destrucción de empleo de su historia. En dos semanas de confinamiento, el covid-19 ha arrasado con los puestos laborales de más de 800.000 españoles. Con el objetivo de compensar esta pérdida de ingresos en empresas y trabajadores, la Comisión Europea ha aprobado un fondo de reaseguro bajo el nombre de instrumento temporal de Apoyo para mitigar los Riesgos de Desempleo en una Emergencia (SURE, por sus siglas en inglés).
El fondo contará con hasta 100.000 millones de euros -25.000 de los cuales serían aportados de forma colectiva por las capitales- y estará disponibles para los Estados miembros a través de préstamos con "condiciones favorables". El objetivo principal es frenar la cascada de despidos temporales, especialmente en países que han frenado su producción no esencial como España e Italia. En otras propuestas paralelas, Bruselas también ha pedido reorientar todos los fondos estructurales disponibles a la lucha contra la pandemia e incrementar las ayudas a agricultores, ganadores y a los sectores más desfavorecidos.
"Solo tendremos la respuesta más fuerte posible ante la crisis del coronavirus. Debemos utilizar cada instrumento a nuestra disposición. Cada euro disponible de nuestro presupuesto será redirigido a ello, cada norma será rebajada para permitir la financiación rápida y efectiva", ha señalado Ursula von der Leyen.
La pandemia, que ha convertido a Europa en su epicentro mundial, llega en un momento de debilidad del bloque comunitario. Las crisis de la zona euro y de refugiados siguen abiertas. Más todavía lo están las heridas que han dejado a su paso. Y el coronavirus llega tres meses después de la primera salida voluntaria de un país de la UE. En medio del escenario distópico que deja el covid-19 a su paso se presenta una oportunidad para el renacimiento europeo. Una oportunidad para que la Unión demuestre el valor añadido de estar dentro del club.
Una acción más necesaria si cabe en medio del auge de populismos y eurófobos, que no dudan en tomar ventaja de la situación para vociferar contra los despachos de Bruselas. En los peores de momentos de la crisis económica en Grecia, emergió con fuerza el grupo neonazi Amanecer Dorado.
La UE no puede dar razones a un discurso que amenaza con calar con fuerza en países como Italia. El país transalpino se convirtió con el Gobierno Liga-Movimiento 5 Estrellas en el primer miembro fundador con mayoría euroescéptica en las urnas. La sensación de abandono europea y las emulaciones al "sur se gasta el dinero en mujeres y vinos" no ayuda a revertir la tendencia. Y para ello, la UE debe entender que no puede comprar los corazones de los europeos con calderilla.