tranquilos porque no pienso aburrirles con el brexit hasta que la clase política británica decida qué piensa hacer con el futuro de sus ciudadanos. Mejor hablemos de nuestro Parlamento, que también tiene lo suyo. Salimos todos contentos del resultado de las elecciones europeas del pasado mes de mayo. La temida avalancha de representantes ultras que pudieran bloquear el Parlamento Europeo y, con ello, la política de la UE, no se produjo y además se incrementó la participación, especialmente entre los jóvenes. Sin embargo, no nos dimos cuenta de que existía otro riesgo cierto y más probable: la fragmentación de los grupos políticos y, por ende, la falta de consensos y mayorías para sacar adelante las iniciativas de la Comisión Europea. Los primeros indicios de este nuevo mal que aqueja a esta Eurocámara empoderada los hemos vividos en los hearings -exámenes a los candidatos a comisarias y comisarios-, que se han convertido en una auténtica escabechina con tres suspensos, los de Hungría, Rumanía y nada menos que el de Francia. La venganza contra Macron por haberse cargado la potestad parlamentaria del spitzenkadidat e imponer a Von der Leyen como presidenta de la Comisión, se interpreta como todo un signo de lo que algunos ya llaman la westminsterización del Parlamento Europeo, en referencia a los reiterados noes en que se ha instalado la Cámara británica.