la Unión Europea es una unidad política supranacional basada en la cesión de competencias de cada Estado miembro, construyendo un compendio legal de cosoberanía. Es obvio que también lleva implícita una carga histórica y cultural además de elementos comunes de civilización, no olvidemos que existe un largo repertorio de guerras y conflictos que dejaron millones y millones de muertos. Los europeos hemos batallado unos contra otros por conquistar territorios, por la religión, por la raza o por el comercio en forma de dinero. Y solo en estos últimos setenta años hemos encontrado una fórmula de convivencia pacífica que se basa en la defensa de un espacio común de derechos y libertades. Esta es la verdadera identidad europea, más allá de discursos ideológicos partidistas e interesados. El propio Tratado de la Unión vigente actualmente, firmado en Lisboa, deja claro que los valores de la UE son comunes a los Estados miembros “en una sociedad en la que prevalecen la inclusión, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la no discriminación” y añade que “estos valores forman parte integrante de nuestro estilo de vida europeo”.
Dichos valores son en esencia los que integran la Carta de Derechos Humanos del Consejo Europeo y de Naciones Unidad: la dignidad humana inviolable; la libertad de circulación y residencia; la democracia como sistema de ejercicio de los derechos políticos de los ciudadanos; la igualdad de derechos de todos ante la ley; el Estado de Derecho como principio de legalidad y el respeto a los Derechos Humanos.
Por tanto, si queremos proteger esos valores debemos tener claro si queremos hacerlo universalmente como corresponde a esos propios principios o lo que pretendemos es servirnos falsariamente de ellos para meternos en un búnker que nos blinde de todo aquel que quiera disfrutar de nuestro espacio de libertades. La fortaleza de la UE se demuestra en su capacidad ejemplarizante en el mundo. Si somos capaces de exportar nuestros valores a otras áreas y contagiar del espíritu fundacional y del acervo comunitario de llegar a acuerdos entre diversos al escenario internacional, no solo estaremos cumpliendo una función benéfica para con nuestros congéneres, sino que habremos consolidado nuestro propio edificio de la Unión.
Mucho me temo que el problema no está extramuros de la UE, no proviene de los inmigrantes que arriesgan su vida por vivir como nosotros, sino más bien está dentro, en nuestra propia mentalidad y en la de aquellos políticos que utilizan el miedo al de fuera para alcanzar el poder. Azuzar el miedo al miedo es gratuito y conduce al pánico, como una sociedad aterrorizada se defiende por automatismo biológico atacando. Más nos valdría, por tanto, dedicarnos a proteger nuestros valores y principios en casa propia, porque casos como los de la Hungría de Orban, hasta hace cinco minutos la Italia de Salvini o las amenazas de la ultraderecha a las puertas o compartiendo poder en Alemania, Austria, Polonia, Holanda, Francia y a escala regional, también en España, son los que de verdad amenazan con destruir el estilo de vida de los europeos. Lo que ha intentado Von der Leyen, cuanto menos, es una metedura de pata o una pasada de frenada, en el intento de hacer un guiño a esas fuerzas políticas que quieren acabar con nuestros derechos y libertades. Aunque ella se ha defendido diciendo “las palabras importan” y que “no podemos dejar que las fuerzas antieuropeístas se apropien de la definición de lo que queremos”, la realidad en forma de bofetada se la brindado Marine Le Pen calificando este paso de Bruselas como una “victoria ideológica” de ella y de los suyos.