La pasada noche del martes se formó una tormenta perfecta. Echaron un partido de Champions entre el Atlético de Madrid y el PSV. Y aquello fue el no va más: un minuto de oro en el que 8 millones de espectadores se apuntaron a la ruleta rusa que se dirime cada vez que un partido acaban jugándoselo a los penaltis. Y eso que en Telecinco tenían preparado un paripé de que el Pequeño Nicolás se largaba del programa. Algo que, como casi todo el mundo sabía, luego no sucedió. Pero lo mejor de la noche, además de que te gusten las emociones futbolísticas más o menos, estuvo en TVE. Estrenaron la serie El caso. Fue como un homenaje al periodismo y a los periodistas que tengo la impresión de que acudimos en grupo a verla. Un periódico que, la verdad, daba grima y miedo a partes iguales solo mirarlo y que, aunque nadie conocido lo compraba, siempre era citado por cualquiera. En la promoción se habló con muchos profesionales del la prensa y según se les oía parecía que estábamos ante el no va más de los medios de comunicación. Pero los que llegamos a ojearlo e incluso nos adentramos en sus páginas sabemos que El Caso no merecía la pena. Era sensacionalista como los realities que hoy dominan la televisión. Su información se basaba en la pasión incontrolada por los crímenes como la que hoy podría compararse a los informativos de Pedro Piqueras. Se dice en defensa de aquel periodismo que, al relatar con minuciosidad las atrocidades, describía la realidad que no le gustaba al franquismo. Pero si algo se preocupó el franquismo fue de popularizar delincuentes que ocultaran su desfachatez. Son doce episodios más uno que fue el del estreno. La tormenta perfecta duró poco. En cuanto se acabaron los penaltis y El Caso resolvió su crimen, la gente volvió en masa al sensacionalismo de GH en su versión VIP. Y después de verlo un rato, se supimos, como El Caso, tampoco mereció la pena.
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