madrid - Rosa María Calaf puede presumir de haber sido hasta hace muy poco la corresponsal más veterana de TVE. Toda una vida trabajando en ese medio que le hace defender con más ahínco si cabe el valor de las televisiones públicas, ya que es de las que opinan que hoy en día existe una “voluntad de acabar” con ellas. Calaf (Barcelona, 1945) no rehuye la responsabilidad de cada periodista en la crisis de información que vive el sector porque está convencida de que se han mezclado el poder político, el económico y el mediático y el profesional no ha sabido resistir y ha habido “cierta mansedumbre” ante los gobiernos y “mucha reverencia” ante los poderes económicos.

¿Cuál es el estado de salud de la televisión en España?

-Bastante inquietante. Me parece que la pública está claro que no cumple su objetivo de servicio a la mayoría, que es lo que debería hacer, y en la privada la tendencia es cada vez más a frivolizar y a entrar en la dinámica de convertir mucho la información en espectáculo.

Parece que la televisión comercial y, en general, los medios de comunicación optan por el entretenimiento. El público quiere entretenerse, pero ¿la prioridad es entretener o es lo que se le da al espectador?

-Lo que más me preocupa es que se mezclen los géneros. Está muy bien entretener, por supuesto, y la televisión debe entretener pero sanamente, tratando de buscar lo mejor del ser humano y no lo peor. Además, cuando informas no debes mezclar información con entretenimiento porque, para construir una sociedad bien informada, es muy peligroso que se le confunda y se le haga creer que está informada cuando sólo está entretenida.

Fue miembro del equipo fundador de TV3 y ha trabajado casi 40 años en TVE. Hoy en día parece existir una crisis generalizada de lo público. ¿Cómo ve las televisiones públicas?

-Las veo mal porque creo que hay una voluntad de acabar con las televisiones públicas tal como deberían ser, es decir, que sirvan a la ciudadanía, no a los poderes. Además, no todas las televisiones públicas son iguales ni en España ni en el exterior. Pero creo que están gravemente enfermas porque desde los poderes no se ha entendido, o no se ha querido entender nunca, qué debe ser una televisión pública, que no es algo de regalo que viene con las elecciones cuando se ganan.

¿Cómo se garantiza la independencia de la información en la televisión pública?

-El ciudadano tiene mucho que ver reclamando y protestando cuando no se está cumpliendo con los objetivos. Y los periodistas que estamos, o estábamos allí, tratando de defender los principios básicos del periodismo. Es una cuestión de tomar conciencia de qué tipo de televisión estamos haciendo. Es muy complejo porque no es algo que puede resolver sólo el periodismo, es un diseños social, hay que recuperar y explicar bien para que el ciudadano entienda que lo público tiene una enorme importancia si se hace bien, pero que cuesta dinero, lo público no es barato. Equilibrar todo eso resulta bastante complejo pero lo primero es ser consciente de lo que está pasando para buscar posibles soluciones.

¿Estamos mejor informados, o por el contrario esta sobredosis de mensajes embarra nuestra percepción de la realidad?

-La avalancha de supuesta información hace que no se pueda asumir, analizar y reflexionar sobre ella, y al final estar peor informado. El grave problema es discernir qué información tiene calidad, garantía de pluralidad e independencia, con la que no lo tiene. Uno se acostumbra a que todo sea muy rápido, muy efímero y parece que eso son los valores principales, cuando deberían serlo el rigor, la reflexión, el proporcionar la posibilidad de análisis...

¿Han dejado de lado los medios de comunicación su objetivo de servicio a la comunidad para priorizar otro tipo de intereses?

-El problema está ahí. En muchos casos el periodismo ha olvidado su objetivo de servicio que no es otro que ayudar al ciudadano para que tenga esos elementos de conocimiento que le van a ser necesarios para formarse una opinión y tomar decisiones. Por tanto, si el periodismo prioriza el negocio y la clara manipulación en favor de intereses concretos, que no son los de la mayoría, no está cumpliendo su objetivo.

¿Cómo se encauza el rumbo?

-Ojalá tuviera una fórmula mágica que pudiera decir un, dos, tres y ya está. Pero lo fundamental es tener el diagnóstico de lo que está pasando y después la clara voluntad de cambiar, con el convencimiento de que una sociedad que no está bien informada, va a ser muy difícil que pueda defender sus derechos. En la mala información no estamos jugando la democracia y la libertad.

¿Hemos contribuido los periodistas también a esta crisis de la información?

-Sí, creo que hay que hacer autocrítica porque la responsabilidad es compartida. Evidentemente, a mayor poder, mayor responsabilidad, y lógicamente, tienen más responsabilidad las empresas periodísticas -cuyo objetivo ya no es la excelencia informativa-, pero por supuesto el periodista y el profesional también. Ha habido un peligroso desvío hacia la promiscuidad del poder político, el económico y el mediático. Se han mezclado unas esferas que debían estar totalmente separadas, y eso obviamente hace que el periodista tenga una parte de responsabilidad por no haber sabido resistir a esto. Ha habido una cierta mansedumbre ante los gobiernos y mucha reverencia ante los poderes económicos.

¿Ha faltado autocrítica?

-Efectivamente. Todos hemos hecho cosas que no deberíamos haber hecho, unos más y otros menos. Pero no se puede olvidar que también el ciudadano tiene su parte de responsabilidad porque tiene que hacer un esfuerzo por estar bien informado. Estar informado es un derecho pero también es una obligación informarse. Ya lo decían los griegos: “se tiene que escoger entre ser libre o descansar”. Y es que defender la libertad requiere un esfuerzo.

Quizá también ha faltado formación...

-Claro, el problema no sólo es el periodismo. Estamos en una construcción social en la que todas las patas -una de ellas la educación pero otra es el periodismo- priorizan unos valores que, probablemente, no son los adecuados para construir un mundo más justo y mejor para la mayoría. A esa construcción social bastante desviada ha contribuido, sin ninguna duda, el papel de los medios.

Las corresponsalías también están sufriendo los efectos de la crisis. ¿Se están convirtiendo los corresponsales en pluriempleados?

-Sí. El corresponsal tal como debe ser, como la persona que está insertada en la realidad de un lugar distinto, que lo conoce, tiene fuentes, hace un seguimiento profundo y proporciona ese análisis necesario para que el ciudadano tome la opinión que le parezca, es una especie en extinción. Ya prácticamente muy pocos medios tienen corresponsales en ese sentido. Es caro, y esa es la explicación: estamos en una sociedad en la que todo tiene que tener una rentabilidad económica y todo tiene que tener un precio, pero hay muchas cosas que no tienen precio pero tienen valor. Eso es lo que parece confundirse y una de las víctimas parecen ser las corresponsalías, que se sustituyen por personas que llegan corriendo y tienen que marcharse corriendo, que no les da tiempo prácticamente a nada, ni a formarse ni a enterarse ni a poder elaborar, y que trabajan en unas condiciones de precariedad (...). Ahora no se cubren precrisis ni poscrisis, se está más interesado por el puro acontecimiento puntual que por el proceso que ha conducido a ello. ¿Qué es lo que hace que pasen todas estas cosas? Pues que al final lo que se busca no es la excelencia informativa, es otra cosa, en algún caso tratar de hacerlo lo mejor posible y en otros, simplemente, hacer ver que se informa.