Los que leyeron esta columna la semana pasada saldrían advertidos de la debacle que les aguardaba al admirado del Bosque y a sus chicos. Alguno de los cuales parece que ha estado tan ocupados en hacer publicidad que luego le ha faltado el resuello y la concentración en los partidos. Lo cierto es que la apuesta segura de la Selección se ha convertido en un fiasco que dejará mucho rastro durante las próximas semanas. Para empezar, porque hay una cadena que tiene que rentabilizar los 35 millones que pagó por las 25 partidos y las más de 100 horas de retransmisión de fútbol. Luego, porque estos prescriptores de productos varios han dejado de serlo de manera inmediata. Ya su imagen quema más que convence. Es el precio de las derrotas. La publicidad es un ámbito donde no gusta ni el sabor ni el olor de las derrotas. Digamos que la invitación al consumo es una parcela que sólo se les permite a los más guapos en el caso de los y las modelos y a los mejores en el caso de los y las deportistas, respectivamente. Vamos que Nadal se va a forrar este año. Desde el punto de vista de la imagen se ha quitado a todo el colectivo del fútbol de un plumazo.
Soy consciente de que están ya aburridos de las interminables horas de emisión de los actos de proclamación de Felipe VI. Pero lo cierto es que hacía tiempo que el panorama mediático no se ponía de acuerdo en torno a loar la figura de un personaje. La historia pondrá a este rey (o lo que sea) en su sitio, pero el que le ha colocado la televisión es claramente alto. El hecho de pasar de puntillas, como han hecho la mayoría de las cadenas, por las protestas de quienes protagonizaron oposición al acto, es una carencia democrática con la que tendrán que seguir adelante. Las dosis de fanatismo monárquico que se han emitido en televisión estos días han dejado en nada los anuncios fantasmas que con dolor está protagonizando la Roja.