HA sido una semana de pesadilla. Comenzó el lunes tras las cobardes bombas en la maratón de Boston. Un golpe bajo con el que media humanidad se sintió herida, Vino la identificación silenciosa de los autores y las imágenes en las que se ve a uno de ellos con gorra blanca al lado del niño que murió tras la segunda explosión. Un plano que lo identifica y juzga. Aquí ya no hay presunción de inocencia ni leches. La semana se precipita con sed de venganza buscando un final ejemplar que subraya Obama en la visita relámpago que realiza a Boston. Explosión en una planta de fertilizantes de West (Texas). Deja unas imágenes dantescas y un escenario de fatalidad. Una sensación que predice una especie de Apocalipsis o algo así. La semana cabalga a golpe de los peores presagios y los lentos avances que ofrecen los informativos de televisión. La investigación de las cámaras los identifican como Sospechoso nº 1 con gorra negra y gafas de sol y Sospechoso nº 2 con gorra blanca y pinta de despistado. El sueño nos vence y ya cuando despertamos el viernes sabemos que los culpables son chechenos: los hermanos Tsarnáev. Detectados en el campus de la universidad de Cambridge (Massachusetts) donde disparan y hacen estallar explosivos y matan a un policía. Detienen herido a Sospechoso nº 1 de 26 años que en realidad era boxeador y muere en el hospital. El otro es su hermano pequeño de 19 años que se refugia en una urbanización a la que se desplazan 9.000 policías para registrarla palmo a palmo. Cierro esta columna antes de que se sepa el desenlace. Ya no me interesa. Si fuera una serie de televisión y tuviera que elegir un final me decantaría por " el joven Tsernáev se despierta por la explosión de los fuegos artificiales de las fiestas de Wests. Todo es un sueño". Ya ven ahora por qué en lugar de guiones escribo columnas de televisión.