LA retransmisión de la lotería de Navidad es una rareza histórica. Un espectáculo que mezcla el costumbrismo con el carnaval y la ludopatía. Como si la gente quisiera aprovechar esa ventana que se abre en las mañanas de cada 22 de diciembre para hacer el ganso. Las entrevistas a pie de patio de butacas a los personajes que asisten al sorteo parecen indicar que es aquí donde se inventara el frikismo como elemento televisivo. Y luego están las imágenes de celebración. Esas botellas de cava abiertas al efecto para que los planos televisivos adquieran alegría y realismo al mismo tiempo. Los voluntarios para agitar las botellas suelen ser personas que pasaban por allí; de esos que no pueden aguantarse las ganas de saludar apenas ven una cámara. Más o menos como Mariano Rajoy, que se ha marcado un viaje para Afganistán para entrevistarse con el presidente Garzai. A los presidentes les gusta mucho viajar hasta el agujero negro de la intolerancia para hacerse una foto antes de comer turrón y soplar un matasuegras. Rajoy además ha soltado una frase inquietante, más incluso que aquella en la que describía el escape del Prestige como "hilillos como de plastilina". Don Mariano ha dicho que "si todos trabajáramos con empeño, cumpliésemos nuestras obligaciones, dijésemos voy a hacer lo que tengo que hacer sin pensar, las cosas irían mejor". Vamos que nos reclama un espíritu militar para obedecer sus mandatos sin rechistar. No sé qué me cabrea más, si esta espiral ludópata y carnavalesca de la lotería de Navidad o los mensajes para idiotas que nos manda un presidente sin ninguna credibilidad desde el fin del mundo. Vale, lo admito: lo que más me enfada es que no me haya tocado nada de nada en este sorteo. Y encima viene Mariano a tocarnos la moral antes del discurso de Juan Carlos. ¡Vaya con la Navidad!