ALGO tendrá el Festival de Eurovisión que pasan los años y sigue atrayendo a los pequeños. Será las votaciones porque no creo que sean esa sucesión cansina de canciones melódicas, como de pop descafeinado con el que se suele saldar el concurso. Con la voz espectral como de la caverna de José Luis Uríbarri, que cualquiera con una edad que lo escuchara, tendría la sensación de estar de vuelta al pasado. Oír durante tres horas la voz aguda y nasal de Uríbarri haciendo vaticinios de listillo es toda una pesadilla de la que muchos procuramos huir en cuanto podemos. Y más con aquellos gritos que exclamó después de la magistral actuación de Jimmy Jump, el espontáneo de la barretina roja. Todo un hito tras del cual ningún festival alcanzará el encanto del de este año. Para empezar por Diges: con una cara de crío que ni los más críticos con el festival podían desearle nada malo. Pero luego aparece el tío de la gorra como si estuviéramos en una boda y sale a cantar el primo gracioso. Hay teorías de que en el fondo Diges debería estarle muy agradecido al intruso ya que le permitió actuar dos veces ante una audiencia de muchos millones. Ya ven, aquí todo el día con la calculadora en la mano. Pero más vale que el festival se desarrollaba en Noruega porque imagínense la suerte que hubiera Jump corrido si el festival se celebra en Israel. Una vez vistas las imágenes del ataque israelí a la flotilla solidaría que pretendía llegar a Palestina, no cabe ninguna duda de que hubiera sido abatido allí mismo. Dicen que Diges lloró de rabia por la mala suerte de servir de trampolín publicitario a un maestro del camuflaje y la reivindicación. Mientras, en otro escenario internacional el mundo solidario llora de impotencia por haber permitido que la maquinaria de matar destruya algo pequeñito que transportaba los sueños solidarios de millones de personas.