La revolución tecnológica, con sus promesas de eficiencia, automatización y progreso, no ha llegado sin efectos colaterales. Uno de los más significativos y menos visibles es el “tecnoestrés”, un trastorno psicológico derivado del uso intensivo de dispositivos digitales, plataformas automatizadas y sistemas de inteligencia artificial. Aunque se trata de un término acuñado hace décadas para describir la ansiedad provocada por la dependencia tecnológica, su significado ha evolucionado y ahora afecta de lleno a quienes trabajan dentro del ecosistema digital, especialmente en el sector tecnológico.

Así lo ha advertido Javier Colino de León, director territorial Aspy en el norte del Estado y asesor en la Comisión Nacional de Seguridad y Salud del Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo (INSST), quien abordó esta cuestión durante el Congreso Nacional de Innovación en Prevención de Riesgos Laborales celebrado en Logroño. Según ha explicado, la incorporación masiva de sistemas de inteligencia artificial a los entornos laborales ha generado una presión creciente sobre los trabajadores encargados de alimentar estas herramientas con datos, tareas que requieren una precisión milimétrica y una dedicación constante, sin margen para el error.

Realidad laboral

Según Colino de León, la Inteligencia Artificial no funciona por sí sola, sino que depende de las personas. “Al final la IA se alimenta de datos que procesan trabajadores a los que cada vez se les pide más”, detalla, con lo que “los problemas de salud mental no los crean las máquinas sino la forma en la que se trabaja”.

En un entorno en el que la productividad se mide en términos numéricos, el trabajador se convierte en un engranaje más del sistema. A los “trabajadores 4.0”, en las empresas tecnológicas, se les pide que sean “hipertrabajadores”, ha asegurado Colino de León, “pero la realidad es que una persona se equivoca, una persona tiene que parar a ir al baño y una persona tiene que comer”.

Los trabajadores “no se pueden contabilizar por fracciones” mientras que “una máquina puede funcionar así, tener una parte de sistema operativo en funcionamiento mientras la otra hace otra labor”. Cuando en las empresas no se comprende esa diferencia y se presiona a los trabajadores “surge ese tecnoestrés”, ha detallado Colino de León.

La presión digital y el uso intensivo de IA elevan la carga mental y el riesgo de agotamiento laboral Freepik

Consecuencias

Cuando esas diferencias fundamentales se ignoran y las empresas presionan a sus empleados para que mantengan un rendimiento constante y perfecto, surge el tecnoestrés. Y sus consecuencias no son menores: ansiedad, agotamiento crónico, desconexión emocional, trastornos del sueño y, en los casos más graves, cuadros de depresión o abandono del puesto de trabajo.

Ante este escenario, el director territorial de Aspy ha insistido en la necesidad de abordar el problema desde una doble perspectiva: la del trabajador y la del empleador. “Hay que aportar herramientas en una doble dirección, a la persona que trabaja, que sepa cómo canalizar su tarea y cuáles son sus competencias y cualidades”. Pero además “a quien contrata hay que decirle cuáles son las condiciones que tiene que poner a disposición de sus trabajadores”, subrayó Javier Colino de León.

“Los problemas de salud mental no los crean las máquinas sino la forma en la que se trabaja”

Javier Colino de León - Director territorial de Aspy

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Paradójicamente, la inteligencia artificial, causante indirecta de esta nueva patología laboral, podría convertirse también en parte de la solución. Colino de León ha planteado su uso para la prevención de riesgos laborales, mediante el análisis masivo de datos relacionados con accidentes y condiciones de trabajo. “Al fin y al cabo, hablamos de procesar datos y podemos meter ahí todos los accidentes que ocurren, para analizar mejor sus causas”, ha señalado este experto.

No obstante, ha recordado que muchos de los accidentes laborales más comunes siguen siendo sor similares a los que se producían siglos atrás. “Quizás así logremos que en unas décadas no haya algunos accidentes laborales, pero debemos ser conscientes de que la mayoría de ellos son los que denominamos medievales, porque son lo mismo que le pasaba a quien hacía una catedral hace siglos”, concluyó.