Ha abordado el papel de la política para acometer los retos humanitarios. ¿Cuál es?

-Las necesidades humanitarias y el sufrimiento de la gente está provocado por hechos políticos. Si queremos atacar su causa no tenemos más remedio que promover acción política que enmiende las acciones que nos han generado. Y esto tiene una traducción muy sencilla. Si el 70% de la inseguridad alimentaria grave está provocada por conflictos, tenemos una ecuación que es clarísima: hay una serie de políticas de seguridad, mala gobernanza, actividades violentas no bélicas que son las que están detrás de la génesis, y son las que tenemos que atacar. Y eso no lo vamos a hacer solo con acción humanitaria, es a través de compromiso político, medidas para abordar ese tipo de situaciones críticas que van más allá de la provisión de ayuda.

Prevenir más que paliar.

-Ambas. La ambición máxima es prevenir, para no tener situaciones de sufrimiento que son inaceptables. En Gaza hay 2,7 millones de habitantes, de los cuales un millón y pico están en situación casi de hambruna. Hoy en Sudán 27 millones de personas están al borde de la hambruna. Esto no es un fenómeno solo el que está expuesto sino que también muchos otros que no son conocidos. La ambición última es prevenir para no llegar a esa cifra pero hay una obligación inmediata: atender ya a los 27, o al millón y medio. Es tanto de mitigación, como de prevención para evitar esas situaciones de sufrimiento. El número de personas en necesidad de ayuda humanitaria ha aumentado un 150% desde 2019. Una acumulación de elementos políticos han estado detrás. Desde el incremento de conflictos como Sahel, oriente medio, cuerno de África, o mala gobernanza donde no ha habido cobertura suficiente para las necesidades para la pandemia. Y una exposición a la crisis climática que no ha sido abordada con políticas eficaces. Un ejemplo: en el Estado español estamos sufriendo el impacto de la crisis climática. Se ha ido gestionando con todas las deficiencias que pueda haber, pero el nivel de exposición e impacto es mucho menor que en otros contextos como Sahel y América central.

Y no se tiene el foco puesto ahí.

-Es otro elemento, claro. En 2019 eran 130 y pico millones los que estaban en el plan global, y ahora, cerca de 400 millones. De todos ellos, la atención y recursos se centran en no más de 3 o 4 crisis al año. Hay otras muchas que pasan desapercibidas, como la crisis de Colombia, parece que desde que ha llegado Petro ya no pasa nada. Y seguimos teniendo una situación de desplazamiento de 5 millones de personas, zonas de confinamiento... 

¿La atención está en Ucrania o Gaza, conflictos visibles a corto plazo?

-Exactamente. En Gaza hay momentos donde hay una atención brutal, con situaciones de alto nivel de violencia, y por tanto hay un peligro de la estabilidad regional. ¿Por qué se le pone tanta atención? Porque vivimos en la inmediatez, donde los planes y las estrategias políticas a medio largo plazo son escasísimos. Hay una sensación, y una percepción de alarma, riesgo alto porque en Ucrania hay una situación X, o porque en el Sahel había un golpe de estado, o ahora Gaza. Se pone toda la atención ahí y falta la consistencia para mantenerla más allá del momento pico. Recordemos que Gaza, además de este pico ha tenido otros dos momentos de altísima intensidad de violencia, 2014 y 2017, y una situación permanente crítica que no se ha atendido ni muchísimo menos de la misma manera. Como decía mi abuelo, arrancada de potro, parada de asno. Hacemos arrancadas donde ponemos un montón de intensidad, pero en cuanto pasa el calor del momento, y la situación se estanca o remite, bajamos la atención.

Y la atención implica medios...

-El presupuesto humanitario global está basculando de forma masiva. Los recursos son limitados, cada año suben un 10% mientras que las necesidades suben un 25 o un 30%. Esos recursos este año están concentrados en Gaza y Ucrania, en cambio hay sitios como el Sahel o Sudán que tienen un nivel de sub financiación de un 40-50%. Necesitamos enganchar la acción humanitaria no solo con la parte económica sino con la inversión de capital político. Una situación crítica, como Mali, que tienen una crisis de factores socioeconómicos, políticos, de mala gobernanza, medioambientales... No podemos abordarla con soluciones militares que no están coordinadas con las socioeconómicas. La situación crítica de inestabilidad en el Sahel tiene un factor determinante en la falta de acceso a los servicios básicos de la población, entre ellos la seguridad alimentaria. Si no lo abordamos de manera coherente, coetánea, y con recursos equilibrados respecto a las necesidades, no lo resolvemos, incluso lo acrecentamos. Necesitamos abordarlo con políticas que se analicen de forma integrada, pero manteniendo la independencia para implementar cada una de ellas.

¿Es una utopía ‘acabar con el hambre en el mundo’?

Sí se puede, sino no llevaría trabajando en esto 30 años. Hay factores identificados, pero hace falta poner en marcha medidas que no se resuelven en un día. Hay recursos económicos y técnicos para asegurar la alimentación de una vez y media la población que hay en el planeta. ¿Cuáles son los factores que afectan para esa crisis? el corte de suministro de alimentos que provenían de zonas de conflicto, la crisis climática, mercados que han aplicado medidas nacionalistas para no desabastecerse, el coste de los carburantes... Hay muchos elementos, y todos son humanos. Asegurar la seguridad alimentaria es un beneficio para el bienestar y seguridad global. Está demostrado que la estabilidad depende del nivel de satisfacción. ¿Nos interesa que una zona como oriente medio sea estable y segura? Creemos que los actores políticos entienden y pueden empatizar más allá de lo ético: no tiene sentido que haya 700 u 800 millones de personas en inseguridad alimentaria, con alimentos para 10.000 millones. Pero, a pesar de ello quiero destacar que el trabajo que queremos estimular es para que si no acabamos con el hambre,  por lo menos lo vayamos encapsulando y al final sea algo marginal. En el 92 había 1.200 millones de personas afectadas por la inseguridad alimentaria, el 20% de la población. Y hoy en día estamos en 800 millones, con una población de casi 8.000 millones, hemos bajado el porcentaje, se ha avanzado; y eso después un rebote de la covid y de una crisis económica de 2010, que eso también tuvo un impacto. Se avanza, la idea es que eso se vaya enaneciendo hasta que sea historia. Como digo siempre, esto es un partido de rugby, donde metemos muchísima energía para ganar un metro. Pero no hay opción de rendirse. Hay que seguir metiendo energía incluso para proteger que ese metro no haya atrás. 

¿El hambre es predecible y prevenible?

Hay datos  de sobra. Y ahora con la inteligencia artificial y mecanismos como drones  o satélites tenemos la capacidad cada año de prever, y lo estamos haciendo, desde octubre, cuál va a ser la situación potencial de inseguridad alimentaria en el Sahel, a través de un sistema. El problema es que cuando hacemos llegar esa información, en noviembre, los presupuestos no están aún cerrados, con idea de que se habiliten presupuestos de prevención para invertir en proteger al ganado con forraje, puntos de agua nuevos… Sistemáticamente llegamos tarde, y cuando la comunidad internacional se mueve es en abril, y ya tenemos confirmación de que hay una tasa de desnutrición infantil que significa niños condenados a muerte. Es posible acabar con esto, pero hace falta voluntad, y la atención, el foco. La UE en diciembre estaba pensando en Ucrania y Gaza, y está bien. Pero no puedes vestir un santo para desvestir otro. E invertir un euro en prevención supone ahorrarse tres euros en respuesta. ¿Qué ocurre al final? Que no tenemos 3 euros para la respuesta, porque ya hay dos que están invertidos en los temas de crisis agudas. Significa que en el Sahel vamos a llegar a 40 o 50 % de cobertura, y la mitad de la población que está bajo esa espada de Damocles lo va a pagar.