Cuando Itziar Grajales escuchó que había estallado la guerra en Ucrania y hacían falta familias de acogida pensó que era buen momento, ya que su marido, Javier Ugarte, acababa de jubilarse; lo consultó con su hija Irati, le pareció “genial” y la pareja abrió las puertas de su hogar a Natalii, sus hijos Mila y Artom y su sobrina Daría. “Lo decidieron prácticamente todo entre la madre y la hija, yo acaté”, bromea Javier. La familia ucraniana llegó para un mes y se quedó seis, de marzo a septiembre. Ahora, Natalii se ha asentado en Gasteiz, trabaja en un bar y vive en una habitación alquilada, pero los chavales han preferido regresar a Kiev para iniciar la universidad.

“No ha sido muy fácil, pero también ha sido ilusionante y hemos ganado unos amigos con los que seguimos en contacto, mantenemos el vínculo”, confiesa el matrimonio. ¿Problemillas? ¿Roces? “Los propios de toda convivencia, fruto de costumbres, culturas e idiomas diferentes y, claro, “la edad es la edad, da igual en España, Ucrania o Francia, son adolescentes y nosotros unos carcamales para ellos”, sonríe Javier, que ya había olvidado lo que es esa azarosa etapa de la vida con sus hijos ya independizados en la treintena. 

“No todo es blanco o negro, hay una gama infinita de grises y, aunque los roces puedan existir, por ambas partes, con el tiempo sólo recuerdas los mejores momentos”

Sin embargo, incluso renunciando a su habitual vida diaria por un tiempo, se quedan con lo bueno. “No todo es blanco o negro, hay una gama infinita de grises y, aunque los roces puedan existir, por ambas partes, con el tiempo sólo recuerdas los mejores momentos”, aprecian Itziar y Javier, al igual que piensa Natalii. “Bien, me he sentido muy bien acogida, me han ayudado mucho”, confirma.

Bien lo saben Janire Palacios, de Serso San Viator, y Bernat Oró, de Fundación Ellacuría, asociaciones que gestionan el programa de ayuda Loturak del Gobierno Vasco. “Dentro de las experiencias de acogida hay de todo y, como toda labor solidaria, requiere un compromiso, más si se trata de una convivencia diaria, ya que es un reto para todos; si a eso le sumas que conviven unidades familiares muy diversas, aun requiriendo un gran esfuerzo, como lo es abrir las puertas de tu casa, lo que queda al final siempre es positivo, y ahí es fundamental la labor de Loturak porque de todas esas convivencias salen aprendizajes”, dice Bernat.

"Lo que queda al final siempre es positivo, y ahí es fundamental la labor de Loturak porque de todas esas convivencias salen aprendizajes”

Bernat Oró - Fundación Ellacuría

Natalii decidió huir de Ucrania al sentir cerca el estallido de una bomba, se asustó muchísimo, sintió miedo y decidió dejar atrás su vida, aun sabiendo que su marido no podía salir del país. Después de cruzar a Polonia con Mila y Artom, dio marcha atrás, regresó a por su sobrina Daría y puso rumbo a Vitoria; su único contacto con Euskadi era una excompañera de trabajo de Oñati.

Itziar y Javier hicieron cómoda su estancia en tierras alavesas apuntando a madre e hijo al gimnasio y a las chicas a un equipo de voleibol en el que juega una sobrina de Javier. “Más el colegio, las clases de castellano en las que congeniaron con otros chavales ucranianos con los que después quedaban y actividades en familia; la verdad es que durante el curso sí que han tenido lío”, apunta Itziar. 

“Nos enteramos por la trabajadora social, Natalii no nos dijo nada, se lo comió todo ella”.

Uno de los momentos más duros fue cuando hirieron al marido de Natalii. “Nos enteramos por la trabajadora social, Natalii no nos dijo nada, se lo comió todo ella”. Además, a medida que el conflicto se prolonga, la situación pesa más y, pronto, a los tres o cuatro meses de su estancia, Natalli, sin ninguna esperanza en el final de la guerra, decide afincarse en Vitoria. “Cuando la guerra termine, en mi país todo va a estar muy mal”, piensa. Sin embargo, los jóvenes no lo ven así, echan de menos sus adolescentes vidas en Ucrania, a sus amigos... y presionan hasta conseguir volver a Kiev. “Ahora estarán un tiempo aquí y otro allí”, planea Natalii. 

Ni Itziar ni Javier dan demasiado valor a su acción solidaria. “Son personas que tenían unas necesidades y en cierta medida podíamos facilitarles ese trago”, explican. Lejos de arrepentirse, van a darlo todo por mantener el vínculo creado. De hecho, hace nada han vuelto a abrazarse a madre e hija en la fiesta de cumpleaños de Mila, de visita unos días en Gasteiz. “Y Daría quiere venir en verano con su madre, que nos quiere mucho”, cuenta una emocionada Itziar. Son familias enlazadas por la guerra.

Fondo Isuri

Loturak. El Fondo Isuri es una iniciativa del Departamento de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales del Gobierno Vasco de ayuda a personas y familias ucranianas y otros colectivos afectados por las consecuencias de la guerra. Y Loturak, la red ciudadana de acogida y acompañamiento surgida para impulsar y acompañar dicha labor solidaria.