La sanidad pública no solo se ve obligada a lidiar con pandemias desconocidas que dejan miles de muertos, o con el envejecimiento masivo de una población que genera el seguimiento de toneladas de pacientes crónicos, también debe afrontar el precio de nuevos medicamentos para enfermedades graves y raras, de precio estratosférico que, en algún casos, alcanza los dos millones de euros. El gasto en tratamientos contra el cáncer se ha duplicado en cinco años y el de terapias para enfermedades raras ha crecido un 66%. Estas dos partidas ya suponen casi la mitad de la factura de los hospitales en fármacos. 

Si hay que buscar el preparado más top del gasto, tiene un nombre, Zolgensma porque cada vial costaba dos millones de euros aunque se logró rebajar ligeramente. El medicamento más caro del mundo, destinado a niños con una enfermedad rara, es la primera terapia génica para una enfermedad neurológica y requiere una única administración intravenosa cuyo efecto dura de por vida.

Cuando los laboratorios dan con un producto que ofrece soluciones desconocidas ante una enfermedad, han encontrado su ‘santo grial’

¿Es sostenible pagar semejante coste? ¿Puede el sistema sanitario afrontar semejante precio?, ¿Quién fija lo que vale o no vale un fármaco?, ¿Cuánto cuesta desarrollar una fórmula innovadora? Hay que tener en cuenta que tampoco es igual patentar un analgésico que usarán miles de millones de personas en todo el mundo, y que se puede rentabilizar fácilmente, que un suero para una enfermedad rara del que pueden valerse apenas unos cientos de ciudadanos. Son las compañías farmacéuticas quienes determinan el precio en función de la disposición a pagar de los Estados y, supuestamente, una vez calculado su coste de investigación y producción. 

No hay que olvidar que detrás de los avances terapéuticos suele haber al menos diez o quince años de trabajo. El I+D+i que realizan las farmacéuticas dispara los costes hasta el infinito, y los ensayos clínicos, junto al proceso de lanzamiento al mercado pone su precio por las nubes. Cuando los laboratorios consiguen un producto innovador que ofrece soluciones ante una enfermedad que antes no existían, encuentran el santo grial y su auténtica gallina de los huevos de oro.

Pero no siempre es así. A veces se basan en investigaciones y realizadas y tampoco resulta fácil saber qué precio real es el que se paga. A menudo, el Ministerio de Sanidad se niega a revelar cuál es la cantidad efectiva y las condiciones que negocia en secreto con las firmas que desarrollan y fabrican el fármaco. 

Acceso a la innovación

Desde Osakidetza también se asumen estos fármacos de coste estratosférico y “hemos garantizado siempre el acceso a la innovación de nuestros pacientes”, señala el director de Farmacia del Gobierno vasco, Iñaki Betolaza. A su juicio, “desde los sistemas públicos de salud, abogamos por que los fármacos innovadores, lo primero sean efectivos, es decir, que cumplan con aquello que pretenden resolver. Y hay ocasiones en que es así y a veces, sin embargo, los resultados no son los que inicialmente se planteaban. Pero ¿por que no decirlo? También hemos tenido ocasiones en que los fármacos han sido mucho más efectivos en la vida real de lo que lo fueron en los ensayos”, indica.

Los sistemas de salud llegan a pagar a plazos los fármacos más caros e incluso dejan de abonarlos si no dan los resultados esperados

A su juicio, “para hacer frente al elevado precio es muy relevante la disponibilidad que tienen los países para poder pagarlos. Y lo que pedimos es que sean asequibles porque necesitamos sistemas sostenibles”. “Si bien es verdad -reconoce- que la innovación ayuda a la sostenibilidad porque permite cambiar la práctica clínica e ir redistribuyendo los recursos”.

De hecho, en enfermedades raras y medicamentos huérfanos, Osakidetza ha experimentado un incremento importantísimo del gasto farmacéutico. En este momento, este tipo de medicamentos ya ocupan el tercer lugar en el ranking. Asimismo hay tratamientos crónicos con unos precios importantes que “fundamentalmente tienen que ver con la oncología o enfermedades inmunomediadas (enfermedades crónicas y altamente discapacitantes)” que suponen una carga importante para los sistemas de salud.

En este sentido, se ha logrado avanzar mucho en el pago por resultados. “Tenemos un sistema de pago por varios años y si el fármaco es muy caro, la financiación se establece en un periodo determinado. Se han establecido una serie de condiciones para abordar los pagos, en función de si el fármaco presenta unos resultados más o menos efectivos. Incluso si a partir de cierto momento, no tiene los efectos deseados, se deja de abonar”, subraya.

EL TOP 5 DE LOS MEDICAMENTOS MÁS COSTOSOS


  • ZOLGENSMA (precio: casi 2 millones de euros). Financiado desde 2021, está indicado para tratar la atrofia muscular espinal tipo 1. La esperanza de vida de los niños con esta enfermedad no supera los dos años en el 80% de los casos.


  • KYMRIAH (precio: 426.000 euros). Novartis fijó el precio en 426.000 euros aunque los hospitales pagan algo menos. Indicado para dos tipos de cáncer de la sangre y para pacientes con leucemia linfoblástica aguda (LLA).


  • LUXTURNA (precio: 345.000 euros por ojo). Combate una determinada ceguera. Sirve para tratar a adultos y niños con pérdida de visión debido a una distrofia retiniana hereditaria, asociada a una determinada mutación. 


  • TERAPIA YESCARTA (precio: 332.000 euros). Junto con Kymriah es el farmáco más caro contra el cáncer que se financia. Se trata también de una terapia CAR-T, muy discutida por los altos precios aplicados por las farmacéuticas.


  • SPINRAZA (precio: 75.000 euros por dosis). De Biogen, está indicado para la atrofia muscular espinal, un trastorno genético raro que causa también incapacidad motora progresiva y deriva en la muerte prematura en su forma más grave.