Se acerca el Día del Orgullo LGTBI. Como cada 28 de junio, el colectivo alza su voz especialmente durante esta jornada, tanto para celebrar lo conseguido, como para reivindicar lo que queda por alcanzar. Dentro de la lucha, está la consecución plena de derechos en el ámbito familiar. Con el objetivo de ofrecer un altavoz a los hogares diversos, este periódico habla con Patricia Ruiz de Gauna y Elena Bermúdez que, junto con su hijo Noah y su perro Xul, son una de las cada vez más habituales familias LGTBI que viven en Euskadi.

Patricia y Elena llevan juntas más de una década. Se conocieron en verano de 2009, trabajando como socorristas en el polideportivo de Beasain. Sus parejas de ese momento eran amigas, lo que facilitó que ellas se fueran conociendo. Surgió el amor y, meses más tarde, comenzaron a salir. Hasta la actualidad. El pasado 18 de junio celebraron su sexto aniversario de boda y tienen un hijo, Noah, que acaba de cumplir los dos años.

Ambas “teníamos claro que queríamos ser amas”, cuenta Elena, aunque puntualiza que en los comienzos de una relación “no comentas esas cosas”, sino más tarde, “cuando vas haciendo planes de vida”. Algo que corrobora Patricia. “Como todas las parejas, cuando vas dando pasos hacia adelante, en algún momento sale la conversación de los hijos; si quieres o no quieres tener. Y las dos queríamos”.

“Queríamos que los hijos que tuviésemos fueran de las dos, indistintamente de quién los hubiera parido”

Patricia Ruiz de Gauna - Ama en una familia LGTBI

Eso sí, primero decidieron “dar otro paso”, el de casarse. Y es que, a día de hoy, es necesario que dos mujeres estén casadas para que ambas puedan constar como madres al registrar a un hijo o una hija. Si no, la madre no gestante debería llevar a cabo un proceso de adopción, algo que no ocurre en el caso de las parejas heterosexuales que no hayan contraído matrimonio. El anteproyecto para una futura ley estatal LGTBI, presentado el 29 de junio de 2021 en el Consejo de Ministros, contempla eliminar esta discriminación en el proceso de filiación, pero la normativa todavía no ha sido aprobada. “Queríamos que los hijos que tuviésemos fuesen de las dos, indistintamente de quién los hubiera parido”, insiste Patricia, algo para lo que consideraban importante casarse y así “facilitar el tema de la burocracia”.

En su viaje hacia la maternidad, escogieron el camino de la reproducción asistida. Primero, al poco de casarse, se plantearon recurrir a la sanidad privada, por aquello de “acelerar el tema”, admite Elena. Sin embargo, el coste de adquirir una vivienda hizo que optaran por la sanidad pública, donde el proceso es “prácticamente gratuito”, tal y como apunta Patricia.

Tras medio año de pruebas y luz verde para ser incluidas en la lista, otro año y medio de espera hasta recibir la llamada para comenzar con el proceso y los consiguientes nueve meses de embarazo, en junio de 2020 nació Noah. “Hizo realidad nuestro sueño de ser madres, algo que deseábamos desde hacía tiempo”, sostienen.

“Muchas veces, queremos dar una imagen de ‘progres’, pero todavía queda mucho camino por andar ”

Elena Bermúdez - Ama en una familia LGTBI

CRIANZA

Respecto a la conciliación, confiesan que “lo llevamos bien”. Desde el nacimiento del pequeño, Elena, que fue quien gestó al bebé, no trabaja fuera de casa, algo que reconocen que facilita la labor. Más aún cuando Patricia, enfermera de profesión, trabajaba a tres turnos (mañana, tarde y noche), hasta que hace menos de dos semanas se incorporó a un puesto con un horario de mañana, de lunes a viernes; “va a ser algo más llevadero”, comenta Elena.

El reparto de las tareas “igual no es súper equitativo”, admite Patricia, pero “intentamos compensarnos”. La carga mental que supone la crianza, eso sí, manifiestan que “es igualitaria”. Dudan sobre si esto es así por ser una pareja lésbica, ya que desconocen “cómo sería si fuésemos hombre y mujer”. Pero observando algunas parejas heterosexuales, Elena afirma que “se aprecian ciertas cosas” y que ellas “igual lo gestionamos de otra manera”.

Durante estos dos años siendo amas, confirman haber vivido varios episodios de lesbofobia, que implican precisamente a su maternidad. “Hemos tenido comentarios como bueno, pero tiene un aita. No, perdona, no tiene un aita; tiene un donante. O sea, olvidaos del aita”. Es decir, “tiene alguien que le ha dado el gen Y”. Elena corrobora esta discriminación y la zanja con una sencilla frase. “Aquí no existe la figura del aita. Aquí, somos dos amas”.

Dos años para ser madre con Osakidetza

La lista de espera es de año y medio, al que preceden seis meses de distintas pruebas para poder entrar

El proceso para ser madre a través de técnicas de reproducción asistida en Osakidetza “es un poco largo”, tal y como afirma Elena. Junto con Patricia, fueron amas por esta vía en junio de 2020. 

Una vez se decide comenzar este viaje, las paradas que se deben realizar son múltiples. “Tienes que ir a la médica de cabecera, ella te tiene que derivar a la ginecóloga, la ginecóloga te hace unas pruebas, te derivan a Reproducción Asistida en Donostia, de allí te tienen que llamar, te hacen diversas analíticas, pruebas...”, enumera Elena. Seis meses de idas y venidas, hasta que Osakidetza da “el visto bueno” y se pasa a la lista de espera, “que hasta ahora, ha sido de año y medio”. Por tanto, “desde que empieza el proceso hasta que te inseminan, pasan dos años”, resume Elena.

La atención recibida en Reproducción Asistida en el proceso de conseguir ser amas la recuerdan como impersonal. “En cada consulta, nos atendía una persona distinta” y “en muchos momentos, me sentí como un número” rememora Elena, que fue la que gestó a Noah.

Creen que esto puede ser fruto de la saturación y la alta ratio de personas que trata cada profesional. Pero Patricia recuerda que este “es un tema muy sensible” y no es lo mismo que ir “a quitarte unas grapas porque te han cosido la pierna”. “El trato era un poco frío muchas veces; sentías que ibas en modo vaca, a que te preñen y ya está”.

El acceso a la reproducción asistida de la sanidad pública no supuso ningún problema para Patricia y Elena. Eso sí, puntualizan que “en varias ocasiones, nos preguntaron si estábamos casadas” ya que “por ciertos trámites”, era “mucho más fácil” realizar así el tratamiento.

No solo parejas de mujeres recurren a la reproducción asistida para cumplir su deseo de ser madres. “Cuando estuvimos allí”, recuerda Elena, en referencia al Hospital Donostia, “nos dimos cuenta la de gente que tiene que hacer uso del servicio de reproducción. Algo increíble. Mucha gente muy variopinta y muy diversa”. – U.G.I.

Además, les ha tocado interactuar con alguna pediatra que requiere una actualización de conocimientos sociales, ya que, al entrar a la consulta recibieron un “pero, ¿quién de las dos es la ama?”. Respondieron “no, las dos” y se encontraron con una cara de extrañeza enfrente. “Estamos en el siglo XXI, tampoco es tan raro; habrá más de una, no seremos las únicas”, incide Patricia.

La discriminación también llega por parte de las instituciones, a través de “documentos oficiales” donde “no existe la opción madre/madre o padre/padre; es madre/padre”, relata Elena. Eso mismo les sucedió a la hora de inscribir a Noah en la ikastola para el próximo curso.

El resto de la lesbofobia, aquella a pie de calle, les ha llegado con sutileza. “No hemos tenido ninguna experiencia de que nos hayan llamado nada. Pero sí que ves miradas, que la gente se gire, que hagan comentarios, cuchicheos”, recuerda Elena.

No obstante, constatan cambios a lo largo de los últimos años, “sobre todo, a nivel institucional”. Y ponen como ejemplo el cambio en la nomenclatura en los permisos cuando un hijo o hija viene al mundo; “ya no es permiso de maternidad o permiso de paternidad; ahora es permiso por nacimiento de un hijo”, informa Patricia.

Eso, sí, subrayan que “socialmente, todavía nos queda mucho”. Y distinguen lo que algunas personas digan en la calle respecto a lo que expresan entre las cuatro paredes de su casa. “Mucho es de cara a la galería”, comenta Elena, y razona su afirmación; “por comentarios que escuchas a niños. A los niños no les salen esos comentarios. Esto son cosas que escuchan en su casa”. Por eso, cree que “muchas veces, queremos dar una imagen de progres, pero, en realidad, todavía queda mucho camino por andar”.

PREGUNTAS

En este contexto está creciendo Noah, que con sus dos años recién cumplidos ya empieza a hablar con más soltura y entendiendo poco a poco el mundo que le rodea. Ni a su ama ni a su amatxo les preocupa explicarle que existen diferentes tipos de familias, ya que, “al vivirlo desde txiki, no tomará como algo extraño” tener dos figuras maternas; “para él, esto es lo normal”, recuerda Elena. Cuando comience el próximo curso escolar, se embarque en la aventura de la ikastola, “irá descubriendo él mismo que hay otros tipos de relaciones familiares” y, cuando haga preguntas, “le explicaremos” de “manera sencilla” esa diversidad.

Otra cosa es lo que pueda recibir de sus compañeros o compañeras de colegio. “Que le machaquen” por su núcleo familiar, “no te apetece”, dice Patricia. Eso “sí me preocupa”, reconoce, aunque “creo que los niños no tienen malicia de inicio” y dependerá de “lo que vayan escuchando en casa; si en casa no le dan mayor importancia, los críos no se la darán”. Pero Noah “tendrá que ir aprendiendo a tener recursos para poder afrontar esas críticas”, se resigna Patricia.

Al fin y al cabo, la LGTBIfobia que subyace en esta situación concreta, reside en la ignorancia y la incapacidad para poder entender lo que realmente es una familia, que estas dos mujeres califican como “un núcleo de afectividad”, no necesariamente ligado a una “razón de sangre”; “tú escoges a quién quieres tener al lado”, insiste Elena. La fórmula puede incluir “una pareja”, “hijos”, “mascotas”, pero hay quien no tiene esos elementos alrededor y compone su familia con amistades. “Al final, cada uno busca un hogar, en el que te sientes cómodo con gente que consideras tu familia, por razón de afinidad emocional”, resume Patricia. Un entorno seguro, “algo que hay que cuidar con muchísimo amor toda la vida”, recuerda Elena.