el papel de España en el éxito de la misión Apolo 11 es sobradamente conocido; el azar quiso también que la histórica comunicación de Neil Armstrong a la Tierra (The Eeagle has landed) fuera recibida por la estación que la NASA construyó en Fresnedillas de la Oliva (Madrid) y trasmitida desde ahí a Houston y al mundo entero.

La improvisación, en este caso las prisas de los astronautas por descender de la nave y pisar el suelo lunar sin atender el riguroso programa establecido, motivó que la segunda de sus históricas frases, mucho más prosaica además (“Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”), tampoco fuera recibida en Houston, sino en Australia.

EEUU necesitaba dos estaciones adicionales de seguimiento de las naves tripuladas para asegurar el contacto permanente con los astronautas mientras la Tierra rotaba, y fijó esos complejos espaciales en Australia y en España. Cerca de 400.000 personas estuvieron implicadas de una u otra manera en la misión Apolo 11, y entre ellas cuatrocientos españoles, algunos de los cuales resolvieron a contrarreloj, apenas dos horas y cinco minutos antes del lanzamiento del Apolo, un problema que a punto estuvo de provocar la cancelación de la misión. Un problema impedía la comunicación entre España y Houston, pero técnicos de la entonces Compañía Telefónica Nacional y de la NASA encontraron a tiempo una solución alternativa que aseguraba esa conexión.

de madrid a la luna La Nasa ya había elegido España, con el complejo espacial de Maspalomas (Gran Canaria) para algunas de sus misiones tripuladas como los programas Mercury y Gemini, en plena carrera espacial a finales de los cincuenta y los sesenta. Poco después del lanzamiento del Sputnik ruso en 1957, ingenieros españoles contratados por la NASA y Telefónica estaban ya “cacharreando” en la localidad madrileña de Griñón para familiarizarse con el funcionamiento de las comunicaciones vía satélite. Ese conocimiento científico y tecnológico desembocaría después en las gigantescas estaciones de seguimiento de Buitrago de Lozoya (Madrid) y Maspalomas, primero; y las de Fresnedillas y Robledo de Chavela, también en Madrid, después.

El momento del alunizaje tuvo que ser “soportado” por la estación de Fresnedillas, que junto con el complejo de Maspalomas había sido diseñado y construido para manejar un ingente volumen de datos, voz e incluso televisión por satélite, algo que hace cincuenta años parecía ciencia ficción.

José Manuel Grandela tenía entonces 23 años, sabía inglés y era oficial telegrafista de la Marina Mercante; optó por atender, siguiendo las recomendaciones de su mujer, un anuncio de la NASA reclamando técnicos con ese perfil para su programa lunar, aunque desde el principio él pensó que aquello era “fantasioso” y para personas superdotadas. Superdotado o no, su preparación incluía además el dominio del código morse, el alfabeto que se utilizaría para comunicarse con los astronautas en caso de emergencia, y días después de ver el anuncio ya estaba trabajando para la NASA y el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA).

Grandela siente que ha sido protagonista de un acontecimiento histórico y rememora desde la serenidad cómo fueron aquellos minutos, y cómo pasaron de la alarma a la angustia y de la angustia al júbilo. “Se nos salía el corazón del pecho”, señala y recuerda que antes del alunizaje y de la histórica frase se sucedieron varios problemas; primero saltaron las alarmas porque los ordenadores no eran capaces de procesar tanta información, y después porque a la nave le quedaban solo 30 segundos de combustible (a los 18 la misión se habría abortado) y porque las pulsaciones de Armstrong se habían disparado a 158.

A su lado, Carlos González, que ha trabajado durante 43 para la NASA, era el responsable de las radiofrecuencias que permitían escuchar la voz de los astronautas (”sin voz no habría alunizaje”, destaca) y de hecho escuchó, medio segundo antes que sus colegas de Houston, la famosa frase de Armstrong. Atendiendo también el anuncio que la NASA había publicado en los periódicos, fue inmediatamente seleccionado, aunque antes de incorporarse a la estación de Fresnedillas y al programa Apolo tuvo que cumplir el servicio militar como voluntario durante 18 meses, porque ése (tener la mili ya hecha) era uno de los requisitos exigidos. Rememora la tensión que vivió durante las horas previas al alunizaje y cómo toda la adrenalina se disparó en forma de júbilo cuando devolvieron el control a Houston con la nave ya en la Luna.

Valeriano Claros-Guerra es un ingeniero español que se sumó al programa Apolo de la NASA en diciembre de 1968, con solo 26 años. El 20 de julio de 1969 Claros-Guerra había terminado su turno, pero aquella noche durmió poco. Siguió en directo el momento en que el hombre pisó la luna. A los 18 minutos y 18 segundos del lanzamiento del cohete, Houston se pone en contacto con los astronautas a través de las antenas de la estación de Maspalomas. En ese momento les informa de que los datos desde Canarias les dicen que van ligeramente desviados. “Corrigieron... y de regreso a la Tierra, parece que Armstrong comentó que gracias a ello no se pasaron de largo de la Luna”, recuerda Claros-Guerra, testigo de todos aquellos minutos decisivos desde su cargo de supervisor.