Cuando uno conduce la línea que pasa por los hospitales de la ciudad, lo habitual es trasladar a muchas personas con diferentes patologías camino a sus revisiones, a la par que llevar de aquí para allá a familiares y amigos de enfermos ingresados, que acuden para alegrarles (no siempre) la existencia con visitas imprevistas, regalos absurdos y prensa variada; cuando muchas veces el mejor regalo a un convaleciente es el silencio y el reposo.

Estaba yo en esa línea todo el mes, arrimándome con cautela al borde para facilitar el descenso a la gente mayor y a los usuarios de muletas, bastones y terceras piernas prefabricadas, así como sacando y metiendo la rampa en una hábil escaramuza contra los bordillos rebeldes y las aceras reacias a la invasión mecánica. En uno de los viajes, la rampa se negó a regresar a su cubículo y tuve que bajarme para hacerla volver de manera manual es decir: empujando como un poseso y llenando mis manos con más grasa que la que hay en un asador de pollos. Tras varios impulsos y otros tantos tacos que no pienso reproducir aquí, el autobús recuperó la normalidad y todas sus piezas retornaron a sus entrañas posibilitando continuar con el raudo caminar por la ciudad.

Me sorprendió sobremanera que mientras peleaba con la rampa y me acordaba de su inventor no con muy buenos deseos, habían subido al autocar diecisiete personas con el brazo escayolado. Por un momento, cuando me limpiaba las manos con unas toallitas de alcohol que siempre llevo en la guantera, pensé en una epidemia de consecuencias temibles para toda la población (excepto para los fabricantes de yesos), que habría nublado la habitual pandemia de gripe que nos azota cruelmente cada invierno. Arranqué el articulado y continué el recorrido mirando de soslayo por el retrovisor a tantísima gente con el miembro a la virulé. Un viajero cercano a mi vera, también se percató de la situación tan extraña:

-¿Será que hay una afición extraordinaria por jugar al bádminton tras los éxitos de Carolina Marín? -me sugirió ante el número de lesionados-.

-Lo dudo -respondí seguro-, porque el bádminton, el parchís y las canicas son juegos tan aburridos que antes de perder el brazo uno pierde la paciencia. Y si ocurre una lesión, ésa es, sin duda, en los hemisferios cerebrales provocada por el tedio y la fuga de neuronas del lóbulo temporal.

-¡Caramba!, no había pensado en eso. Claro, que yo bastante tengo con mis problemas de salud -continuó el usuario-. Es terrible; me he casado y no puedo celebrarlo con mi mujer.

-¿Y eso? -indagué sorprendido-.

-Pues porque soy diabético y me han prohibido la luna de miel?