La mañana sabatina se presentaba aburrida y soporífera tras haber dejado atrás las recientes navidades y las desesperantes rebajas, circulando además en una línea de escaso movimiento y mínimo tránsito de personal. El tedio llamaba a la puerta del urbano con la intención de quedarse de compañero junto al sopor, cuando un variopinto y excéntrico grupo de personas ascendió en la parada de Zaramaga con la intención de llegar hasta la Duna para hacer una comida de hermandad a base de pollo asado y tentetieso. En el grupito, formado por tres hombres y dos mujeres, debatían interesados sobre cuál era la palabra cuyo significado más dilucidaba una sensación de desdén de entre muchas de ellas. Yo que lo mejor que tenía era el programa de la Pepa en Radio Uno, opté por bajar el volumen y subir mi capacidad auditiva.

-Esnob es sin duda la palabra más determinante -dijo uno de ellos muy serio-. Expresa como nada una forma de ser absolutamente desmedida. Resulta lamentable el querer imitar en formas y maneras a quienes crees más distinguidos.

-Yo en cambio -dijo una de las chicas con pelo pelirrojo-, considero que la palabra ignominia es la mejor. No hay nada más triste que aquel que pierde el respeto de los demás por una acción nefasta.

-¿Y estulto? -añadió otro de los miembros del grupo levantándose del asiento como para darse más énfasis-. Es terrible quien es un necio o un tonto redomado y ni se entera de que se lo dicen con un palabro así.

El viaje continuó en esta línea argumental tan extraña. Después descubrí que el quinteto en cuestión era el núcleo de la asociación para la defensa y el buen uso del lenguaje, y que sus disertaciones iban con frecuencia encaminadas en estos devenires puristas sobre el léxico y la semántica.

Viendo la posibilidad de marcarme un punto al respecto, entré en la conversación:

-¿Pero a que ustedes no conocen uebos? -dije aprovechando el disco rojo del semáforo-. Que si bien no tiene un significado dilapidador, parece una barbaridad obscena, aunque se refiera a las cosas necesarias.

-Que interesante vocablo -exclamó el más alto del grupo que aún no había dicho nada. Y a continuación se dirigió a mí acercándose a la zona de conducción: Perdone que le pregunte a usted que le veo puesto en el tema lingüístico -me dijo-. Antes de subir al autobús teníamos otra inquietud. No sabíamos muy bien qué postura tomar ante la cada vez más acuciante pérdida del lenguaje. Dígame que opina del tema: ¿Es peor mantenerse ignorante o indiferente al respecto?

Me tomé un momento de reflexión antes de contestarle:

-Sinceramente, ni lo sé, ni me importa?