Una vez pasadas las fiestas navideñas de guardar, en las que además de estropear estómago, hígado y vínculos familiares, algunos también han estropeado las relaciones laborales con el “amigo invisible”, me viene a la mente una conversación que escuché en mi autobús concernida con este extraño sistema consistente en obsequiar, al odioso compañero de trabajo que te asignan o incluso con un poco de mala suerte a tu propio jefe, con algún presente impresentable o de dudosa idiosincrasia. Les cuento:

En la parte delantera del bus, justo a mi lado, dos mujeres y un hombre que se dirigían hacia el centro al trabajo diario en una gestoría, hablaban sobre este asunto. Una de las chicas, morena y fuerte, se quejaba:

-Estoy hasta el gorro del amigo invisible. Todos los años la misma historia.

-Yo -dijo la otra que era rubia, alta y delgada como una jirafa de la sabana en huelga de hambre- recuerdo que en mi anterior trabajo la cosa pasó a mayores cuando alguien regaló a mi jefe un Samsung Galaxy?

-¡Jobar vaya regalo! -intervino el hombre que tal como miraba a la rubia parecía estar coladito por ella-.

-Bueno ya, pero era un Note de esos a los que le explotaba la batería y mi jefe llevaba el móvil en el bolsillo del pantalón. No veáis como se le quedaron sus partes pudendas?

Los tres rieron la ocurrencia y yo, que iba más atento a la conversación que a otra cosa, me pasé una parada sin bajar a la gente. Un señor mayor me insultó desde los asientos del fondo.

-De todas formas -prosiguió la morena- yo quisiera saber quien es el merluzo que todos los años regala un portarrollos de papel higiénico con luz de colores y musiquita. Ya va así por lo menos seis años y espero que esta vez no me toque a mí.

-¿Qué dices? -se sorprendió la chica del pelo dorado-, yo si alguien me regala esa ordinariez le dejo de hablar para siempre.

Llegué a Dendaraba y bajaron todos del bus. Seguí con la mirada al trío notarial y vi que accedían al bar La Parada a tomarse un cafetito. Me di cuenta entonces de que el chico se había olvidado una bolsa de un bazar chino con un paquete dentro. Baje raudo al bar a devolvérsela pero para mi sorpresa no era suya. El hombre lo negó tres veces como hizo Pedro en un momento de nervios en el palacio del Sanedrín. Desconcertado volví a mi autobús y entonces comprobé que el paquete, mal envuelto, dejaba entrever algo inusual: un portarrollos de papel higiénico sonoro. Me entró una risa tonta y diabólica que hizo que una viajera que iba a subir a bordo optara por tomar el tranvía.

-Suerte amigo invisible -pensé en voz alta-, y recuerda que el amor eterno dura aproximadamente 3 meses?