son estudiantes que tratan de abrirse paso en terreno de nadie. A corto plazo sigue existiendo una elevada preocupación por la falta de expectativas laborales, realidad que convive con una previsión: la escasez de mano de obra que aguarda a la vuelta de la esquina debido al paulatino proceso de envejecimiento de la población. A medio camino, entre esos dos polos opuestos, emerge la gran incógnita para estos jóvenes que se están dejando la piel en su formación, conscientes de que las exigencias del mercado avanzan más rápido que el propio ámbito académico. Surge entonces el miedo, las dudas, el inconformismo...“Lo único que tenemos claro es que no vamos a estar parados”, confiesan estos cuatro jóvenes, de entre 21 y 25 años, que cursan su último año de carrera en la UPV/EHU y comparten con este periódico sus inquietudes.
Uxue Garmendia es la más veterana. Sabe que las empresas le van a pedir algo más que una titulación. Afronta la recta final de sus estudios de Enfermería. Le quedan las prácticas y el trabajo de fin de grado. “La semana que viene empiezo en la UVI y acabaré la formación en el centro ambulatorio de Beasain. Estoy muy contenta, me gusta lo que hago. Por el momento es una buena manera de ir adquiriendo experiencia”, confiesa la joven, que en ningún momento disimula su deseo de ponerse a trabajar de inmediato. “Dicen que hay ofertas, aunque sé que muy probablemente en un principio tenga que estar todo el día pendiente del móvil. Hoy aquí y mañana allí. Así han andado este verano las que han terminado la carrera. Por las referencias que nos llegan, hay contratos, aunque en unas condiciones que no son las mejores. Firmas para un mes, o te van renovando cada día... Ya veremos”, admite sin temor. “Ya surgirá algo”.
El encuentro tiene lugar en el centro Ignacio María Barriola, en el campus guipuzcoano de Ibaeta, el mismo lugar donde hace dos meses se celebró el acto solemne de apertura del curso académico 2017/2018. Durante su intervención, el lehendakari Iñigo Urkullu destactó que la universidad es “palanca de cambio” para avanzar en la empleabilidad de las personas jóvenes, algo que ansía Garmendia, a la espera de su primera experiencia laboral. “Sé que al principio no va a ser fácil”.
Tampoco es que quiera dar por bueno el refrán de mal de muchos remedio de tontos, pero tiene amigas que han acabado Magisterio y, ante la falta de expectativas laborales, se dedican a dar clases particulares durante dos horas en Gasteiz. “Tardan más en el desplazamiento que impartiendo las lecciones”, dice sorprendida. Unos y otros se miran. La situación actual del mercado laboral también puede depender de las comparaciones que se establezcan. María Rodríguez, de 21 años, cursa Magisterio en educación Primaria, que quiere completar con Infantil. Hoy por hoy es un mar de dudas. “La verdad es que no lo tengo nada claro. Quizá me decante por profesora de Inglés, que es lo que más salida tiene, pero ya se verá”.
En los corrillos de amigas de la facultad es tema habitual de charla los pasos a dar a partir de ahora, en una etapa de la vida que parece ser tan decisiva. “Todas comentamos lo mismo. Desde pequeñas hemos transitado por un camino marcado, seguro, en el que te dedicabas a estudiar hasta que por fin llega ahora la etapa laboral. En la universidad trabajamos para reducir la brecha entre lo que ofrece y lo que demanda la empresa, pero cuando llega el momento de dar el salto, las dudas aparecen”, admite.
Es de las que nunca ha tenido miedo a trabajar. Lo ha hecho compaginando sus estudios con empleos en supermercados, como educadora... “Soy consciente de que hace falta dinero para vivir, pero también me planteo si no hay más opciones que seguir el camino establecido. A veces parece que nos puede la presión y hay que ponerse a trabajar cuanto antes de lo que sea. Mi hermano gemelo, por ejemplo, cobra cuatro euros a la hora en Telepizza. ¿Es algo que merece la pena?”.
“Hablamos de derechos”
La futura profesora, como el resto de sus compañeros, observa que en realidad no es tan difícil encontrar trabajo siempre y cuando uno baje el umbral de exigencia. “Ahí es donde reside el miedo que tenemos todos. No encontrar un trabajo que realmente sea digno y esté bien remunerado. Tenemos ganas de emplearnos, pero también unos valores. Parece que en la sociedad actual, cuando pides buenas condiciones laborales estás demandando algo que no te corresponde. Creo que hablamos de derechos. La gente se está agarrando a lo que puede y deberíamos ser un poco más críticos, aunque entiendo que también es difícil cuando no encuentras otra salida”.
Admite que ve el futuro “de todos los colores”, aunque se esfuerza por ser positiva. “En general, en el ambiente estudiantil se percibe pesimismo y miedo. Lo peor de todo es que te lo pintan mal y al final nos lo creemos”.
No todos tienen la misma prisa por ponerse a trabajar. El zarauztarra Ander González, de 22 años, dice que no contempla salir al mercado laboral sin al menos un master en su currículo. Estudia Química, y entre la rama de investigación e industria se decanta por la segunda. “La investigación está sujeta a presupuestos, y siempre sufre vaivenes, por lo que creo que la mejor apuesta es la industria. Ofrece mejores expectativas y soy optimista al respecto, aunque hay una competencia feroz. Por eso hace falta un máster, porque con un grado vas muy justo”.
Formación y más formación. Es lo único que se plantea ahora mismo, sin descartar la posibilidad de compaginar sus estudios con algún periodo de prácticas en el extranjero. También lo contempla Iraitz Pazos, estudiante de Ingeniería Mecánica. “Cabe la posibilidad de ir fuera. El mercado en Ingeniería está funcionando en el extranjero mejor que aquí. Aunque en el extranjero las condiciones tampoco son las mejores, la gente está consiguiendo un puesto”.
Este joven de 21 años tiene claro que no va a ser ingeniero. Lo que más le gusta es la docencia. “Creo que está más difícil en la red pública, pero sí me veo de profesor en la red concertada donde no existe una lista tan larga de demandantes”, confiesa estudiante.
Pazos se muestra crítico con respecto a la falta de oportunidades para combinar estudios con otras actividades remuneradas. “La clave para trabajar y estudiar al mismo tiempo es que sea compatible. En ese sentido, en el extranjero se ofrecen más mini jobs que lo hacen posible. Aquí solo encuentras trabajo en hostelería y poco más, mientras que en países como Inglaterra y Holanda, que he conocido a través de programas de intercambio, tienes más posibilidad de encontrar empleos a media jornada”. Los cuatro observan que el mercado laboral no se lo va a poner fácil, pero a base de esfuerzo confían en conseguir el puesto al que aspiran.