El pasado 16 de noviembre, como cada año, la Fundación Social Ignacio Ellacuría, entidad dedicada a la atención a las personas migrantes, perteneciente a los jesuitas, celebró en la capilla de Arrupe Etxea de Bilbao el 28º aniversario de la matanza de la UCA en El Salvador, donde Ignacio Ellacuría fue asesinado junto a otros cinco compañeros jesuitas, además de una trabajadora de la casa y la hija de ésta. El mismo día, saltaba la noticia de que Estados Unidos aceptaba la orden de extradición a España del coronel Montano, viceministro de Defensa de El Salvador entre 1989 y 1992, quien podría ser clave para el enjuiciamiento de los autores intelectuales de la masacre.

Ignacio Ellacuría era el principal objetivo de la matanza. Portugalujo de nacimiento, estudió con los jesuitas en Tudela, ingresando en el noviciado de la Compañía a los 17 años, en 1947. Tras un período de noviciado de dos años en Loiola, viajó para terminar el mismo, primero, a El Salvador y, más tarde, a Quito. Regresó a Europa para estudiar Teología en Innsbruck, donde tuvo de maestro al prestigioso teólogo, también jesuita, Karl Rahner. Posteriormente, continuó su formación en Madrid, realizando el doctorado en la Complutense bajo la guía de Xavier Zubiri, quien fue su gran maestro, y del que se sentía continuador de su obra en lo intelectual.

Su otra gran influencia fue la Teología de la Liberación, que Ellacuría conoció tras su vuelta de Madrid a El Salvador en 1967. En 1968 se celebró la conocida Asamblea General del Episcopado Latinoamericano en Medellín, en el que los obispos hispanoamericanos, en la estela del Concilio Vaticano II y de encíclicas sociales como la Populorum Progressio de Pablo VI, orientaron su actividad pastoral hacia la “opción preferencial por los pobres”, denunciando la situación de desigualdad y miseria de Latinoamérica y clamando por una Iglesia profética que fuera capaz de promover la justicia y la paz.

Esto marcó el inicio de la Teología de la Liberación, escuela teológica que trató de reflexionar acerca de cuál debía ser la postura del cristiano y de la Iglesia en una situación de violencia, injusticia y desigualdad como la que se vivía en Latinoamérica. Esta escuela teológica fue nutriéndose de distintos autores, que desarrollaron una obra singular, suscitando algunos de ellos recelo en las autoridades jerárquicas eclesiales y también en las élites políticas latinoamericanas. Ellacuría adoptó esta corriente, convirtiéndose en uno de los pensadores más importantes de esta escuela, junto a Jon Sobrino, miembro también de la Compañía de Jesús y compañero de la UCA.

La sociedad salvadoreña ha sufrido la violencia y la desigualdad durante gran parte de su historia reciente. En los comienzos del siglo XX, varias dictaduras militares aplastaron brutalmente insurrecciones campesinas. El caso más grave, la revuelta de 1932, terminó con una represión en la que murieron 30.000 personas. Históricamente, la concentración de la propiedad de la tierra en muy pocas manos hizo que los conflictos sociales fueran continuos en El Salvador y el proceso de concentración de tierras y riqueza en una elite, lejos de disminuir, aumentó en la década de los 70. Los distintos gobiernos presididos por militares no resolvieron el problema, ni tampoco se solucionó a partir del 1982 cuando una asamblea constituyente eligió un presidente civil.

frente farabundo martí Paralelamente, la violencia política aumentó y llegó a su máximo exponente en 1980, cuando cinco grupos opositores se unieron para crear el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Entonces comenzó una guerra civil abierta entre el Estado y el FMLN que arrojó un saldo de 75.000 muertos y numerosos episodios brutales de vulneración de derechos humanos. Uno de estos episodios fue la matanza de El Mozote, donde el batallón de elite Atlácatl del ejército salvadoreño asesinó a unos 900 campesinos en una de las mayores matanzas ocurridas en América Latina. Por cierto, efectivos de este batallón fueron los que perpetraron la matanza de la UCA.

La Universidad Centroamericana Simeón Cañas, más conocida como la UCA, jugó un papel muy importante en época tan convulsa. Fundada en 1965 por los jesuitas, fue la primera universidad privada del país. En la UCA se reforzaron los programas educativos que incidiesen en el análisis de los problemas sociales y se optó claramente por la necesidad de fomentar una transformación de la sociedad salvadoreña en clave de justicia social. En este giro, Ellacuría jugó un papel relevante. Este compromiso de la UCA con la justicia social aumentó, si cabe, con la llegada de Ellacuría al rectorado. Ignacio profundizó en el compromiso del estudio de la realidad nacional y en el compromiso de la universidad en la defensa y promoción de las clases más desfavorecidas.

Paralelamente, la participación pública de Ellacuría en los medios de difusión en defensa de los desfavorecidos y criticando la situación política del país, lo puso en el punto de mira de los sectores más conservadores y de la ultraderecha. Así, en 1976, el jesuita vasco lanzó duras críticas al gobierno, acusándole de abandonar un plan de reforma agraria que podría haber ayudado a mejorar la calidad de vida de los campesinos y solucionar de esta manera el problema clave de la sociedad salvadoreña, el del reparto de la tierra.

anticipo del final Pronto comenzaron las amenazas y los actos de violencia contra la persona del jesuita portugalujo. El asesinato, mientras decía misa en un hospital, de monseñor Romero, arzobispo de San Salvador y figura de gran influencia en Ellacuría, anticipó el final de los que denunciaban tanto la violencia de la guerrilla como la brutal represión del ejército salvadoreño.

Unos días antes del asesinato de Ellacuría, en noviembre de 1989, el FMLN lanzó una gran ofensiva sobre la capital. La UCA se encontró en medio de una zona rodeada por el ejército salvadoreño, pero cerca de las calles donde se libraban los combates. La noche del 15 de noviembre, miembros del batallón Atlácatl entraron en la UCA y se dirigieron a la casa donde residían los jesuitas. Acto seguido, los militares sacaron de la residencia a cinco jesuitas de origen español: Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López y Juan Ramón Moreno y les hicieron tumbarse en el suelo del jardín. Los testigos del hecho manifestaron haber oído un rumor que no fue otro que el rezo del Padre Nuestro por los jesuitas. Un tiro en la cabeza acabó con el rumor.

Dentro de la casa fue asesinado otro jesuita, el salvadoreño Joaquín López y López. En aquellos terribles momentos, en una habitación anexa a la casa se hallaban la empleada del hogar, Elba Julia Ramos, y su hija, Celina, que habían ido a dormir a la residencia huyendo de los combates que se estaban produciendo en las calles adyacentes. También las asesinaron; los militares no querían testigos. Obdulio, el jardinero, marido de Elba y padre de Celina, fue el primero en acercarse al macabro escenario y descubrió el crimen.

Al parecer, el objetivo del operativo militar era asesinar a Ellacuría, y no dejar testigos. Ignacio estaba al tanto de las mediaciones que se estaban dando entre el gobierno y la guerrilla fuera del país con el fin de lograr un alto el fuego y una salida negociada a la guerra civil. En opinión de algunos investigadores del caso, altos mandos del ejército, ante el peligro de que la ofensiva guerrillera tuviese éxito y se hiciesen los insurgentes con el poder, decidieron vengarse asesinando a Ellacuría por denuncias de éste al ejército. Tras la masacre y la indignación nacional e internacional que le siguió, gobierno y guerrilla se convencieron de lo que Ellacuría siempre había asegurado. La necesidad de una negociación entre las partes para poner fin al conflicto que ninguno de los bandos podía ganar. En este sentido, la masacre dio sus frutos facilitando el camino de las negociaciones de paz, que fructificaron, finalmente, en los acuerdos de 1992.

Sin embargo, los numerosos y continuos intentos que se han realizado desde 1989 para que se hiciera justicia en este caso han topado siempre con la resistencia del Estado salvadoreño. En 2008, la Audiencia Nacional española se interesó en el caso y, a resultas de ello, acaba de conseguir la extradición desde EEUU del coronel Montano, cuyo testimonio puede ser clave en el proceso judicial. Mientras, los mártires de la UCA continúan en el recuerdo de los salvadoreños.

Obdulio, el jardinero de la residencia, en memoria de los asesinados plantó un rosal de rosas rojas en el lugar donde cayeron los jesuitas y en el centro de los mismos, dos rosales de rosas amarillas, en honor a su hija y mujer, también asesinadas. Obdulio falleció en 1994 por una herida mal curada. En la actualidad, este jardín recuerda la memoria de las víctimas de aquel 16 de noviembre de 1989, además de a monseñor Romero, a las víctimas de El Mozote y a todas las víctimas de la violencia en El Salvador. Violencia que un vasco nacionalizado salvadoreño trató de impedir y por la que llegó a entregar su propia vida.