El verano ha pasado raudo por nuestra ciudad, con pocas jornadas de excesiva lujuria cálida, pero como dicen de las brujas: haberlas haylas. Y aprovechando el símil gallego, me viene a la memoria uno de esos agostos tórridos que antes campaban a sus anchas por Gasteiz, dejando una canícula fulgurosa para los moradores de la urbe, especialmente a los que se desplazan en los buses urbanos o los que conducen por el abrasador pavimento. Entre todos ellos destacaba Ramón, un chófer de dilatada experiencia ya jubilado. Era un pontevedrés de los de Albariño y pulpo apalizado en la tabla, con padres emigrantes en Argentina, y que sabía desenvolverse bien en las distancias cortas con el pasaje.

Una día que le acompañé rumbo al centro con la línea de Zaramaga y, al poco de abandonar el barrio, una mujer sudorosa que portaba un abanico horrendo, se acercó a la parte delantera y le solicitó a mi compañero:

-Por favor, ¿puede encender el aire acondicionado del autobús? Es que hace un calor terrible.

A lo que Ramón respondió:

-Si señora, me es lo mismo?

Al rato, por Portal de Villarreal, un señor en camiseta se acercó al puesto de conducción:

-Perdone, ¿puede bajar un poco la fuerza del climatizador? Es que nos estamos quedando helados ahí detrás.

Y Ramón respondió:

-Sí señor, me es lo mismo?

Al poco, un chico joven pedía aire a mansalva ante el insufrible calor en la parte trasera del bus próxima al motor. Entrando en la calle Francia, una madre con sus niños rogaba por apagar la refrigeración, porque uno de ellos se había transformado en un pingüino y el otro no paraba de reírse ante tal circunstancia. Una vez rebasada la esquina del hospital de Santiago, un hombre trajeado se desplomó al suelo con un gran sofoco debido a que era incapaz de aguantar por más tiempo el calor acumulado en sus carnes. Cuando llegamos al Corte Inglés, el número de solicitudes para encender o apagar el aire acondicionado superaba ampliamente la docena.

Pero Ramón, sin perder la calma, siempre de una manera muy cortés, contestaba a cada pasajero:

-Por supuesto, me es lo mismo?

Cuando quedamos solos en la terminal de la calle Cadena y Eleta haciendo una breve pausa de regulación horaria, le pregunté:

-Pero hombre, te están volviendo loco con lo del aparato climatizador. ¿Cómo es que no tomas la decisión de ponerlo en marcha según tu propio criterio? Aceptas lo que te piden todos los viajeros a cada momento y nunca se van a poner de acuerdo. Ya verás -aseguré- como al final se acabarán enfadando.

-Es que me es lo mismo -repitió con sinceridad-. Este autobús es de los antiguos y no lleva aire acondicionado?