sin lugar a dudas, la historia del piropo va de diferentes tonalidades de rojo. Después de todo, llegó a nuestra cultura occidental, entre otros, como una joya incandescente: el rubí, que simboliza el corazón. Este ha sido obsequiado históricamente por los galanes a la mujer cortejada. Pero claro: no todos podían permitirse el lujo de ir regalando piedras preciosas, así que a falta de pan, buenas son tortas; o dicho de otro modo: a falta de rubíes, buenas son lisonjas. Sin embargo, de despertar el fuego de las mejillas el piropo ha pasado a avivar la llameante rabia de la desigualdad. Tal es así que lo que en su día se consideró una joya -reconocida y valorada- ahora se vive como un (micro)machismo -repudiado y repulsivo- envuelto en papel de regalo. ¿Pero cuándo se convierte un piropo en una agresión verbal? ¿Existe un piropo no sexista? ¿Ha llegado el momento de desechar el piropo o de actualizarlo a la realidad del siglo XXI?

Ibai Fresnedo es técnico de Igualdad y educador de los sexos en Arremanitz Kooperatiba. Durante este verano, participó en DSSirez, un proyecto de Donostia-San Sebastián 2016 (DSS2016) cuyo objetivo era buscar una nueva cultura de ligar jatorra -maja- y, entre las herramientas de ligoteo, trabajaron la figura del piropo: una frase creativa que hace referencia a la estética, al cuerpo, a la inteligencia, a la actitud, etc. “Cuando estamos conociendo a una persona o ya cuando la conocemos es un elemento bastante recurrente para alimentar la dimensión erótica”, asegura. O en otras palabras: para echarle más leña a esa llama de la pasión.

Sin embargo, Ibai confirma lo que ha dado lugar a más de un chiste: “Los vascos no estamos acostumbrados a echar ni a recibir piropos”. Ni piropos, ni elogios, añade. Esto está estrechamente ligado a los espacios en los que se liga en Euskal Herria. “La nocturnidad, la fiesta y el alcohol tienen connotaciones que no ayudan a vivir el piropo como algo positivo”. Y más si “vamos a ligar a machete” expresando nuestro deseo erótico a diestro y siniestro cuando estamos “algo pasados”: “Seguramente nos saldrán unos piropos un poco feos y bastante violentos”.

Precisamente, Ibai apunta que esta estrecha conexión entre la sexualidad y los roles de género, en base a los cuales el sujeto activo tiene que ser el hombre y el objeto pasivo ha de ser la mujer, es lo que ha convertido al piropo en un elemento prácticamente de uso masculino para cortejar a la mujer. “Y claro, teniendo en cuenta cómo se socializan los hombres en general respecto a su sexualidad y a cómo nos enseñan a vivirla y entenderla, el piropo no deja de quedarse en ese marco cosificador de la mujer”.

¿Pero en qué momento pasa un piropo a convertirse en una agresión verbal? Ibai lo tiene claro: básicamente, en el instante en el que la persona a la que le han echado el piropo no se siente cómoda o, incluso, se siente violentada. “Al igual que yo tengo la libertad de echar un piropo, también tengo que respetar que la persona a la que se lo echo no lo admita”. Es entonces cuando el piropeador ha de reflexionar sobre por qué no ha acertado.

¿Qué sería un piropo jatorra -un piropo majo- entonces? “Aquel que se aleje de los valores sexistas y del mito del amor romántico de sin ti no soy nada”. Así pues, un piropo jatorra tendría las bases de cualquier convivencia: respeto, originalidad, equidad, etc. Esto implica analizar el espacio, el momento, la persona y, sobre todo, cuidar las formas.

El principal consejo de Ibai: darle un poco “al bolo” para ser creativos y personalizar los piropos. “Además, estos tienen que ser tan sutiles como directos, ya que es donde mejor se mueven”. Después de todo, si se lanza un piropo muy sutil puede que no se “pille” y que se quede en el aire. “Pero por el contrario, si es demasiado directo puede sentar mal”. Y no se abstiene de mencionar un dilema que le reconcome la cabeza: “Tal vez el piropo no debiera ser el primer paso para conocer o entrarle a una persona, sino algo que obsequiar cuando ya tengamos un mínimo de confianza”.

cajón de sastre Amaia Urrejola es sexóloga y agente de igualdad de Euskal Herriko Sexu Heziketa Eskola (EHSHE). Coincide con Ibai en que el piropo es la expresión del deseo erótico y que estos pueden expresarse desde lugares diferentes, con objetivos diferentes y el resultado, obviamente, también es diverso. “Por ejemplo, muchas veces los hombres expresan su deseo hacia las mujeres no de igual a igual, sino desde una posición de superioridad -sin ir más lejos, el típico piropo callejero- y, precisamente de ahí, la famosa frase ‘no quiero tu piropo, quiero tu respeto”.

No obstante, también opina que no todas las expresiones verbales del deseo erótico suponen un micromachismo. “Con el piropo ha sucedido históricamente lo mismo que con el sexo: hemos creado un cajón de sastre en el que cabe de todo y lo positivo se ha mezclado y confundido con lo negativo”. Por ello, con el fin de llamar a las cosas por su nombre, Amaia aboga por utilizar adecuadamente los conceptos. “Hay que aprender a distinguir los piropos de las agresiones y el acoso verbal sexista”.

Por una parte, Amaia explica, partiendo de un análisis feminista, que la vivencia subjetiva negativa del piropo en el orden de las microviolencias responde a la violencia estructural que enfrentan las mujeres diariamente en una sociedad patriarcal. Por lo tanto, decir que el piropo es una agresión machista es válido, ya que ejemplifica el poder que los hombres tienen y han tenido sobre el cuerpo de las mujeres en el espacio público y privado. “Pero el machismo está cada vez peor visto, así que está buscando nuevas estrategias más sutiles para seguir existiendo como ideología imperante”. Es ahí donde entra la violencia simbólica y un ejemplo de ello son los micromachismos. Micro no porque sea pequeño o insignificante, sino porque muchas veces pasa inadvertido, se naturaliza y acaba por no parecer violencia: “Por eso pueden ser más peligrosos”.

“Sin embargo, este es un análisis parcial, porque no tiene en cuenta que el piropo es también fruto de la expresión del deseo erótico, el cual tiene una base biológica”, asegura Amaia. Es decir, se requiere un estudio integral biopsicosocial en vez de únicamente el social para comprender en su totalidad la figura del piropo. Y para que la vivencia subjetiva del piropo sea algo positivo, debe responder al diálogo entre el hecho sexual humano y el derecho sexual humano.

Entre otras cosas, esto integraría cómo nos hemos construido como hombres y como mujeres. Coincide con Ibai en que hay que tener en cuenta la socialización diferencial de género, pero Amaia reivindica también que esta construcción es resultado de los procesos de diferenciación sexual.

“En función de cómo se despierte mi deseo -sintiéndome deseada u observando al objeto de mi deseo- y de qué se nutra mi deseo -de personas o de contextos-, el piropo será bienvenido, ninguneado o repudiado”, explica Amaia. Por ejemplo: “Si la persona que me gusta me lanza un piropo sexista, puede que sea bienvenido aunque sea sexista porque tengo la certeza de que me desea; si alguien que no es objeto de mi deseo me piropea me producirá indiferencia porque soy yo quien elijo; si una persona me echa un piropo sexista en un contexto morboso puedo erotizarlo y que sea bienvenido; etc.”.

Transgrediendo el espacio íntimo Amaia entiende que el juego de la seducción consiste en transgredir con arte el espacio vital del otro. “Eso sí: hay una negociación permanente y no podemos olvidarnos de ello”. Esta no es solo verbal, sino también corporal. “Si yo me acerco y le agarro de la cintura y me quitan la mano, eso es un mensaje claro”. Y que en Euskadi se ligue disimulando que uno lo está haciendo descarta, según esta sexóloga, el nivel verbal para pasar al corporal.

Sin lugar a dudas, Amaia comenta que ligar es positivo, pero no de cualquier manera. “Si se lanza un piropo y la persona reacciona de manera negativa, el emisor tiene que darse cuenta de que no tiene que insistir y reflexionar sobre qué parte de responsabilidad tiene en que este no haya sido bienvenido”. Aunque aclara que responsabilidad no siempre significa culpabilidad.

Pero Amaia no deja tampoco toda la responsabilidad en manos del piropeador. Según esta sexóloga, a día de hoy estamos entrando en una peligrosa dinámica: “Parece que si me entra quien no me gusta se convierte directamente en agresión”. Y para ella no es así. “No solo por el hecho de que intenten ligar conmigo y yo no quiera puedo ser irrespetuosa”. Al fin y al cabo, los deseos son una emoción que no se elige, sino que se despierta, se descubre, se orienta y se nutre. “Lo único que podemos hacer con los deseos es gestionarlos, porque si los reprimimos irían al inconsciente y nos meterían en líos”, advierte.

Tanto para Amaia como para Ibai hace falta una nueva cultura sexual, erótica y de ligar y eso incluye a los piropos. “No como una prescripción obligatoria, sino como una posibilidad más de expresar nuestro deseo”, concreta Amaia. Para ello, consideran básico garantizar una educación de los sexos integral que ayude a comprender más el hecho sexual humano y así poder interactuar adecuadamente con los demás. Mientras tanto, opinan que hay que hacer el amor y no la guerra, y piropear más y descalificar menos.