Es un jueves cualquiera en la vieja terminal del aeropuerto de Sondika. El aviso de una emergencia entra y el personal del helicóptero de Osakidetza sale disparado. Con Diego González y Arnalt Zabala a los mandos del aparato, da igual que sea un día muy ventoso. Volarán hasta Hondarribia para asistir a una persona en parada cardiaca. Allí le atenderán Nieves Cameno, médico, y Félix Chana, enfermero. Cuando alguien se debate entre la vida y la muerte, y cada minuto que pasa son horas que se le escapan, ellos se convierten en ángeles caídos del cielo.
El helicóptero medicalizado de Osakidetza cubre las urgencias de todas las comarcas vascas en un tiempo no superior a los 25 minutos. También ese día, llegaron rápido y lo intentaron todo. Aunque no lo consiguieron. Un ciudadano argentino que hacía el Camino de Santiago falleció tras sufrir un infarto casi fulminante.
Pero cientos de veces han culminado sus misiones con éxito. Desde su puesta en marcha, -acaba de cumplir diez años-, esta ambulancia aérea ha efectuado un total de 3.165 actuaciones, convirtiéndose en un seguro de los cielos que surca la inexpugnable frontera entre la vida y la muerte. “Lo fundamental es llegar lo antes posible. Salvar una vida es nuestro objetivo. Ganarle tiempo al paciente para que sobreviva y para que lo haga con el menor número de secuelas posible”, asegura Nieves Cameno, una veterana que trabaja en Emergencias de Vitoria y que se muestra entusiasmada por poder desarrollar su labor en el helicóptero.
Con el comportamiento asistencial y la misma dotación que una UVI móvil, Cameno atiende accidentes de tráfico, accidentes laborales, precipitados o cualquier tipo de traumatismo. Lo peor de este trabajo es lo que ve. “Cuando la gente sufre trabajas con un estrés añadido”. “Si el paciente no está consciente puedes hacer tu labor sin tanta presión, cuando le ves con dolor o está presente alguien de su entorno, eso es más terrible”, aclara Nieves.
cuatro minutos... y en el aire El helicóptero medicalizado cumple una función vital ya que gracias a él los traslados interhospitalarios y los que se realizan en casos de accidentes son mucho más rápidos que por vía urbana, sobre todo en lugares de difícil acceso. El piloto Diego González asegura que “el problema en Euskadi para volar es más el techo de nubes y la lluvia que el propio viento. Con mucho viento, el trabajo es más incómodo para nosotros, pero no se deja de hacer”. “La diferencia es que el avión tiene que aterrizar en la dirección que le marca la pista y el viento ahí es especialmente cruzado. Sin embargo, al helicóptero no le afecta tanto la turbulencia porque no necesita una pista”. Lo dice alguien que en poco más de cuatro minutos desde que recibe el aviso está despegando.
El día de autos, este comandante está en el aire junto con el piloto Arnalt Zabala, Nieves Cameno, médica y Félix Chana, enfermero. Les guarda las espaldas el mecánico Juan Palacios. Solo para esta unidad sanitaria hay preparados, además de los pilotos, un total de ocho médicos y diez enfermeros.
En esta década, el helicóptero medicalizado ha realizado 3.165 misiones sanitarias. Y la actividad ha ido creciendo a lo largo de los años como lo atestigua el hecho de que en 2007, el helicóptero realizara 184 actuaciones, frente a las 336 del pasado 2016. Los meses en los que más salidas efectúa son los correspondientes a primavera, verano y otoño, mientras que en invierno baja su uso.
Los principales motivos de movilización médica obedecen a dolores torácicos, inconsciencias, accidentes de tráfico, accidentes laborales, disneas, accidentes personales, convulsiones y accidentes de montaña. “Realmente el objetivo es intentar llegar cuanto antes a cualquier caso”. La patología coronaria es una de las estrellas. “En el caso de una parada cardiaca, tratamos de recuperar al paciente no solo para que el corazón le siga latiendo sino para que el cerebro salga en buenas condiciones. Y para conseguir eso, aparte de que nos avisen rápido, el testigo que ha presenciado la parada debe empezar a hacer cuanto antes el masaje cardiaco. Si están haciendo masaje, y si sobrevive, sobrevive en mejores condiciones”.
Bizkaia con 2.234 atenciones -seguida de Gipuzkoa, con 443, y Álava con 416- es el territorio que más utiliza el helicóptero porque además de los criterios clínicos (que el paciente necesite técnicas de soporte vital avanzado), están los criterios de llegada y distancia al lugar de evacuación. Así, Lea Artibai y Enkarterri son zonas con llegada ágil y evacuación rápida a hospitales como Galdakao y Cruces. Y es que conscientes de la importancia que juega cada minuto, este helicóptero medicalizado se ha consolidado como un instrumento útil y eficaz para atender las urgencias sanitarias localizadas en áreas alejadas de los hospitales urbanos.
Siempre a punto para una emergencia, y siempre pendiente de que no falte material en el aparato, ni una triste gasa, ni un suero por reponer, Félix Chana, es otro veterano del servicio. Él compara pasado y presente. “Yo resaltaría la coordinación, que ha mejorado muchísimo. Ahora la gente está cada vez más concienciada y se cuenta con este recurso que es importantísimo”. “Cuando llegamos lo habitual es que ya esté una ambulancia porque a veces movilizan a la UVI móvil y a nosotros”, dice este enfermero con base en Gernika.
A Félix, que le va la marcha, no le da miedo volar, aunque sabe que cuando solo puede bajar un patín y tienen que dar un salto, con todo aquel viento que sale de las palas, la maniobra es de asustar. Lo de aterrizar en cualquier lado tiene su aquél. Y más de un conductor o un transeúnte se les queda embobado mirando sin percatarse del peligro de las hélices.
Juan Palacios, el mecánico, es otro de los imprescindibles. El voló al principio cuando todavía Osakidetza no exigía dos pilotos. “Aún recuerdo una de aquellas primeras veces que nos tocó atender en una fábrica a un chico atrapado en una prensa. Fue terrible, la técnico sanitaria vomitando, yo horrorizado... Hasta que el piloto me dijo espabila y por la adrenalina o no sé por qué, sacamos aquello adelante. Conseguimos que el chico llegara al hospital, entrase en quirófano pero terminó muriendo”.
Los tiempos de respuesta son vertiginosos. Desde la base del antiguo aeropuerto de Sondika se tarda en llegar al hospital de Cruces siete minutos, once al del Galdakao o diecinueve al de Mendaro o Txagorritxu. “Si el tiempo de traslado es muy largo y eso pasa mucho en zonas de Lekeitio u Ondarroa, aunque haya llegado la ambulancia y le haya proporcionado asistencia, se reclama al helicóptero para que lleve a cabo más rápidamente el traslado”, dice Chana.
El modus operandi de los pilotos siempre pasa por un protocolo riguroso como consultar la meteo, ver las fichas de los diferentes puntos donde se ha actuado que señalan los obstáculos o puntos de aterrizaje, entre otros. Aunque al tratarse de una máquina pequeña siempre resulta más operativa, es imprescindible controlar mucho la carga. Tres mil kilos es el máximo que admite el aparato que ya pesa algo más de 2.000. También la temperatura. A más calor en el ambiente, más dificultad para despegar y para volar. Y Diego González y Arnalt Zabala están siempre vigilantes. “En los avisos que nos entran nos pasan la localización, también el peso estimado del paciente para calcular cuánto combustible hay que cargar. Para los desplazamientos por el País Vasco salimos con, por lo menos, hora y cuarenta minutos de combustible porque es suficiente, pero para los movimientos interhospitalarios sí que nos interesa poder hacer un cálculo más exacto”, aclaran.
traslado de bebés Y es que realizan dos tipos de movilizaciones, unas que denominan primarias porque se prestan en el propio lugar donde se da la pérdida de salud, y otras, llamadas secundarias, que comprenden los traslados interhospitalarios. Las primeras han absorbido en esta década el 78,6% del total (2.488 servicios), y las segundas han representado el 21,4%. De hecho, es habitual llevar bebés a Madrid. “El traslado neonatal o pediátrico suele ser bastante frecuente”, declara González.
Los pilotos tienen la obligación de abstraerse del estado del paciente para que todo discurra con normalidad. “No nos tenemos que involucrar en la actuación sanitaria. El personal de Osakidetza es maravilloso. Vosotros a lo vuestro, nos dicen, lo importante es que estéis en perfectas condiciones para llegar al lugar”, precisa Diego González, que es el comandante. A su juicio, en una orografía tan compleja como la vasca, conocer la zona es muy útil. Junto a él, pilota Arnalt Zabala. Osakidetza ha optado por llevar dos pilotos en este helicóptero sanitario para garantizar la seguridad. Todos son profesionales de la empresa Babcock y todos, en ocasiones, se ven obligados a hacer acrobacias para bajar los aparatos.
Actualmente la red de helisuperficies ya aprobadas, que facilitan una bajada rápida, controlada y que permiten un contacto rápido con las ambulancias terrestres de la red son 126. Un total de 77 están en Bizkaia, 30 en Gipuzkoa y 19 en Álava. Los hospitales con helipuerto son Cruces, Galdakao y Mendaro.
La tripulación saca adelante un trabajo impecable. Por ejemplo, acostumbrados a trabajar en ambulancias medicalizadas, facultativos y enfermeras deben habituarse a un espacio más pequeño. “En tierra, en un momento determinado puedes decir; para la ambulancia que tengo que hacer tal procedimiento al paciente, pero en el helicóptero eso es más complicado. Tenemos que prever qué puede pasar durante el traslado y tomar medidas antes de que eso ocurra”, explica Cameno. A veces, algún paciente se he negado a subir al helicóptero. “Si tienen una patología no vital, van en ambulancia. Pero, lógicamente hay situaciones en que no damos opción, un politrauma grave, que pierde mucha sangre, que necesita llegar a un quirófano etc...”.
Los cinco saben que en algún lugar tienen dedicado un panel larguísimo de agradecimientos. “Muchos no vienen a darte las gracias porque ni se acuerdan de quién les ayudó, pero tú intentas enterarte de qué les ha pasado. La mayor satisfacción es saber que se encuentran en buenas condiciones”, sentencia la doctora.