Hoy, mientras leen estas líneas, seguro que más de uno ha sido felicitado y homenajeado por sus vástagos, en un derroche de entusiasmo como sólo los niños pequeños, las mascotas perrunas y los animadores de fiestas de la tercera edad saben trasmitir. Alguno, los más afortunados, habrán recibido una colonia (lo de la corbata ya no se lleva), un pijama o una Black and Decker para causar estragos en la casa. Aunque la mayoría seguro que ha (hemos) soltado una lagrimilla con el dibujo abstracto y surrealista que el peque de la casa ha dejado sobre la mesa.
Recuerdo una conversación entre padres que escuché hace poco haciendo una de las líneas con el autobús y que me encantó:
-Acabo de ser papá y estoy acojonado -decía un amigo a otro-. Porque ser padre primerizo es como vivir dentro de una película de terror: hay muñecos inquietantes por toda la casa, oyes ruidos extraños y no puedes dormir tranquilo porque sabes que en cualquier momento te van a dar un susto por la noche. Y no sólo pasas miedo en casa, ¿eh? -seguía comentando-; en el coche también vas en tensión. Estás todo el rato mirando hacia atrás para ver si el niño sigue ahí. ¿Pero cómo se va a escapar? ¡Si va más atado que Hannibal Lecter!
-Y que lo digas -le apoyaba su compañero-; ser padre novato es como vivir en la película Psicosis: necesitas a tu madre más que Norman Bates y las peores escenas son en la ducha. Porque, claro, ves a tu mujer bañando al niño tan tranquila, como si fregara una ensaladera, hasta que un día dice: “Venga, hoy lo bañas tú”. ¿Yo? ¿pero sabe nadar? Y tú miras al niño y piensas: “Este niño no está sucio”; así que lo metes en el agua y lo sacas, como si mojaras un donuts en el café con leche. Y encima ella se empeña en que le pongas champú, a pesar de que el crío es más calvo que el sobaco de una Barbie.
-¿Y se han dado cuenta de que los bebés tienen capacidad de abducir la mente? -intervine yo- porque me parecían divertidísimos.
-¿También? -respondieron al unísono-.
-Claro, fíjense si no cuando cualquier persona se acerca a ellos y, de repente, con una voz poseída, empieza a decir cosas extrañas como: “Cuchicuchi cuchi; mira el guau guau que mono; cucú tras; brum brumm como corre el cochecito?”
-Pues es verdad?
-Y es que -añadió otro hombre de mediana edad que se incorporó a la tertulia- tener hijos no lo convierte a uno en padre, como tener un piano no convierte a nadie en pianista.
-Ya, pero sobre todo, créanme, por su bien, -rubricó a modo de conclusión un señor con bigote-; a los hijos nunca hay que preguntarles qué quieren para comer? salvo cuando ellos invitan.