Bilbao - La mayoría de los abusos sexuales en la infancia llegan a la edad adulta silenciados, un tabú que todavía hoy supone el principal obstáculo para el ejercicio de justicia, la prevención, así como la atención y rehabilitación de las víctimas. De hecho, solo entre el 2% y el 10% de los casos salen a la luz. “El resto no se detectan”, destaca Aitziber Bañuelos, responsable de Eraikiz, una asociación que trabaja para pomover la inclusión social y que ayer presentó en Bilbao el informe Abusos sexuales en la Infancia. Visibilizando violencias, un análisis cualitativo del problema realizado a través de entrevistas en profundidad con profesionales en contacto con el abuso sexual infantil.

Se trata, según destacan los responsables de Eraikiz, del primer documento de estas características que se realiza en Euskadi, que tiene como objetivo “contextualizar y visibilizar” los abusos así como concienciar a la sociedad para “romper el silencio” en torno a esta problemática y lograr una detección precoz. “Los casos que se conocen son mayoritariamente por expedientes abiertos en los servicios sociales y por los pocos hechos que llegan a judicializarse. Solamente se conoce entre el 2 y el 10 por ciento de los casos en tiempo real. Y la pregunta es, ¿qué pasa con el otro más de 90 por ciento de los casos? Llama la atención la impunidad en torno a los abusos sexuales en la infancia”, asegura Bañuelos.

El redactor del informe, Xabier Bañuelos, destaca que “partimos de la hipótesis de que estamos ante un problema de profundas raíces sociales”. Los autores del documento aclaran que “no hemos ido a buscar datos”, porque la ausencia de cifras sobre la dimensión real del problema “nos obliga a caminar por el movedizo terreno de las estimaciones”, “ni nos interesaba hacer un informe de relatos”. El objetivo ha sido “buscar las causas de raíz en la sociedad”.

“Es un problema social y tiene que abordarse desde ahí. Tiene que pasar de lo privado a lo público y de los público a lo político”, señala Aitziber Bañuelos. Y en este sentido, sostiene: “Hace falta acción social, hace falta que la sociedad, como en otro tipo de violencias, se una y genere acciones de reivindicación, de protección, y que favorezca la presión sobre aquellos ámbitos que tienen responsabilidad tanto desde lo político, lo administrativo, lo judicial, como desde la educación y los medios de comunicación”.

Los abusos sexuales El documento diferencia los abusos sexuales en la infancia en dos categorías: la edad a la que se padece el abuso y el entorno en el que se produce. En cuanto a la primera, habría que distinguir entre prepúberes y púberes y postpúberes. Los primeros “carecen de rasgos sexuales secundarios claramente definidos, y menos cuanto inferior es su edad”. En estos casos, no se aprecian diferencias sustanciales en el número de niñas y niños abusados, siendo los porcentajes parejos. “Quien abusa actúa seleccionando a su víctima por su vulnerabilidad y bajo la premisa de oportunidad, sin que la elección del sexo de la víctima sea definitorio y sin que elegir uno u otro pueda calificar la orientación sexual de la persona abusadora.

Sin embargo, cuando el menor entra en la pubertad y en la adolescencia, “los rasgos sexuales son ya evidentes” y “la violencia toma el mismo cariz que si se practicara sobre una persona adulta”. En estos casos se aprecia un claro aumento de abusos hacia mujeres respecto a hombres. Existe una coincidencia y es que los abusos se dan, generalmente, en el entorno cercano, el abusador es una persona de referencia para el menor. En las edades prepúberes, principalmente, en la familia, la escuela, el tiempo libre, mientras que a partir de la adolescencia también en el grupo de amigos y a través de las nuevas tecnologías. En cuanto al entorno en el que se producen los abusos, el informe diferencia entre la violencia intrafamiliar y la extrafamiliar. La primera, “según las fuentes consultadas, en la edad prepúbere afecta tanto a niñas como a niños y en edades púberes afecta en mayor medida a las niñas”. La segunda se produce fuera del ámbito familiar pero también normalmente en entornos cercanos a la persona menor. “La incidencia en niños aumenta con respecto a la familiar pero sin que esto signifique necesariamente que sea mayor que en las niñas”, destaca el informe de Eraikiz.

Caracterización de la violencia En cuanto a la forma en la que se ejerce este abuso, el informe señala que “casi nunca existe agresividad ni violencia explícita que cause daños físicos; se da por seducción de la persona adulta abusadora hacia el o la menor, buscando su aceptación, su aquiescencia e, incluso, su complicidad”. En la etapa prepubenal, la víctima ni siquiera es consciente de estar siendo abusada, sin embargo, cuando lo es, al llegar a una edad psicosexual más madura, este hecho “le genera sentimientos de culpa, vergüenza y miedo, se sienten cómplices”, explica la responsable de Eraikiz. “Cuando la violencia se dirige a menores de mayor edad, adolescentes y jóvenes, se diversifica más el modo en que se ejerce. Pueden funcionar igualmente los mecanismos de la seducción, pero también puede darse un mayor grado de agresividad destinado a romper resistencias, que a estas edades pueden ser más comunes”, señala, asimismo, el informe.

Los abusos sexuales en la infancia es una violencia sostenida en el tiempo, no se trata de una acción ocasional, un hecho que puede hacer que la víctima normalice la situación hasta el punto de verla como una forma habitual de relación. Al ser la familia el principal foco, “no es difícil entender que llegue a ser una violencia normalizada por la víctima en los primeros estadios en que se produce”, apunta el informe.

Los responsables de Eraikiz también destacan la ausencia de perfiles tanto de las personas abusadas como de las abusadoras. “Ni existen ni son útiles”. En primer lugar, “todos y todas las menores son susceptibles de ser abusadas sin que dependa de ellas, de ningún rasgo específico o distintivo propio, de característica personal alguna”. La única “condición”, por lo tanto, es ser menor y encontrarse en una situación de dependencia del mundo adulto. En cuanto a quien ejerce el abuso, “lo único que realmente se puede asegurar con certeza es que las personas victimarias son en su mayoría varones en una proporción que se llega a cifrar en el 90% o superior”. Según el informe, no existen diferencias por motivos de extracción social -“es un error pensar que el abuso es cosa de clases económicamente deprimidas o de escasa formación”, aclara el informe-, tampoco se aprecia una correlación entre los abusos sexuales en la infancia y enfermedades mentales. “Otro lugar común es pensar que la persona abusadora fue también víctima de abuso. Puede darse en algunos casos (...) pero ni existe vinculación determinante causa-efecto ni es una pauta habitual”, sostiene el documento.

Factores de riesgo Todos los factores de riesgo están relacionados con la desprotección de la infancia. En este sentido, uno de los principales factores es la desestructuración familiar, porque “una familia desestructurada cae con más facilidad en la negligencia y en la falta de controles internos”. Otro es la violencia intrafamiliar, porque “debilita los límites de lo tolerable y lo intolerable haciendo más fácil la transgresión de las normas y la arbitrariedad de los comportamientos inadecuados”. La exclusión social también hace más vulnerables a los menores, así como tener algún tipo de discapacidad. Por último están los menores “cuya protección es asumida por instituciones de todo tipo”. “El abuso puede producirse cuando estas instituciones son opacas o cuando fallan las herramientas de control sobre el cuidado de las personas a cargo”, destaca el informe.

En la presentación del documento, los responsables de Eraikiz hicieron un llamamiento a toda la sociedad a estar alerta para prevenir estos casos, así como detectarlos cuanto antes para apoyar y acompañar a la víctima en su proceso de rehabilitación. “La prevención se da con una educación para la vida, para la salud, con una educación en sexualidad desde los cero años. Porque no solamente va a prevenir el abuso sexual infantil, sino que va a prevenir vidas que no son buenas. Nos va a dotar de herramientas y de competencias para poder hacer frente a todo lo que acontezca en nuestra vida”, asegura Aitziber Bañuelos.

La educadora social también aclara: “El abuso sexual en la infancia no genera enfermedad, no genera desestructuración, no genera malestar de por vida. Es un acontecimiento traumático que, efectivamente, impacta en la vida del menor, y que cuanto antes sea detectado, mejor será resuelto. Pero que, en todo caso, en todas las fases vitales en las que la persona se siente con capacidad de verbalizar y ponerse manos a la obra para reconstruir su vida, con la ayuda oportuna, esta persona tendrá una buena vida”. En ese sentido, Bañuelos ahonda en el apoyo y el acompañamiento a la víctima como prioritario. “El peor daño que sufre una persona víctima es el desamparo”, concluye.

Es puntual. Los responsables de Eraikiz dejan claro que el abuso sexual en la infancia es una realidad y es habitual.

Hay un perfil específico. Otra creencia errónea. No existe un perfil, el denominador común es que las víctimas son menores.

Los niños mienten. Según Aitziber Bañuelos, “los niños no mienten, la mentira es un mecanismo complicado y, sobre todo, mantenerla en el tiempo”.

El abuso se ejerce con violencia. “No se ejerce la violencia directa. Es un abuso por medio del cariño, de la manipulación y del engaño. En la mayoría de los casos son personas del entorno cercano”, apuntan.

El peligro está fuera. “En las familias se alerta a los menores sobre los peligros que vienen de fuera, pero en estos casos el riesgo está dentro”, remarcan. “Tendemos a negarlo, a no querer verlo porque nos genera muchísimo dolor”.

El abuso conlleva sufrimiento de por vida. “Toda violencia es susceptible de generar menos impacto en la persona con el acompañamiento y la ayuda adecuada”.