Era domingo y como tal, la mañana se hacía perezosa y renqueante. El cielo otoñal dejaba pasar algunos rayos de luz y los semáforos, como es habitual, estaban todos en rojo. El tráfico era más bien escaso, por lo que circulaba con suma tranquilidad hacia la periferia de la ciudad rozando casi el aburrimiento, cuando un señor mayor, aprovechando que me había detenido en una parada, se me acercó educadamente:

-Perdone chofer -me dijo-, ayer usted no trabajó en ésta línea, ¿verdad?

-No señor -respondí yo-, tengo la sana costumbre de descansar de vez en cuando?

-Claro, claro -prosiguió el hombre-, lo decía porque la chica que estaba el sábado conduciendo aquí se equivocó de camino?

Recordé que Esperanza (Espe como le llamamos cordialmente) fue la que me sustituyó al mando del autobús el día anterior.

-Espe es sin duda una chica muy simpática y muy profesional?

-No; si simpática era un rato pero se confundió completamente de trayecto y nos llevó vaya usted a saber por dónde, llegando todos los ocupantes tarde a nuestros destinos -se quejó lastimero el hombre-.

El cartel indicativo de que una carrera pedestre de proporciones épicas y exorbitantes se iba a disputar el sábado por las calles de Vitoria, aun estaba expuesto en la parte central del bus: en esa zona central en la que no se sabe muy bien el porqué, los avisos pasan inadvertidos por algún tipo de conjunción cósmica?

Lógicamente el corte de calles nos obliga a tomar derroteros variados y recorridos por el extrarradio, con el consiguiente retraso y trastorno para los viajeros, lo cual todos no entienden de igual manera. Recuerdo que en cierta ocasión no hace mucho, tal fue el colapso de las calles centrales y adyacentes que varios compañeros terminaron en la Gran Vía bilbaína, ya que no pudieron tomar ningún desvío próximo. Yo mismo sin ir más lejos, después de celebrarse la Triathlon de Vitoria y siguiendo las indicaciones de los encargados de regular el tráfico, acabé haciendo la parada terminal junto a la playa de Ondarreta en San Sebastián, cosa muy celebrada por los usuarios que aprovecharon la circunstancia para darse un merecido chapuzón.

-Me temo que ayer no era posible seguir el camino habitual de todos los días -le repliqué al fin-. Además, ha de saber usted que mi compañera nunca jamás se confunde. Es algo absolutamente improbable. Me atrevería incluso a decir que es imposible. Se lo garantizo -zanjé con rotundidad-.

-¿Y eso? -dudó finalmente el viajero-. ¿Cómo está usted tan seguro de ello?

-Porque como bien dice el refrán, la Esperanza es la última que se pierde?