vitoria - Según los datos del INE, en el Estado español hay 1,8 millones de personas mayores de 65 años que viven solas y de ellas, 368.400 tienen más de 85 años y el 72% son mujeres. En Euskadi, con una sociedad altamente envejecida, se contabilizan 232.000 hogares unipersonales en los que en la mayoría de los casos reside una mujer mayor de 65 años. La soledad y el aislamiento son los principales factores negativos señalados por estos mayores que viven solos. Un fenómeno que va a más y que requiere nuevas políticas sociales debido al impacto que la situación tiene en la salud física y psíquica de los ancianos.
Tal y como señala el Eurodep, uno de los últimos estudios europeos más rigurosos sobre la depresión, esta enfermedad no tiene una prevalencia más alta entre los adultos mayores que en otros colectivos, pero sí existe una fuerte asociación con la situación de soledad en la que se encuentran muchos ancianos. En el conjunto de Europa, la depresión afecta al 12,3% de las personas que superan los 65 años. La profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC Eulàlia Hernández asegura que es un trastorno psicológico muy común entre la gente mayor.
La depresión, pese a ser una de las enfermedades más extendidas del mundo, con unos 350 millones de afectados, todavía está muy estigmatizada, sin embargo, está considerada una de las principales causas de discapacidad dentro del capítulo de los trastornos mentales. De hecho, ocupa el cuarto lugar entre las primeras causas de enfermedad y se prevé que en 2020 estará en segundo lugar.
Pese a que el estudio Eurodep, realizado en diversas ciudades europeas, establece la incidencia de la depresión en el 12,3% de la población mayor, los expertos señalan que es muy difícil saber exactamente en qué medida la sufren porque es muy probable que esté infradiagnosticada, ya que muchas personas no consultan al médico y algunos de sus síntomas se confunden y se asocian al proceso de envejecimiento o se camuflan con otras patologías.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que dos terceras partes de los afectados por un trastorno mental no llegan nunca a pedir ayuda a un profesional sanitario, a pesar de que se prevé que uno de cada cuatro habitantes del planeta sufrirá alguna forma de trastorno mental o neurológico a lo largo de su vida.
la jubilación La población de más edad no es más susceptible de sufrir depresión que otros colectivos y tampoco hay grandes diferencias de prevalencia entre hombres y mujeres, solo en los casos más leves es ligeramente superior en mujeres.
Montserrat Lacalle, doctora en Psicología y profesora de Estudios de Psicología de la UOC, afirma que “lo que sí marca la diferencia es vivir en comunidad o estar institucionalizado”, ?es decir, estar en residencias u hospitales. Y es que el hecho de estar institucionalizados por sí mismo ya es un factor de riesgo de sufrir trastornos afectivos, sobre todo después del ingreso en la residencia o institución sanitaria.
Entre los principales factores de riesgo de sufrir depresión -explica Montserrat Lacalle- también están la soledad, especialmente en edades más avanzadas, y entre los 65 y 75 años, el hecho de jubilarse, es decir, pasar de tener un rol activo profesionalmente hablando a no tener ninguna obligación laboral. “Una persona que durante 40 o 50 años ha dado mucha importancia a su vida laboral y, de repente, ve truncada esa vida, requiere unos procesos de reequilibrio importantes”, indica la psicóloga, que condiciona el riesgo de sufrir una depresión a la capacidad de adaptación a la nueva situación que tiene cada persona. “Las personas envejecen tal como han vivido el resto de su vida”, remarca. Una persona que siempre ha tenido una buena salud mental, que ha sabido afrontar los problemas, superar dificultades, adaptarse a los cambios, alguien que ha tenido tolerancia a la frustración y una buena aceptación de sí mismo ?denominadores todos ellos de una buena salud psicológica?, esa persona llega al envejecimiento y tiene más herramientas para hacerle frente.
“La jubilación se tiene que ver y entender como un luto, un proceso psicológico que se experimenta después de cualquier pérdida, no solo ante la muerte de un ser querido. Para prevenir que se convierta en un descalabro -señala Hernández- es bueno potenciar los factores de protección y las estrategias de enfrentamiento de la persona: apoyo social, relaciones familiares, autonomía física y mental...”
la protección familiar Las profesoras Eulàlia Hernández y Montserrat Lacalle coinciden en que el hecho de no tener pareja y de vivir solo es un factor de mal pronóstico en las personas mayores, mientras que los hijos y los nietos son factores protectores, animan a continuar estando activo y si se sufre un trastorno depresivo, son motivos para continuar luchando. De hecho, cuando aparecen ideas suicidas, algunos enfermos reconocen que no lo llevan a cabo por la familia, un argumento en que se apoyan los psicólogos durante la terapia.
En opinión de Lacalle, sería muy interesante hacer una transición menos repentina entre actividad y jubilación, ir reduciendo progresivamente el ritmo de trabajo para que la rotura no sea tan brusca ni aparezca de repente un escenario nuevo que desestabilice nuestra seguridad emocional. Además, es importante promover la participación social en lo que sea significativo para la persona porque “es uno de los elementos que parecen proporcionar sentimiento de utilidad y pertenencia”. Y esto genera salud emocional, asegura Eulàlia Hernández.
Estado español. En el Estado español el índice de longevidad no para de crecer: en 2016 ha alcanzado un nuevo máximo histórico, del 116% o, lo que es lo mismo, ya se contabilizan 116 mayores de 64 años por cada 100 menores de 16.
Euskadi. El País Vasco presenta un índice de envejecimiento superior al estatal (143,5%), y es la cuarta comunidad más envejecida, sólo superada por Asturias, Galicia y Castilla León. En Euskadi hay 143 mayores de 64 años por cada 100 menores de 16.
Según los datos de Eurodep, la depresión afecta al 12,3% de las personas mayores, aunque los expertos dicen que es muy difícil saber exactamente en qué medida la sufren porque es muy probable que esté infradiagnosticada. Los principales factores de riesgo son la soledad y el estar institucionalizado, es decir, cuando las personas mayores se encuentran ingresadas en una residencia o institución sanitaria.