Con el entierro de la sardina en la noche del pasado martes se puso punto final al ciclo carnavalero, donde desmesura, ganas de divertirse y vivir alocadamente se adueñaron de nuestras calles, plazas y rincones con sabor vitoriano, especialmente el Casco Viejo, antiguo o medieval, pluralidad de términos para no herir sensibilidades locales.
Marchado don Carnal con su tropa pecadora y libidinosa, llega el tiempo de la Cuaresma, de la purificación, de la mesura y reflexión interior, que desembocará según designios de la liturgia católica en la Semana Santa de la Pasión y la mundana escapada vacacional a playas y destinos varios entre el sol y el turismo de diverso signo.
Mucha culturas proclaman de la necesidad que tenemos de purificarnos, de limpiar el cotidiano vivir de adherencias egoístas y bastardas que ensucian el paso de los días y noches, camino de la primavera, en la que la vida volverá a manifestarse exultante y poderosa.
Mientras, el crudo invierno, con sus pocas horas de luz, que suavemente se van incrementado, marca las jornadas que se vuelven repetitivas y grises. Costumbres que hacen del día a día tiempo para revisar, proponer y vivir de cara a un futuro más noble y provechoso. Y sin solución de continuidad nos adentramos en el reino del amor con la celebración del día de los enamorados en el domingo de San Valentín, aquel de hoy te quiero más que ayer y menos de mañana.
Fueron mercaderes de la modernidad los que inventaron días especiales en el calendario del consumo para activar ventas e incrementar negocios. Y así nacieron el día del padre, de la madre o de los enamorados como es el caso que nos ocupa, ya que hoy domingo, 14 de febrero, día de San Valentín, viene rodeado de matraca publicitaria recordando que el amor, bien merece un detalle, compra, visita a los centros comerciales o establecimientos de venta.
Amor, amor, amor. Cualquier motivo es válido para vender en esta sociedad de vendedores angustiados y compradores compulsivos, y cualquier anzuelo es utilizado para arrancarnos unos euros de nuestros enflaquecidos bolsillos, capaces de aguantar navidades, cuesta de enero, rebajas, carnavales y ahora día de los enamorados en una alocada carrera apresurada que ya veremos en qué termina.
Dice la conocida canción y estamos convencidos de ello, que no se puede vivir sin amor, que el amor es la fuerza que nos levanta cada mañana y nos llena de fuerza, horizonte y ganas de vivir y sentir que los días tienen luz y energía para luchar y ver el horizonte con cierta esperanza y brillo.
Las distintas manifestaciones del amor, que convierten a esta palanca de emoción, pasión y entrega, son propias de los humanos, que adoptan distintas versiones, ya que no existe el amor, sino los amores diversos, complejos, eternos, temporales, felices, infelices, plenos, fracasados.
Los diversos amores son las salsas en las que vamos condimentando los días, semanas y meses en un ciclo repetitivo y en ocasiones monótono del paso del tiempo.
Hay que vivir con amor, y no se puede vivir sin amor y todos recordamos los momentos en que nos hemos sentido o nos sentimos enamorados, atraídos por alguien o algo que nos permite respirar, alentar la vida y tocar levemente eso que llamamos felicidad.
Esta semana se ha celebrado el Día Mundial de la Radio, celebración instituida por la Unesco para recordar importancia y poder de este medio de comunicación que hace de la voz humana el mecanismo básico de relación entre emisores y receptores. La radio es, dentro de la panoplia de sistemas de comunicación, el más sencillo, de escasa complejidad técnica y capaz de llegar a todos los rincones de la aldea global, gracias al genial invento del transistor, capaz de llevar el receptor a los más recónditos ámbitos habitados por el ser humano.
La radio soporta la guerra y la paz, la miseria y la opulencia, la ortodoxia y la heterodoxia, la dictadura y la democracia; la voz humana calienta el humano contenido dicho sobre el tiempo y espacio.
Marconi y sus seguidores plantaron las bases de la radio mundial, que admite variedades, singularidades y modalidades sorprendentes, desde la radio que sirve a los habitantes de un establecimiento psiquiátrico, hasta las más modernas manifestaciones de la radio digital, que llevan al instante, información y opinión a millones de oyentes que todavía creen en el poder y potencia comunicativa de la voz que dice, la música que acompaña y el sonido que envuelve el mensaje radiofónico.
Por todo ello, es tiempo de agradecer y felicitar a todos los profesionales, en los diversos ámbitos de la empresa radiofónica, que sienten la radio, viven la radio, defienden la radio en un momento complicado de crisis económica. Su empeño y labor no caerán en vacío, ni en terreno baldío.