El flujo de refugiados no es nuevo”, coinciden las ONG, que narran desde hace años las visicitudes de miles de personas que huyen de países en conflicto, a los cuales no quieren volver porque “allí su vida no vale nada”, cuentan en Médicos Sin Fronteras (MSF). En cambio, este verano las llegadas de personas desesperadas se incrementaron exponencialmente, muchas de ellas atravesando peligrosamente el Mediterráneo; otras, agolpándose en los países balcánicos; algunas, atravesando el Eurotúnel desde Calais al Reino Unido... Europa se mostró desbordada, y le costaba articular mecanismos de absorción. Y, mientras el premier británico David Cameron anunciaba “mano dura”, Hungría comenzó a alzar vallas protectoras...

El caldo de cultivo para la xenofobia iba creciendo. Por ejemplo, Alemania, el país de la Unión Europea que más refugiados ha estado asilando últimamente, cuenta con legiones de voluntarios que trabajan para acomodar a estas personas en la sombra mediática. Pero algunos movimientos, como Pegida, vienen reivindicando, cada vez con mayor énfasis, medidas mucho más restrictivas en la entrada de extranjeros. El propio partido de Angela Merkel, la CDU, pone en jaque a la Canciller, criticando duramente sus “puertas abiertas”. Entretanto, brotes neonazis han ido en aumento sobre todo en el Este del país y en algunas zonas de Berlín Oriental.

El punto culminante de este proceso se produjo al atentar el ISIS en París el mortal viernes 13 de noviembre pasado. Sus miembros atacaron cruenta y letalmente a centenares de civiles, sembrando el terror en el continente. El fantasma del 11-S y del 11-M sobrevoló las cabezas de millones de europeos que comprendieron que los siguientes podrían ser ellos: en un pacífico restaurante, en el metro, al montar en un autobús... En Bélgica fueron localizados unos terroristas que han tenido en estado de nivel de alerta 4 a Bruselas durante semanas. La máxima alerta ha invadido Francia y Bélgica, con medidas de seguridad extremas y situaciones de estado de sitio. Y la mirada hacia el Islam volvió a retorcerse, como tras el ataque al World Trade Center, y el racismo se viene mezclando con la racionalidad en muchos foros públicos.

Algunos inmigrantes en Francia relatan a DNA cómo intentaban recobrar sus vidas con normalidad, salir a la calle y, como el 15 de noviembre, bailar “en la Plaza de la República”, narraba la artista Esther Ferrer, quien vive cerquísima de la zona de la masacre. En un talante de “No pasarán”. Pero esta semana mostraba su preocupación por “el relente anti-emigrante y la islamofobia que se siente aquí. La política del Gobierno, con su declaración de estado de urgencia manipulado, no hace más que aumentar estas tendencias”. Aunque un porcentaje de franceses están de acuerdo con Francois Hollande y Manuel Valls, “ya hay voces, difícilmente audibles porque los medios son lo que son, pero que intentan hacerse oír contra todo ese movimiento terrorífico y reaccionario”. El problema, añade Ferrer, “es que todo el mundo político no piensa más que en ganar las elecciones, asustando lo más posible”.

La escritora de origen colombiano Berta Lucía Estrada, tras muchos años viviendo en Francia, habla en términos parecidos: “Por supuesto que hay rechazo contra los refugiados, pero también hay muchos organismos y muchas personas que los ayudan”. Berta comentaba esto el pasado jueves, mientras en Calais seguían los enfrentamientos entre refugiados y policía, con inmigrantes asaltando camiones y camioneros amenazando con atropellarles. “En Calais la situación es muy grave. Hasta hace poco, aunque hacían todo lo posible por burlar los controles, eran pacíficos. Eso ha comenzado a cambiar”. La escritora también corrobora cómo “Marinne Le Pen y su grupo de extrema derecha, el Frente Nacional, se da como ganador el domingo”.

conflicto “histórico” El racismo no es un problema ajeno en la sociedad francesa. Berta L. Estrada recuerda cómo regresó a Francia en 2005 “y desde entonces he visto cómo la radicalización de los musulmanes ha ido in crescendo. En los años 80, para poner un ejemplo, las únicas mujeres que uno veía con un niqab o un shador (velo que cubre la cabeza), eran las que pasaban de los 50 y una sola vez vi a una con una burka. (...) En los últimos cinco años, su uso se ha incrementado” hasta el punto de que “ya es común encontrar jóvenes cubiertas de la cabeza a los pies”.

Berta habla de “conflicto que muchos ya no se niegan a llamar La Tercera Guerra Mundial. Es una guerra de culturas”. Así lo dijo tras los atentados del 13-N el Papa Francisco, y Berta parafrasea a Mario Vargas Llosa, cuando escribió tras el 11-S de “confrontación de culturas y religiones entre Oriente y Occidente”. El arquitecto de origen vasco Joaquín González recordó el 14-N el “proceso histórico”, con problemas “a nivel de inmigración” y el “colonialismo”, “que han creado siempre una tensión grande en el lado social”. Berta añade que “es cierto que Francia ha creado un odio ancestral, que se trasmite de generación en generación”. Y que, por fin, los colombianos pueden acceder a Schengen, pero que, durante largos años, “llevar un pasaporte colombiano se convirtió en un verdadero estigma (...). Cuando obteníamos la visa, pasar el control aduanero era una pesadilla”.

En el caso alemán, buena parte de la sociedad mantiene su trabajo de hormiguitas para acomodar a los refugiados, con “carteles de Refugees Welcome y Berlin loves refugees por todas partes”, narra la artista Sonia Alcaina en cuanto a la capital. Mientras los xenófobos siguen presionando a Merkel, su Gobierno confirmó a DNA hace unos días que “no tenemos ningún plan de cambiar la política de asilo actual y Alemania se adhiere completamente al sistema Schengen”. En cambio, el artista Víctor Landeta hizo una escapada de Berlín a Varsovia y, al volver en autobús, “nos pidieron a todos la documentación”. También hubo policía en el metro tras el 13-N. Ahora las personas consultadas en la capital alemana hablan de “tranquilidad”, si bien las aglomeraciones producen inquietud también allí.

A pesar de la cercanía con Bruselas, los holandeses se han propuesto no realizar mayores controles tras las acciones yihadistas en Europa. La pacífica Noruega estaría en esta línea, si bien su política de asilo y libre circulación de personas se halla en entredicho, debido a la controversia en el seno de su Gobierno cuatripartito y a las influencias de su vecina Suecia, país que batía récords de acogidas pero que ya antes de los ataques de París anunció que cerraba sus fronteras. De hecho, Noruega va a prolongar sus controles fronterizos 20 días.

En el caso de Polonia, “se siguen las recomendaciones europeas de control de fronteras, pero no es país de entrada de los refugiados porque no está en la ruta de los Balcanes, la más utilizada en los últimos meses”, explica su directora de Turismo, Agata Witos?awska. Por su parte, en Suiza están tranquilos “ahora, y no hay más miedo”, cuenta la escritora Ingrid Isermann, recordando que la Policía ha detenido a dos yihadistas que tenían intención de atentar.

Tras las calificaciones de los obispos Cañizares y Munilla de “caballo de Troya” a los refugiados, la UE ha tenido varias reuniones para lograr que Turquía los retenga, para lo que pagaría 3.000 millones. El presidente del CE, Donald Tusk, señaló que la oleada migratoria “es demasiado fuerte para no pararla”. La CE dijo el viernes que Grecia tiene dos semanas para mejorar las controles en sus fronteras. En suma, habría una situación de “como mínimo semisuspensión del paraíso Schengen”, estima Jesús Glz. Pazos, de Mugarik Gabe.