ya no cabe duda que estamos inmersos en el nuevo curso 2015-2016. Esta semana ya todos nos hemos metido en nuestras ordenadas rutinas y las noticias también empiezan a tener su enjundia. El desenlace de las elecciones catalanas, el nacimiento con el lehendakari Urkullu a la cabeza del término “Nación Foral” (sin duda, es un nuevo término que puede tener escondido un ilusionante recorrido), la aproximación de las dos Comunidades vecinas y hermanas de Hegoalde, la mediática visita del Papa a EEUU y el, esta semana ya casi olvidado, éxodo sirio,? son ejemplos de que ya estamos todos en marcha.
Cualquier tema de estos daría para varios Ojo al dato (para todo habrá tiempo) pero hoy no puedo por menos hacer mención a la sonora mentira de Volkswagen. Uno de los buques insignia del mundo automovilístico nos ha estado timando en los datos del consumo de varios de sus vehículos, y además es alemán. Los que hasta ahora eran los tipos más serios de Europa y parte del Universo, sí, esos que cuando vienen a la península parece que orinan un palmo más alto que el resto del mundo y cuando se emborrachan como mirlos, al día siguiente dan la sensación que se han metido una escoba por ahí y bajan al buffet de desayuno más tiesos que una vela. Esos, los de la locomotora europea, los que deciden si Grecia se va o se queda, los que dictaminan lo que cuestan los rescates y supervisan los recortes, esos ilustres han elaborado una de las mayores estafas industriales a nivel mundial recordadas.
Muchas son las ideas que se nos agolpan tras conocer este escándalo. Por un lado, la hipocresía norteamericana que descubre enojada que unos motores contaminan unos gramos de CO2 más de lo que dicen, siendo ellos los que tienen la industria más contaminante del mundo y negándose a cumplir acuerdos ya descafeinados por su culpa. Sociedad curiosa esta, la norteamericana, que se escandaliza más por una mentira empresarial, que por todo lo que contamina su propia industria y por todas las toneladas de CO2 que compra a otros países para poder ellos tirarlas al cielo.
Otro aspecto destacado de este affaire es sin duda la reacción de la empresa de cortar cabezas, pedir perdón y asumir la patraña de esta forma tan expedita. Esto cuadra más con esa imagen empresarial que se tiene de Alemania, pero a mí después del susto me surgen varias preocupantes dudas.
En este mundo del automóvil tan competitivo donde Europa, Asia, con Japón a la cabeza y América se pelean constantemente, ¿no será esta la excusa perfecta para meter a toda Europa en el mismo saco y hundir nuestro sector automovilístico? Esto sí que sería una hecatombe de incalculables consecuencias. Aquí sí que la Unión Europea tiene que poner pie en pared y defender el sector con uñas y dientes. Se está jugando una partida a nivel mundial y tendríamos mucho que perder, y en Euskadi más dada la implantación de empresas relacionadas con el automóvil que tenemos.
No sé quién será el ganador de esta partida pero tal vez este puede ser el punto de inflexión hacia el nuevo concepto de automoción donde los derivados del petróleo pierdan su hegemonía y prospere ya culturalmente el automóvil limpio, sustituyendo estos últimos cien años del automóvil quemador.
El tiempo lo dirá. En esto alguien va a perder mucho y otros ganarán; solo espero que nuestros dirigentes, desde la Unión Europea hasta nuestro lehendakari, tengan equipos que analicen estos acontecimientos para coger la ola buena, esa ola que se formará gracias al descubrimiento de esta gran mentira alemana. Tal vez este año en la Oktoberfest no haya tanta alegría, ni tanta mesa reservada a las grandes industrias del automóvil?