Bilbao - Más de 5.000 muertos y 10.000 heridos. Las cifras del terremoto de Nepal no dejan de aumentar y se espera que asciendan hasta los 10.000 fallecidos. En consecuencia, la comunidad internacional se ha volcado en echar una mano a las autoridades locales, pero ¿cómo y hasta cuándo? A sus 31 años, Lucía Lantero es presidenta y fundadora de la ONG Ayitimoun Yo, una organización que promueve la defensa de los derechos fundamentales del niño en Haití, donde casi la mitad de la población sufre hambre crónica. Tras seis años al pie del cañón, ofrece una visión crítica del “negocio” que supone a día de hoy la ayuda humanitaria y la cooperación al desarrollo. Ayer estuvo en Bilbao de la mano de la Asociación de Directivos y Profesionales de Euskadi.
Ahora es Nepal, pero previamente han sido Senegal o Haití, entre otros. ¿Cómo se actúa ante estas desgracias?
-Las ONG que siguen el sistema tradicional hacen siempre lo mismo: buscan el drama inmediato y la foto fácil para lograr financiación, porque con la presión mediática y la sensación de tristeza que causan se recauda muchísimo dinero rápidamente. Pero si hoy llegan a Nepal 10.000 organizaciones, dentro de 2 años quedarán 100 o 200. Se harán llamamientos a la participación, se enviarán mensajes de ayuda, se emitirán mil programas y reportajes sobre el tema, pero aunque todo eso es primordial en un primer momento, no basta con enviar ayuda justo después del terremoto y luego abandonarles a su suerte. La ayuda humanitaria supone un parche para salvar el máximo de vidas posible, pero poco más.
¿Qué es lo que se requeriría después para que estas regiones se recuperasen?
-Invertir en cooperación al desarrollo, es decir, en ayudas para lograr que ese país o región logre la autosuficiencia. A diferencia de la ayuda humanitaria, que solamente alcanza los primeros momentos de crisis, la cooperación al desarrollo se mantiene en el tiempo, ya que en teoría busca la permacultura o autosuficiencia de esas regiones y no una dependencia perpetua hacia las ONGD que genere puestos de trabajo en estas últimas. Siguiendo el sistema de ayuda y cooperación tradicional esto último es lo que suele ocurrir.
Catástrofes y ayudas en cooperación al desarrollo mueven miles de millones de dólares al año. ¿Lo calificaría de industria?
-Totalmente. Todo está sistematizado. Es un gran negocio que da muchísimo trabajo y del que viven muchísimas personas de todo el mundo. Y no estoy hablando de los beneficiarios, es decir, de los que reciben la ayuda, sino de las propias ONG.
Entonces, de toda la ayuda que se envía, ¿cuánta llega?
-Es difícil encontrar datos, pero en el caso de Italia, por ejemplo, el 56% del dinero recaudado para cooperación al desarrollo se pierde en gastos ordinarios de mantenimiento de las ONGD. Por ello, considero importante que se mencione, de la cantidad que se done, cuánto va a llegar en realidad. Lo que se queda por el camino es muchísimo y en ocasiones no llega nada.
¿Hay algún otro problema destacable en el sistema de ayudas?
-Que a día de hoy muchas ONGD tratan de agradar más a los donantes que a la sociedad afectada a la que se deben. Es muy típico construir una escuela en un sitio donde los niños no van a ir o una carretera en un lugar donde no es necesaria. Esto ocurre porque se ponen en marcha proyectos diseñados desde Europa que no tienen en cuenta la realidad de los sitios a los que pretenden ayudar. Para corregir esta práctica hay que dejar de lado el modelo actual de ayudas.
¿Y qué alternativas sugiere?
-Principalmente, promover el emprendimiento social. Consistiría en que la gente joven se movilice para ayudar por un tiempo gracias a los avales de empresas que invertirían en ello. Esta vía te liberaría de la burocracia y del sistema tradicional que pretende que estas ayudas se den como algunos estudiosos de occidente consideran desde sus despachos, sin haber pisado siquiera el terreno. De esta última manera se ponen parches, pero no se logra la autosuficiencia.