vitoria - El proceso de acogida a personas migrantes que floreció casi de forma inesperada en Euskadi hace décadas, dio paso progresivamente a la integración y la inclusión de esas personas en la comunidad vasca. Una transición que se efectuó con normalidad y sin conflictos de índole social. Quizás, como reconocía ayer el lehendakari Iñigo Urkullu, porque tanto la sociedad civil como las propias instituciones apostaron de un modo decidido por políticas de convivencia, por no dejar un hueco libre a actitudes xenófobas y por el compromiso de unos y otros por seguir construyendo un país para el siglo 21.
Ahora, y en los años o décadas siguientes, el siguiente escalón a superar será el de favorecer la participación en la vida social, política y económica de Euskadi de las segundas generaciones; de las hijas y los hijos de todas esas personas llegadas desde otros lugares. Para ello, insistía el lehendakari, es necesario redoblar ese compromiso conjunto a favor de la cohesión social en el que el euskera -su conocimiento y su uso- jugará un papel fundamental. “Entendemos que su impulso entre las personas inmigrantes es una buena herramienta de integración”, resumía Urkullu.
Un ejemplo claro de ello es Hajar Samadi, nacida en Marruecos y eibarresa desde los dos años, quien también quiso aportar su opinión sobre la inmigración y la integración, un asunto que conoce de primera mano. En un perfecto euskera expresó su sentimiento de pertenencia a Euskadi, y su deseo de “mirar al futuro” y “construir aquí mi vida”. “Para mí la palabra integración ha pasado a la historia. Ahora toca hablar de participación. Ya somos de aquí y queremos quedarnos aquí”, apostilló emocionada y nerviosa esta estudiante de Trabajo Social implicada en varias iniciativas de naturaleza social y defensora de los derechos de las mujeres musulmanas.
Sus palabras, pronunciadas ayer en el atrio de Lehendakaritza ante un nutrido -alrededor de dos centenares de personas- y heterogéneo colectivo formado por cargos públicos, trabajadores de los Servicios Sociales y representantes del Tercer Sector ligado a la inmigración y los Derechos Humanos, sirvieron para presentar una Declaración Institucional con motivo del Día del Migrante, un compromiso por la convivencia y la diversidad que busca renovar y profundizar un gran pacto, a todos los niveles, para seguir caminando en la dirección de una ciudadanía plural e inclusiva.
“Un acuerdo haga pivotar las libertades, los derechos y las obligaciones fundamentales de todas las personas sobre el hecho común de la condición de residencia, y no sobre la distinta condición de nacionales o extranjeros”, ilustró el lehendakari Urkullu. Y es que, como enfatizó durante su discurso, “las personas inmigrantes no son otros entre nosotros. Forman parte del ‘nosotros’ vascos que estamos construyendo entre todas y todos” sentenció durante este acto de reconocimiento público, el primero de estas características, a todas aquellas personas que día a día trabajan por fortalecer la pluralidad en la geografía vasca.
Una iniciativa que cobra mayor relevancia en estos últimos tiempos, marcados en la arena política vasca preelectoral por la búsqueda de la confrontación y por la victimización del colectivo inmigrante de manos del Partido Popular. Un comportamiento muy alejado de la letra y principalmente del espíritu recogido en esa Declaración institucional, tal y como denunció el lehendakari cuando sostuvo que “la persona inmigrante es sujeto de derechos y no un mero objeto. No cabe integración sin reconocimiento y garantía de los derechos para todas las personas. Debemos combatir las reducciones legales de derechos y libertades, fomentando políticas públicas que se nutran de la igualdad y respeten la diversidad”.
Es decir, evitar y desterrar en la medida de los posible conductas intolerantes y sectarias o, como describió Andoni Zabala, un urduliztarra que emigró por amor a Alemania hace unos años, “esas microexperiencias de rechazo y que al final duelen” que él tuvo que afrontar y superar cuando estaba fuera de su círculo más cercano: la familia y los amigos de su pareja alemana. “¿Qué quiere un inmigrante? Pues un trabajo para mantener a su familia, un techo, una escuela para sus hijos, un médico para cuando se ponen enfermos,... Y amigos. Quieren tener amigos. Quieren respeto y reconocimiento. Porque con nuestros defectos y nuestras virtudes, todos somos iguales aquí a allí”, indicó.
En definitiva, tal y como reivindicó ayer Juan Mari Aburto, consejero de Empleo y Políticas Sociales, “la dignidad de las personas debe ser el hilo conductor” de cualquier iniciativa o proyecto individual o colectivo. Ese es, a su entender, el reto a superar no solo por la sociedad vasca sino por cualquier comunidad humana que quiera prosperar y progresar hacia un tiempo sin exclusiones y desigualdades. La aceptación mutua es fundamental para ello, insistió Aburto al tiempo que apeló a la necesidad de dar cuerpo a ese gran pacto social que perfile “el marco de entendimiento” y en el que también queden definidas “las líneas rojas que tenemos que respetar”.
Porque, como acentuó el lehendakari Urkullu, abandonar el hogar es una de las situaciones más complicadas para las personas pero también para las sociedades. “Esta nueva realidad -reconoció- puede ser fuente de dificultades. No debemos ocultar este hecho sino reconocerlo y asumirlo como algo normal en todo proceso de cambio social. Es preciso -agregó el lehendakari- atender a la expresión de esas dificultades y acompañarlas con el fin de que se puedan afrontar y superar de manera constructiva”.