Durante muchos siglos los dirigentes de la Iglesia católica han hecho creer a sus fieles que el celibato de sus sacerdotes era consustancial a la fe y, en consecuencia, un principio teológico inexcusable en la práctica de esta religión. Información manipulada, interpretación sesgada de los libros sagrados, intereses de casta, anhelo de control de sacerdotes y fieles... han sido el cóctel que ha permitido mantener férreamente controlado el celibato entre sus ministros. Aunque desde los primeros discípulos hubo presbíteros que se decantaban por el celibato y hasta les daba prestigio y prestancia ante los fieles, la obligatoriedad canónica solo fue total a partir del Concilio de Trento a mediados del siglo XVI. Desde entonces, y a pesar de todos los pesares, ha convenido mantener la figura del presbítero célibe aguantando de tapadillo tantos y tantos incumplimientos, malos modos, descalificaciones, anatemas, expulsiones... Y de fondo, la mujer como elemento secundario en una Iglesia que se resiste a que ellas ocupen puestos de decisión en el entramado institucional eclesial.
Aunque antes que él otros dirigentes se hayan preocupado del tema, está siendo el Papa Francisco el primero en cinco siglos que además de preocuparse parece querer ocuparse. "Está creando nuevas expectativas de una Iglesia distinta, renovada, y lo expresa con signos e imágenes muy elocuentes. Ojalá que no le pongan palos en la rueda en la misión que se ha marcado", explica Josetxu Larrakoetxea, exmisionero en Los Ríos (Ecuador), donde estuvo 22 años.
Fue precisamente en Ecuador donde este sacerdote de Olakoaga conoció a Janet, la que se convertiría en su esposa. "Ella participaba en todas las comunidades eclesiales de base. Empezamos a conocernos y surgió el amor. Yo tenía ya 45 años. Fue la crisis de los 40", dice sonriente.
Josetxu, creyente y cristiano, continúa participando en movimientos de base en Bilbao y recuerda como si fuera hoy aquel año 83 cuando decidió colgar los hábitos por amor. "Estaba lleno de dudas y me vine de vacaciones a Euskadi. Quería meditar bien la decisión que iba a tomar. Hablé con un cura de aquí y él fue quien me dijo; Tú eres libre para hacer lo que quieras y me decidí. En 1985, me casé y formé una familia en Ecuador, donde han nacido mis tres hijos", rememora.
Josetxu es uno de los ocho mil sacerdotes del Estado español y cien mil en todo el mundo que, desde los años setenta, han tenido que renunciar por amor a su vocación sacerdotal. "Como era capacitador social me quedé a trabajar en Los Ríos en una ONG de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana y mi mujer pudo seguir ejerciendo de profesora. Me hubiera gustado continuar ayudando a mis compañeros en la pastoral, pero fue del todo imposible. Sin embargo, lo que más me dolió cuando dejé de ser sacerdote fue la incomprensión del resto de curas. Con la secularización también me topé con algo que nunca imaginé que me iba a suceder: el rechazo de los que hasta entonces habían sido mis amigos. Eso que todos eran y éramos simpatizantes de la teología de la liberación... Hoy en día, cuando voy a Laguardia a visitarles tengo la sensación de que aún no me han perdonado. Echando la vista atrás recuerdo que el tema de la sexualidad era tabú entre nosotros, nunca salía en las conversaciones que manteníamos. Tampoco se comentaban temas de mujeres", reconoce Larrakoetxea, quien permaneció en Ecuador hasta 1999, año en el que se vio obligado a regresar a Euskadi para ser trasplantado de un riñón.
Después de tantos años en Los Ríos el retorno a Euskadi se presentaba duro. "Primero, por la enfermedad y, después, por las escasas expectativas laborales a las que me enfrentaba. En este sentido tuve suerte, porque cuando en el Obispado de Bilbao se enteraron de mi situación me ayudaron a encontrar un trabajo aquí. Por mediación del propio obispo Juan Mari y, sobre todo, por el apoyo de Andoni Gerrikabeitia, entré como ayudante del capellán en el hospital de Cruces donde he estado encantado hasta mi jubilación", dice agradecido.
Anacronismo El celibato suele aflorar en primavera. En esta ocasión ha vuelto a primerísima línea informativa por una misiva de 26 parejas de sacerdotes que han demandado al Papa Francisco el cese del celibato obligatorio. Si algo podría hacer Bergoglio, aunque no lo llevará a cabo sin consultar al poderosísimo episcopado mundial -porque sabe respetar la colegialidad-, es abolir de un plumazo su obligatoriedad. Consciente del anacronismo que supone el celibato obligatorio en una Iglesia que se marca como objetivo dialogar con el mundo moderno, Bergoglio ha puesto voz a lo que ya se sabía: que el celibato "no es un dogma de fe", dejando así "la puerta abierta" a que los curas puedan contraer matrimonio. "El celibato obligatorio solo tiene sentido si es aceptado voluntariamente, como ocurre en las órdenes y congregaciones religiosas, no en el clero secular", comenta el exjesuita José Mari Erdozain. "No tiene fundamento teológico alguno y menos bíblico. De hecho a los curas ortodoxos no se les exige el celibato e incluso dentro de la Iglesia católica, apostólica y romana no les dejan casarse una vez que son curas, pero pueden estar casados y acceder al sacerdocio. La Iglesia católica tiene curas casados: católicos griegos, católicos coptos. En la actualidad se siguen casando los curas de la Iglesia católica oriental, que también están bajo la autoridad del Papa".
Cuando su relación con la orden de Jesús ya había entrado en crisis y había decidido abandonarla, fundamentalmente por cuestiones de obediencia, Erdozain todavía no había conocido a la que hoy es su esposa. "Cuando decidí salir de la institución, me encontré en el mundo con la tierra y el cielo, no tenía otra cosa. Pero después me enamoré y me encontré con una mujer a mi lado. Me casé por lo civil en el 82, porque no lo pude hacer por la Iglesia, pero como los dos éramos de comunidades de base celebramos luego nuestra unión por la Iglesia sin que supusiera ninguna pamema", reconoce.
Aunque dejó de ser jesuita, Erdozain sigue siendo sacerdote pero no ejerce. "¿Por qué soy cura todavía? Cuando nombraron al Papa polaco se abrió un proceso por el cual para dejar de ser sacerdote tenías que demostrar que te habías ordenado engañado o que estabas dando algún escándalo. Me negué a aceptar esas condiciones", dice este exjesuita para quien el verdadero problema de la Iglesia actual no es el celibato, "sino la falta de paridad en pleno siglo XXI".