Bilbao. Considerado el evento de contaminación marina más importante padecido en el Cantábrico, las heridas producidas por el hundimiento del Prestige, aún latentes por el reciente juicio cerrado en falso a escasas jornadas del décimo primer aniversario del hundimiento del buque, legaron una valiosa lección a Euskadi. Activada una titánica lucha para frenar sus efectos aún sin contar con experiencia en el manejo de una catástrofe medioambiental de semejantes dimensiones, el chapapote provocó la puesta en marcha de un intenso operativo que duró casi un año. Saldado con éxito a la vista de las 21.000 toneladas de residuos de fuel recogidos en mar frente a las 3.200 toneladas llegadas a la costa, supuso también la creación de un protocolo propio para vertebrar las actuaciones futuras ante vertidos de hidrocarburos en alta mar.
Fue en junio de 2004 cuando el Ejecutivo de Lakua, liderado por Juan José Ibarretxe, concluyó la redacción de un protocolo para mejorar la gestión a realizar desde Euskadi, tanto para perfilar los métodos operacionales en mar como paliar sus efectos en tierra, ante posibles vertidos por accidentes de buques petroleros. La hoja de ruta ideada incluye la participación de diferentes consejerías y entidades -también con organismos a nivel estatal-, pero estructura con énfasis los recursos disponibles -por tierra, mar y aire, tanto propios como estatales- ante una emergencia, la ubicación de los medios tecnológicos y humanos, las infraestructuras portuarias y logísticas de las que echar mano, los materiales a utilizar y, sobre todo, la organización de los efectivos disponibles a diversos niveles. Así lo atestigua un alto cargo que, integrado en el Departamento vasco de Ordenación del Territorio y Medio Ambiente entonces dirigido por Sabin Intxaurraga, vivió en primera persona la respuesta a la crisis del chapapote. Pero también se trazó un mejor método operativo de cara a futuro.
Pese a que la legislación marítima recae en las autoridades españolas -que deben de ser las primeras en actuar, sobre todo por parte del Ministerio de Fomento-, el reglamento de actuación a nivel vasco propone "actuar con la mayor efectividad posible para minimizar los daños", evidencia el antiguo alto cargo. Y es que, todavía con la memoria fresca de lo sucedido poco meses antes, la crisis del chapapote "nos llevó a trazar una líneas de actuación ante una posible contingencia futura. La experiencia del Prestige -que se fue al fondo del mar a 250 kilómetros de Finisterre cargado con 77.000 toneladas de fuel- nos hizo aprender sobre como actuar en mil y un aspectos: desde los protocolos de limpieza en la costa hasta los seguimientos de las manchas de fuel por el Cantábrico", rememora.
Euskadi pagó una abultada factura por el Prestige -el coste fue de 50 millones de euros fue devuelto vía Cupo por el Gobierno español años después-, pero "aprendió de aquella experiencia", relata esta misma fuente que tomó parte en la Comisión Interdepartamental e Interinstitucional de Seguimiento de la crisis entre 2002 y 2003. Aglutinando siete departamentos diferentes, las Diputaciones vizcaina y guipuzcoana, el Ayuntamiento de Donostia, las cofradías de pescadores, la asesoría científica de Azti y a los voluntarios de diversos colectivos, minimizar el impacto del chapapote fue su principal cometido. Pero, ¿cómo se luchó contra un vertido que afectó a una franja marina que iba de Galicia al Canal de la Mancha?
En primer lugar, pocos días después del hundimientos del buque petrolero monocasco se puso en marcha una comisión de seguimiento vasca. Con imágenes de las rías gallegas teñidas de negro, el crudo -los famosos "hilillos con aspecto de plastilina en estiración vertical" que pronunciara el entonces vicepresidente primero y ahora presidente español, Mariano Rajoy- se desplazaba hacia el este por el Golfo de Bizkaia. Era tiempo de actuar. No fue hasta el 5 de diciembre de 2002, 16 días después de que el Prestige se partiera en dos, cuando las primeras galletas de crudo alcanzaron las playas vizcainas de Aizkorri (Getxo), La Salvaje y Atxabiribil (Sopelana), La Arena en (Muskiz) y Bakio.
ataque en el mar Conocido el desastre que se avecinaba, sin embargo había que disponer de datos más fiables para determinar la trayectoria de la contaminación. "Teníamos que trabajar para localizar las manchas y simular hacia donde se desplazarían", determina el alto cargo del Ejecutivo de Lakua consultado por DNA que participó entonces en el dispositivo vasco contra el crudo. La información aportada por varias boyas de deriva lanzadas por el centro tecnológico de investigación marina y alimentaria, Azti-Tecnalia, a la altura de Asturias durante los primeros días de diciembre resultó fundamental. Acto seguido, los pesqueros vascos y cántabros -28 barcos inicialmente y más de 150 ya en de enero y febrero de 2003- se hicieron a la mar como flota de avanzadilla.
Con el calendario quemando días el chapapote, que navegaba a la deriva bajo los efectos de las corrientes y los vientos, siguió siendo detectado. Y llegando, pese a la titánica lucha que se libraba en alta mar, a las playas vascas: alcanzó inicialmente Gipuzkoa -Zumaia y Donostia- con la llegada del año 2003. Aún así, los mayores impactos en la costa vasca sucedieron en febrero; pero, sin embargo, el impacto del chapapote pudo ser minimizado gracias al dispositivo en el mar. El tratamiento del fuel que llegaba a tierra -recogido por miles de voluntarios en una labor desinteresada-, por su parte, disponía entonces de un protocolo de tratamiento. Según datos de un estudio posterior -de 2009- elaborado por Azti-Tecnalia, "el dispositivo de lucha contra la contaminación organizado por el Gobierno Vasco y formado por buques pesqueros, recogió en el mar más de 21.000 toneladas de residuos de fuel, frente a algo más de 3.200 toneladas de residuos contaminados en la costa".
Con el mes de marzo se disminuyó la llegada de hidrocarburo al litoral, aunque no se bajó la guardia ya que se mantuvo un dispositivo de vigilancia y recogida. El chapapote siguió alcanzando la costa vasca de forma intermitente durante el verano y otoño, sobre todo impregnado en algas y otros materiales. Cómo gestionar ese fuel nocivo fue otra de las soluciones a las que hubo que dar salida entonces: "se montó una planta en el puerto de Bilbao para su tratamiento", certifican las fuentes consultadas.
Con evidentes efectos sobre el medio ambiente marino y costero -cuyo análisis cesaron hace varios años-, una abultada factura económica y un juicio cerrado en falso recientemente con absoluciones en el plano político a un PP que gestionó con evidentes lagunas una crisis de proporciones considerables, la respuesta de Euskadi al Prestige logró minimizar los daños de un chapapote que pese al paso de los años permanece muy presente en la memoria de la costa vasca.