De pronto, un helicóptero quebró el silencio sobre el Valle Salado de Añana. Julián López, el gerente de la asociación para el desarrollo rural del municipio, salió a la calle y observó el vuelo taladrante. "¿Estará allí?", se preguntó. Todo el pueblo había amanecido ayer un tanto inquieto por la visita del evaluador de la Unesco Massimo Preite. Rebautizado, por consenso vecinal, como "el italiano". De su análisis depende que el insólito paisaje de cristal y terrazas escalonadas sea declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad. Un título que suena lo suficientemente florido como para creer, o querer creer, que gracias a él las eras volverán a ser las de hace medio siglo, el empleo crecerá, se disparará el turismo y surgirán nuevos negocios para atender a los visitantes. "Y si no pasa nada, al menos mal no nos hará", razonaban, con la lógica aplastante que da el paso del tiempo, Irene Araico y Antonio Vesga.

Los dos jubilados miraban al Valle Salado con ojos nuevos, tratando de imaginar la impresión de Preite ante un cuadro que parece sacado de una película fantástica, con todas esas plataformas de piedra, madera y arcilla, serpenteadas por canales de agua, bañadas de blanco. "Aquí estamos todos ilusionados con la candidatura, claro que sí. ¿Pero se lo merece? Habrá que ver si este señor concluye que tiene el valor que dicen que tiene. Aseguran que como este paisaje no hay ningún otro", apuntaba Irene. "Dicen que otro así hay en Canarias", interrumpió Antonio. "Hay uno, pero distinto", corrigió ella. La baza de la singularidad es la que están jugando estos días las instituciones alavesas para engatusar a la Unesco. Ojalá hubieran intentado la estrategia medio siglo antes.

Los que eran niños hace cincuenta años evocaban ayer con nostalgia aquel paraje cuando su actividad era brutal. "Por esta época del año, todo estaba blanco por la sal", señalaba, con un movimiento de brazo, tratando de abarcar todo el Valle, Antonio. "Pero la gente joven no veía futuro, se fue a la capital y las salinas se hundieron", continuó Irene. "Y ahora no es tan fácil recuperar aquel brío pasado. Levantarlas, tal vez, pero el mantenimiento es muy costoso. Ojalá hubiera habido entonces subvenciones de las instituciones para salvar las salinas", apostilló el pensionista. La añoranza suele teñir de sombras los relatos. Por eso, con cierto pesimismo, los dos se preguntaban justo a continuación si el título de la Unesco, de conseguirlo, devolvería la vida al pueblo. "Que habrá más turismo, sí, pero...". Su escepticismo tiene explicación. Ella llevó el bar de la localidad durante décadas. Él, la carnicería. Y ambos negocios cerraron cuando les llegó la jubilación. No había relevo. "En invierno, nos quedamos ochenta personas. Y servicios... Casi no hay. Que vengan jóvenes así es difícil y...". Antes de terminar la frase, Margarita Loma les interrumpió. "Cómo que no, si en los últimos años han venido unos cuantos". Ella cree con fe ciega en el proyecto del Valle Salado. Tal vez, porque la vida de sus ancestros estuvo ligada a él y ahora familiares suyos, un primo y un sobrino, han regresado a las terrazas cristalinas.

"Mi abuelo tenía unas eras, allí al fondo", señalaba Margarita, en dirección al final del pueblo. Ella y sus hermanos ayudaron a fabricar la sal hasta que sus trabajos en la ciudad se lo impidieron. Es una labor "que requiere mucha atención de marzo a octubre, y después de octubre hay que hacer el entroje". Ahora, la ilusión de esta mujer es "verlas todas restauradas", incluidas las que ya llevan su nombre. Heredó diecinueve escuadras, convertidas en acciones desde la creación de la sociedad Gatxagak. "Más tarde o más temprano se arreglarán, haya o no declaración, de eso estoy segura". También Ángel Aja confía en la continuidad del proceso de rehabilitación. Nacido en Pobes, se casó muy jovencito con una parlanchina muchacha de Salinas y, aunque llevan viviendo 51 años en Pamplona, el vínculo con el pueblo de la esposa es irrompible. Todos los meses de agosto y parte de septiembre veranean aquí. Encantados. "¡Cómo no van a convertir el Valle Salado en Patrimonio Mundial de la Humanidad! ¿Alguien se lo cuestiona?", replicó, ante la inevitable pregunta, con una gran sonrisa.

Ángel conoció el Valle inmaculado. "Y luego se empezó a apagar. Recuerdo que mi suegro me decía que acabaría convertido en un ortigal, pero no. El pueblo se volcó muchísimo", evocó. Él considera que el distintivo de la Unesco llegará, y lo hará como recompensa "al tremendo trabajo en equipo llevado a cabo para restaurar las salinas". Que traerá "cosas buenas" es, a su juicio, indiscutible. La consecuencia más inmediata sería "un aumento del turismo, lo que podría animar a abrir negocios y crear servicios, ya que aquí casi no hay nada". Una casa rural de apenas diez alojamientos, un restaurante abierto este año, las piscinas... Y ya. Es la realidad anodina de muchos pueblos de Álava, la misma que la asociación para el desarrollo rural de Añana confía en revertir con la declaración de la Unesco como revulsivo. "El objetivo es precisamente el de generar nueva actividad económica, pero no sólo el habitual, como tiendas, bares o alojamientos, también los relacionados con la salud", apuntó su gerente, Julián López, mientras preparaba el estreno de la nueva tienda de artesanías a propósito del icono del pueblo.

El agua de Salinas es "muy beneficiosa". Por eso, sería ideal la apertura de algún balneario o spa, en la línea del que recientemente se inauguró en Navarra. Para animar a los emprendedores, las ayudas que concederá este año la asociación priorizarán a este colectivo y la creación de puestos de trabajo. "La convocatoria se va a abrir ahora en septiembre para quienes tengan un proyecto en marcha o puedan tenerlo listo para diciembre, pero no pasa nada si esperan a enero, porque son fondos europeos y para 2014 esperamos algo más de dinero", explicó Julián. Lo que está claro es que el Valle Salado no ha sido hasta ahora capaz de sacar rendimiento a su tesoro, y con la candidatura a Patrimonio Mundial ha llegado el momento de abordar esta gran asignatura pendiente.

El año pasado, las salinas recibieron 45.000 personas. 45.0000 oportunidades perdidas. "No compraron nada, no se quedaron a dormir, no comieron, porque no había nada. Sin embargo, hay pueblos, con edificios importantes, que tienen cinco bares, panadería, carnicería, dos tiendas de recuerdos... Y recibe 35.000 visitas. Ellos sí han sabido hacerlo". La esperanza y la crítica van, en ocasiones, de la mano. Como Julián, el vecino Miguel Ángel Laría también espera que el título anime a la inversión, "porque hace mucha falta, ya que no hay servicios y en invierno aquí sólo se quedan los abuelos". No obstante, cuando mira desde su casa tuerce el gesto. "Hace cincuenta años sí que se merecía ser Patrimonio. Estaba precioso. Todo levantado...". Que alguien ponga sal a su vida.