pamplona. Las imágenes que ilustran estas páginas explican bien a las claras el origen del montón que se formó ayer en el encierro y que estuvo a punto de causar una tragedia inmensa. Si se fijan, en el callejón por donde entran los corredores, hay dos puertas laterales. De cada una de ellas se ocupa un carpintero, encargado de abrir y cerrar ese portón. Los carpinteros tienen siempre cerrada esa puerta de servicio de acceso a la barrera, pero hay un momento a lo largo del encierro que siempre la abren. La abren un poquito cuando ven llegar a los últimos policías forales que quedan en el recorrido. Estos agentes esperan normalmente en la entrada del callejón a que lleguen al albero los primeros participantes en el encierro (es decir, los más patas normalmente y a los que les llueve de todo cuando entran en la plaza). Una vez que entran los primeros, los policías recorren el callejón, vigilan que las gateras estén libres y se encargan de que en el anillo del coso, en la barrera, donde trabajan los sanitarios, no se cuelen esos patas que ya han llegado y no se pongan a ver los toros desde la misma barrera. Así, según varios policías consultados que han realizado esos servicios, posibilitan que la zona esté libre también para posibles atenciones médicas.
¿Qué pasó ayer? Según varios agentes y las imágenes que acompañan esta información, el cúmulo de casualidades resultó fatal para que se formara el montón. ¿Cuáles fueron esas casualidades? En la foto 1 se ve cómo el carpintero de la derecha tiene la puerta más entreabierta que el de la izquierda, que solo la abre cuando llegan los policías. También, los agentes parece que apuraron demasiado a introducirse en las puertas que les dan acceso a la barrera. Para cuando llegaron ya había muchos corredores llegando al callejón. Era sábado y es lógico que hubiera muchos mozos corriendo, y muchos que no habían corrido nunca.
Cuando empiezan a llegar corredores, ya es tarde para volver la puerta de la derecha (imagen 3). Ahí se observa al carpintero colgado de la misma, tratando de hacer fuerza, varios policías todavía sin entrar por esa puerta y cómo varios mozos, arrimados a la derecha, empiezan a abrir esa hoja de par en par sin posibilidad de revertirla, de cerrarla. La masa humana arrolla al encargado de esa puerta y esta impide por tanto el paso del callejón a la arena. Así, donde normalmente hay un espacio de tres metros y medio, en esta ocasión era la mitad. Mientras tanto, ya habían empezado a caer corredores en la misma puerta y los que llegan detrás, siguen tropezando con los que están en el suelo. El tapón humano es tan grande que los corredores no pueden escaparse por ningún lado, ni hacia la plaza para correr por la arena, ni hacia los laterales para circular por la barrera que rodea el coso.
Lo que está claro es que el sistema de seguridad y protección del encierro falló. No se puede crear una montonera semejante porque media puerta del callejón esté cerrada. Fue algo incluso reconocido por las propias autoridades, que afirmaron que si algo había que cambiar, lo cambiarán. Ya saben, la mayoría de las veces las desgracias aceleran los cambios. Además, a la hora de evacuar a la gente amontonada, no se dio orden, por ejemplo, a los agentes de la brigada de intervención (una docena) para que fueran retirando personal. Tirando de los mozos para sacarlos de allí apenas se observan dos policías forales. No les hubieran venido nada mal algunos refuerzos.
Entre los aspectos positivos en la reacción a la tragedia quedó la decisión de que los mansos de cola no llegaran hasta el callejón para no provocar más apelotonamiento y pisadas y el hecho de que la manada se desvió por la barrera y uno de los operarios les cerró la puerta en la mitad del anillo para que salieran a mitad de plaza y encararan los corrales.