Son veinte, pero como ellos hay más de 25.000 en Álava. Ciudadanos sin empleo, obligados a subsistir, empujados a un pozo con interminable fondo. La diferencia es que esos veinte se han hartado y dado el puñetazo, decididos a demostrar que estar parado no significa quedarse parado, a evidenciar que si no se mueven difícilmente alguien lo hará en su lugar. La iniciativa surgió de extrabajadores de Tubos Reunidos de Dulantzi y tomó forma dentro de Araba Borrokan, plataforma formada ya por sesenta comités de empresa del territorio, que busca unir a la población entera para forzar a un cambio de modelo más democrático. Y ya hay grupo, pequeño pero plural, con locales e inmigrantes, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, dispuesto a recurrir a sus escasos recursos para darse a conocer y atraer a todos los que se encuentran en su precaria situación, para construir un gran altavoz desde el que exigir la creación de puestos de trabajo dignos y con derechos. Porque los grandes logros laborales y sociales fueron utopías hasta que se convirtieron en realidad.
La rabia y la esperanza, ese cóctel que ayuda a avanzar, se colaron el jueves en los locales de la Asociación 3 de marzo. Era la segunda vez que el comité de parados se reunía y hubo caras nuevas, como la de Juan, uruguayo de armas tomar, que había visto de casualidad uno de los cientos de panfletos pegados por varios barrios de la ciudad invitando a la convocatoria. El objetivo de la cita era ir sentando por escrito las bases del movimiento, con sus principales peticiones, y comenzar a organizarse para participar en la huelga general del 30 de mayo. "Yo soy optimista y creo que si nos unimos podemos conseguir cosas, porque somos mayoría", animaba Marisa. A sus 42 años, tras casi dos en el paro, viviendo de nuevo en casa de los padres, se mantiene fuerte, aunque le preocupa mucho "la violencia, la tristeza, la ansiedad y depresión" que arrastran a tantas personas que padecen una situación similar a la suya.
Ella ni siquiera recibe ayuda, porque se fue a Madrid por una oportunidad laboral, se empadronó allí y ahora no cumple los requisitos para cobrar el subsidio. "Y eso que me marché para trabajar, para ser una persona activa", apostilla. Es lo que siempre ha intentado Marisa, estar ocupada. De lo que sea, porque como informática "y siendo mujer resulta muy difícil" encontrar empleo. "Al menos", matiza, no tiene hijos. "Con familia es más duro aún", admite Miguel Ángel. Este vitoriano llevaba 35 años trabajando en un taller del sector del metal hasta que a principios de 2012 la empresa se declaró en quiebra y cerró. Desde entonces está en el paro. También su esposa e hija.
El futuro pinta gris oscuro. "Tengo 54 años, estoy especializado en tubos de precisión y no me he dedicado a otra cosa...", lamenta Miguel Ángel. Eso sí, le sobran arrestos para sacar adelante a la familia. Ya está pensando en irse a Francia a participar en la recogida de la fruta, aunque sea un parche de tres meses. Y, mientras tanto, hará lo que pueda en su nueva lucha, la del comité de parados. Son reuniones que despiertan los espíritus tristes y emborrachan a los que ya son combativos. En parte, gracias a Eloy, un miembro del grupo de trabajo de Araba Borrokan que asiste a estas convocatorias para ayudar a los protagonistas a dibujar un camino desde su experiencia, con mensajes alentadores y apasionados. "Nunca ha habido tanta riqueza como ahora. Pero está en manos de una minoría que no la pone a funcionar a favor de la sociedad porque no da tantos beneficios como guardarla en paraísos fiscales, especular, comprar oro... Y mientras en el Estado se recorta en Sanidad o Educación, se multiplica por diez el presupuesto destinado a las fuerzas de seguridad", advirtió a los presentes.
Eloy tiene claro que la única clase social "que puede dar el puñetazo y poner orden" es la trabajadora. "Si nosotros nos paramos, aquí no se mueve nada. El trabajador tiene en su mano la palanca de la economía. ¡Por qué no nos juntamos de una vez para conseguir puestos dignos para todos!", animó. Cuando hace más de cien años se luchó por las 48 horas semanales parecía que iba a generarse el caos. Ese mismo sentimiento acompañó a la batalla obrera por la abolición del empleo infantil. Pero hubo grandes movimientos en toda Europa y se lograron muchos avances, "los mismos que ahora nos están arrancando". Asentimiento general.
Suelen decir los mandatorios occidentales, banqueros y gurús de negocios que la crisis es una oportunidad. "Sí, para esclavizar a la clase trabajadora", apostilló Eloy, quien cree que "es posible organizar la sociedad de otra manera, convirtiendo en públicos recursos privados". Por eso, confió en que los sindicatos se dejen de pelear entre sí para captar afiliados y trabajen por fin de manera conjunta para conseguir un sistema más justo. "¡Los sindicatos están comprados y la Constitución amañada!", espetó Juan, al que el paro ya se le ha quedado tatuado en forma de úlcera. "Somos una sola clase trabajadora", continuó, "y tenemos que estar unidos, parar todos e ir, por ejemplo, a salvar Laminaciones Arregi, que tan importante es para toda la ciudad, y no hacer cada uno su lucha".
María sabe bien qué es la solidaridad. Trabajando en una empresa de jardinería para el Ayuntamiento se atrevió a denunciar la precaria situación laboral que vivía toda la plantilla y ahora acude a todas las manifestaciones de los jueves. "Me dicen que soy pequeña, pero que aun así se nota mucho mi presencia", contó con una amplia sonrisa. Pedro también es un luchador convencido: de ahí que promoviera con otro compañero el grupo de parados. Este gasteiztarra tiene 55 años, lleva parado tres y cobra una ayuda de 426 euros por haber cotizado más de quince primaveras a la Seguridad Social. "Una miseria", criticó, "aunque tengo la suerte de vivir en la casa que nos dejaron mis padres". Todos los días busca trabajo y todos los días vuelve con las manos vacías. "Esta es la crisis del capitalismo, la más grande desde la I Guerra Mundial", alertó.
Entre reflexiones, críticas y propuestas, dos horas después del inicio de la reunión quedaban completamente definidas las reivindicaciones del comité. Algunas, más abstractas o de largo recorrido. Otras, más concretas e inmediatas. Principalmente, no a las ERES, un reparto lógico del empleo con un salario digno para evitar las horas extra, la reducción de la jornada laboral a 35 horas semanales, jubilación a los 60 años con contratos de relevo, un subsidio de 1.100 euros al mes mientras dure la situación de desempleo, la retirada de la reforma laboral, la supresión de las ETT, tarjeta de transporte pública gratuita para los parados y los familiares a su cargo, congelación de las hipotecas para este colectivo, expropiación de las viviendas que tienen los bancos para su alquiler social, un presupuesto de choque que aumente las inversiones en servicios sociales y genere empleo público y de calidad, y renacionalización de sectores privatizados (minería, construcción naval, metalurgia, telecomunicaciones...), así como nacionalización de la banca, grandes monopolios y empresas en crisis o con amenaza de deslocalización bajo el control de los trabajadores.
"Los parados somos la empresa más grande de Álava. Imaginad la fuerza que podemos generar", animó Eloy. "Sí, hay que empezar a dar pasos desde abajo, crear un movimiento de base, y hacerlo en positivo", subrayó Miguel Ángel. "Eso es", acompañó Marisa, convencida de que el cambio es posible. "El lema del empresario es que todo el mundo es prescindible, pero podemos demostrar que somos la fuerza que mueve todo. Tenemos que cambiar la mentalidad", instó. Desempleados, pero no parados. Al menos veinte. Puede que en un tiempo, muchos más.