Érase una vez una niña que por San Prudencio sólo ansiaba tocar el tambor. Tanto elevó su plegaria al santo que su deseo se hizo realidad. Y un 28 de abril despertó enfundada en un blanco traje de cocinero, rodeada de pequeños tamborileros y redobles de ilusión. Había llegado su hora.

Llevan semanas de ensayo, de ilusión y de espera. Ayer, baqueta en mano, tambores, barriles y bombos se cuadraron, impacientes, a los pies de la torre de doña Otxanda a la espera de que el silbato del dire, José María Bastida Txapi diera la orden de iniciar el desfile. A las seis de la tarde, unos 150 niños comenzaron la marcha por la calle Siervas de Jesús tamborreando sus instrumentos al tun tun de la retreta y de su bravo equipo albiazul. Ánimo pues, valientes tamborileros.

La tamborrada txiki es el estallido de la fiesta para los más pequeños, lo más de sanpru. Enfundados en coloridos trajes o delantales de cocinero no temen la ira de las nubes -llevan gorro o boina- salvo que la chaparrada sea de tal calibre que les impida entonar los sones que machaconamente resuenan en sus cabezas.

A ojos de un niño las fiestas del patrón tienen otro sabor. La mayoría ha mamado desde txiki la tradición: entonando con sus aitas el popular zortziko, saboreando las rosquillas de Armentia, alimentándose del olor y sabor a perretxikos y caracoles en los fogones de sus casas, escuchando las historias con que sus mayores honraban al patrón y aporreando el tambor de sus hermanos en el rincón de cualquier sociedad gastronómica. Ellos son la cantera, los guardianes de la tradición. Aunque, de momento, se contentan con impresionar a quienes aplauden a su paso. Lucen felices en el desfile. Se les ve sonrientes, frescos. Y nerviosos.

Niños y niñas marchan al lado, unos junto a otros. No saben que hace años sus madres y tías tuvieron que pelear duro para que las mujeres fueran admitidas en la tamborrada adulta en las mismas condiciones que sus compañeros porque, hasta no hace demasiado, su papel quedaba relegado prácticamente al de majorettes. Tampoco tienen ni idea de que había sociedades gastronómicas vetadas a sus abuelas. Ni lo saben, ni lo conciben, porque la fiesta es mixta para ellos. Tampoco tiene edad. Mayores y pequeños viven el presente como si no hubiera mañana y son las nuevas generaciones quienes continúan lo aprendido desde la cuna. Con el tiempo recordarán esos años en los que a golpe de tambor, la tamborrada txiki les marcó el paso.

A la altura de la Diputación, ante sus orgullosos familiares, repiten la tamborrada que anoche protagonizaron las sociedades gastronómicas nada más finalizar la llamada a la fiesta de la retreta. Y la que ya por la mañana volvieron a entonar los tambores de los Biznietos de Celedón para animar las calles del centro. El repertorio se parece y el objetivo es el mismo que les mueve desde hace cuatro décadas: no confundir aporrear con seguir el ritmo. Aunque, lejos de clases magistrales, lo que a los niños realmente les gusta es darle al tambor, sin reglas.

Los cocineros quedan rezagados a la salida de la Plaza de la Provincia y, sorteando familiares, aceleran el paso hasta alcanzar a sus compañeros que esperan a unos metros de la Virgen Blanca. El desfile continúa hasta la Plaza Nueva donde un segundo escenario les brinda la oportunidad de repetir repertorio. Abajo, un público fiel y generoso en aplausos. Pronto toca regresar al punto de partida y el tronar de los tambores continúa, más fuerte si cabe, con más ganas.

Después de visitar al santo, recorrer a paso lento los puestos y darse un baño de multitudes en las campas, la tamborrada infantil pone el broche de oro a San Prudencio, una jornada festiva en la que los más pequeños han vuelto a demostrar al patrón alavés que ya puede sentirse honrado porque en Álava hay cantera para rato. Ahora toca guardar los trajes y tambores, que ya suenan lejanos.