LA apacible calma burguesa que se respiraba en la Vitoria de 1931 no se alteró gran cosa con el cambio de régimen del 14 de abril de aquel año, hace hoy 82. La monarquía había cavado su propia fosa avalando a Primo de Rivera, y había dejado huérfana a la derecha alavesa, fiel a Dios, a la Patria y al Rey, pero en su mayor parte no a Alfonso XIII, sino al pretendiente carlista de turno, en este caso Jaime III de Borbón y Borbón-Parma. La izquierda y el republicanismo, por su parte, medraban en la capital alavesa, pero en sus filas no reinaba precisamente el radicalismo ni las ansias revolucionarias de provincias más industrializadas. Era una izquierda a la que las palabras anarquismo o comunismo le infundían tanto miedo como a sus adversarios políticos, una izquierda que en plena celebración del cambio de régimen se descubría ante la administración del Santo Viático por la calle Dato.
La Vitoria de 1931 era, básicamente, una ciudad pacífica donde todo el mundo se conocía y discutía sobre política a través de la prensa de forma vehemente y acalorada, pero sin permitir que los ideales de unos y otros alteraran el tranquilo y monocorde transcurrir de los días. Por eso, si en un país sanguíneo y romántico como España el advenimiento de la República se desarrolló en paz y armonía, qué decir de aquellos días en Gasteiz. La llegada del nuevo régimen a la capital del territorio fue básicamente una entretenida ruptura de la rutina que empezó con fiesta en las fábricas y lanzamiento de cohetes, y acabó en kalejira, poteo y bailables en La Florida.
Un vistazo a los dos periódicos de referencia de la época, La Libertad, izquierdista y republicano; y El Heraldo Alavés, católico y de derechas, confirma que las elecciones del 12 de abril, efectivamente, se veían en todo el Estado como un plebiscito sobre la monarquía. Sin embargo, pese a las soflamas partidarias que ambos medios lanzaban en primera plana, los reportes sobre lo que ocurría en la calle dan prueba de que entre los vitorianos la sangre no iba a llegar al río. Un lustro más tarde vendrían los paseos y la represión en una retaguardia fascista, a pesar de ello, relativamente tranquila, pero en 1931 la gente en Vitoria vivía razonablemente bien y quería seguir haciéndolo independientemente de quién fuera el jefe del Estado.
todos ganan, todos pierden En Vitoria, explica el historiador Santiago De Pablo a DNA, las municipales las ganaron los monárquicos, pero la izquierda impugnó los comicios al entender que deberían excluirse del escrutinio los votos de las aldeas del municipio, lo que habría supuesto la victoria republicana. "En Vitoria obtiene un triunfo aplastante la candidatura de izquierdas", anunciaba a bombo y platillo La Libertad, para añadir en el subtítulo que "la votación en los pueblos les da la mayoría -a los tradicionalistas- por dos votos". El Heraldo, por su parte, asumía que la victoria católica se había producido en un ambiente de agitación republicana que no invitaba al optimismo entre sus partidarios. "Lo de menos es el número de concejales obtenido. Aunque ese número hubiera sido mayor, si el ambiente existente fuera como el que ahora se respira, también sería desfavorable nuestro comentario".
En cualquier caso, más allá de la lectura política del resultado de los comicios, lo realmente interesante de esas jornadas es la crónica callejera del cambio de régimen. "En el de la Zapatería -en el colegio electoral- imperó el mamporro en una ocasión en que un derechista, convencido del triunfo, intentó votar, o mejor dicho, votó tres veces", afirmaba La Libertad, que loaba el carácter cívico y transigente de socialistas y republicanos. Algunos izquierdistas ceden su sitio en la cola para votar al obispo Múgica -exiliado meses después- en el colegio de Las Escuelas, lo que desmonta "las injustas acusaciones de que han venido siendo objeto en periodo preelectoral las izquierdas todas, como argumento de fuerza para los endebles de espíritu y mojigatos por temperamento".
El Heraldo, por su parte, veía en la izquierda vitoriana peligrosos elementos revolucionarios, gente, además, de escasos modales e incapaz de comportarse como Dios manda. El periódico da cuenta de cómo alguien abofeteó a una señora que se encaró con los republicanos, entre otros episodios. "Hubo vivas a la República a grito pelado, cuchufletas para sacerdotes y religiosos; bolilleo libre y groserías extremistas dentro de algunos colegios [...] En algunos colegios durante el escrutinio se vitoreó a la Rusia soviética [...] Las izquierdas hicieron cuanto les vino en gana. Todo esto confirma cuanto hemos venido sosteniendo. El movimiento, pese a la buena voluntad de algunos de sus directores, es francamente comunista".
El cariño o condescendencia hacia el adversario que se dejaba entrever en esta crítica tenía su correspondencia en el periódico rival. "Tuvimos ocasión de escuchar frases de elogio de caracterizadas personas del bando derechista intransigente, que aplaudieron sin regateos al contemplar esta actitud serena y sumisa", señalaba La Libertad al narrar el berlanguiano episodio en el que la izquierda vitoriana se persignaba "al paso de Santísimo".
Santiago De Pablo explica que esa candidez que reflejan las crónicas de la época no tardó en diluirse. "El alcalde monárquico cede los poderes sin ningún problema, porque se ve como algo casi natural; el propio rey reconoce que ha fracasado", relata el historiador. Sin embargo, "los republicanos se pegan más entre ellos que con los monárquicos en cuanto pasan los primeros meses", y en 1933 se dan un gran batacazo electoral. "La tensión vino cuando se ve que la República no resuelve los problemas, no estabiliza su sistema de partidos, cuando tanto la extrema derecha como la extrema izquierda no le dan margen y empiezan a darse problemas de orden público". El clima se fue envenenando, y pocos años después en la otrora plácida ciudad de provincias el alcalde y el presidente de la Diputación son detenidos y ejecutados por los rebeldes.