La abuela de Albert se quedó sin palabras y aún más pensativa cuando su "nieto especial" le respondió con toda la naturalidad del mundo que era una pena que algo que a él le llenaba y le motivaba tanto le pudiera hacer sufrir. Así se expresa Albert Casals, un chico con una sonrisa tatuada permanentemente, educado en valores y en el ejercicio responsable y diario de eso que llamamos libertad.
Es así como entiende la vida el joven catalán, enfermo desde que era casi un niño. Ve la vida como una ruta de caminos, sin pensar si ahora es más sabio o no, sino más libre y feliz. Cuando era preadolescente, tuvo que elegir entre llevar muletas e ir más despacio, o acogerse a una silla de ruedas para ir a la misma velocidad que sus amigos. Se quedó con su compañera de viaje. Así, paso a paso y sonrisa a sonrisa, su última aventura ha sido llevada al cine: un viaje al lugar más recóndito y lejano de su casa natal. A las antípodas, o lo que es lo mismo, a un faro de Nueva Zelanda. A 30.000 kilómetros de distancia y sin ningún tipo de presupuesto para el viaje. Ese era el reto de Albert, acompañado esta vez por su novia: salir de casa con 20 euros sin saber si podría terminar. Un reto aparentemente imposible para aquellos que no trasmiten la seguridad y la dulzura de Albert.
En su Barcelona natal, al mismo tiempo, empezaba otra maniobra cinematográfica. Los productores y el director, Marcel Barrena (1981), le convencían para que su aventura se convirtiera en un documental. Hicieron una prueba en Japón y les impartieron alguna clase teórica y práctica de realización para que tuvieran nociones básicas de narración cinematográfica. Durante la odisea que les llevó por medio mundo, grabaron más de 500 horas de material durante 200 días. "Durante todo el viaje nunca supimos si Albert y Anna llegarían al final o no", reconocen los productores ante dos "actores" tan particulares e inexpertos. Antes de la partida, en una parada de camioneros, tuvieron que "adiestrarles" para que no se olvidaran de filmar en aquellos momentos en los que se sinceraban delante de la cámara. Anna y Albert ensayaron una y otra vez y aprendieron a dirigirse mediante la cámara a los espectadores, que pueden disfrutar de Món petit (Mundo pequeño) desde la semana pasada. Un motivador, divertido y sugestivo trayecto sobre nuestros miedos y sueños. Porque es difícil no preguntarse: ¿A qué estaríamos dispuesto a abandonar para realizar nuestros sueños?
La experiencia de camarógrafo le dejó tocado a Albert. "Yo soy muy vago. Anna filmaba más. Claro, cuando viajas sin dinero y tienes que explicar a la gente que llevas una cámara, se convierte en una molestia. No volvería a viajar con cámara", argumenta a DNA.
Afortunadamente, no se olvidaron de darle al rec cuando untaban nocilla con un DNI en un supermercado o un líder "fumado" de una secta emitía sonidos con sabor a "hierba". Anécdotas inolvidables que comparten con honestidad y generosidad durante miles de kilómetros. Recuerdos de un pasado doloroso (enfermedades, inyecciones, pérdidas) que revitalizaron el carácter positivo y risueño de Albert se intercalan en el montaje final y avivan el espíritu de esa gran familia. "Mi familia es especial. Me apoyaron y me educaron para que saliera adelante", afirma. Su padre, por ejemplo, entraba con una "sonrisa forzada" a su habitación para intentar animarle cuando la leucemia y otras complicaciones empezaron a resurgir, y al final la sala se llenaba de una sonrisa franca. Una explosión de energía positiva.
Felicidad como opción Para desgracia de los libros de autoayuda, las palabras de Albert resuenan con más sinceridad. "La conciencia es clave para ser feliz. Lo importante no es viajar por viajar sino que seas tú, y puedas elegir sin restricciones, sin escudarte en no tengo dinero. Se pueden hacer muchas cosas", afirma Albert, tan vitalista y colorista como su cabello. "Ahora lo tengo de color naranja y verde", comenta el joven, que vive en una casa okupa junto a varios más, dependiendo del día.
Albert vive sin móvil. Más enamorado de la magia de la palabra que del poder de la imagen, ha hecho sus pinitos como actor (cortometrajes y un largometraje), pero lo que a él le gusta es escribir, prueba de ello es la autoría de dos libros: "Incluso un blog me parece demasiado rutinario. Es demasiado constante".
Ser periodista, o la misma idea de trabajar tampoco entra en sus planes. "El hecho de ejercer un trabajo y tener un oficio o un horario se me haría difícil. No podría sacrificar mi libertad", advierte.
Es lógico que ante una personalidad tan arrolladora, las palabras también adquieran un valor añadido. Ante un pequeño avance (invitaciones, oferta de alojamiento?) en algún lugar desconocido, Albert grita que lo ha conseguido gratis: "Gratis significa la liberación respecto al dinero. Está tan arraigada en la sociedad occidental la idea de que sin dinero no se puede hacer nada, que valoro aún más el hecho de que lo consiga gratis". Gratis en lo económico, pero profundo en el intercambio de experiencias.
El documental recoge los testimonios de médicos, familiares cercanos, y en menor medida las interferencias de las personas que les han acogido en algún lugar del mundo. Entre las experiencias culturales, humanas y sociológicas, una referencia a los "mochileros pijos" que encuentra en su camino, o la solidaridad inaudita de Indonesia, la desconfianza china o el asombro de la persona que vive en las antípodas de su casa. En el lugar de destino. Un señor que tiene el privilegio de ver los primeros amaneceres del mundo. Un viaje que, sin duda, no se paga con dinero.