Fran Ortigosa es, además de un gasteiztarra de pro, uno de los hombres fuertes de Repsol, su director de Geología, una suerte de zahorí tecnológico de cuyo olfato depende entre otras cosas el vaivén de las acciones de la petrolera. En este exigente contexto se mueve desde hace más de dos décadas este alavés. Tratando no ya sólo de encontrar petróleo, ese elixir, como decían los antiguos, "que mueve y esclaviza al mundo", sino de calcular cuánto habrá y, sobre todo, cuánto será capaz de extraer. Ésa es la cuestión. Y en eso están todas las compañías fundamentalmente por una razón: el petróleo fácil hace tiempo que no existe.

A pesar de la presión de saberse en el centro de inversiones que encierran miles de millones de dólares, a Ortigosa de momento las cosas le van bien. Si lo normal cuando se explota un pozo es que su rendimiento sea del 25%, una cifra que los expertos consideran un éxito, cada vez que este especialista señala con su dedo el lugar exacto del mapa donde las perforadoras de Repsol han de iniciar sus prospecciones, el porcentaje mejora la media, como poco, en cinco puntos. Una pequeña diferencia que, traducida en dólares, representa sin embargo un diferencial muy importante respecto de la competencia. Pero lejos de conformarse, la actitud de este emprendedor es concienzudamente exigente. "Todo se puede mejorar y optimizar y para eso estamos aquí", advierte sin concesión alguna a la galería.

Atiende Ortigosa a DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA por teléfono y desde Houston, la capital mundial del petróleo. En esta poliédrica y monstruosa ciudad, tercera en importancia del estado de Texas después de Austin y Dallas, conviven dos millones de habitantes, se hablan hasta 90 idiomas distintos y trabaja este vitoriano desde hace once años para la compañía Repsol. Antes el entrevistado puso sus conocimientos en geofísica al servicio de esta misma empresa para la búsqueda de yacimientos en Colombia, Egipto, Kazajstán y Rusia. Son las 7.35 (las 15.35 en la Península) y hace un rato que Fran, como prefiere ser interpelado, trabaja en su despacho de la torre sur de un edificio de cuatro plantas situado en la parte norte de Houston, cercana a una idílica zona residencial, boscosa y rodeada de lagos que a mediados de los 80 fue creada precisamente para estimular la conciliación familiar de los trabajadores del entorno, una razón que según sus fundadores, "redundaría con el tiempo en la productividad de sus empresas". El lugar está rodeado de rascacielos, copados en su mayoría por las compañías de la competencia, y circundado por kilómetros de autopistas. No muy lejos de allí, cuenta el protagonista, se encuentra CyrusOne, un búnker blanco de colosales dimensiones donde las petroleras almacenan la información reservada sobre sus proyectos. Ni que decir tiene que el lugar tiene cierto aire cinematográfico. Está tomado por cientos de agentes de seguridad y cuenta con muros de un metro de espesor y persianas de acero a prueba de terremotos. Todo lo necesario e imprescindible para salvaguardar una información tan sensible. Al margen del sector del petróleo y el gas, explica Ortigosa, el resto de la actividad empresarial de Houston está vinculada al sector de la biociencia, donde destaca el Texas Medical Center, el centro médico más grande del mundo con 75.000 trabajadores, y al espacial, con la otrora todopoderosa NASA como buque insignia.

Como se avanzaba, el vitoriano atiende la llamada desde su puesto de trabajo, que describe con sumo detalle. Es "acristalado", cuenta, y goza de unas vistas "privilegiadas". En su interior, continúa, una mesa de trabajo en forma de l, una gran pizarra blanca que utiliza para "dar forma a las soluciones" y un mapa gigante de los Estados Unidos con sus provincias geológicas. También se asoman algunos libros técnicos sobre una sencilla estantería y dos pisapapeles de metacrilato con forma de escarabajo que utiliza para clasificar sus documentos. No hay mucho más en este lugar. Bueno sí, el orden, un orden extraordinariamente meticuloso que casa con el carácter de su propio inquilino, acostumbrado desde hace décadas a estructurar su trabajo y casi su vida de forma escrupulosa. "En este negocio -repetirá varias veces a lo largo de la entrevista- la improvisación sale cara".

Fran Ortigosa es geofísico y ejecutivo al mismo tiempo de la petrolera española. En la sede norteamericana de la compañía cuenta con un equipo de confianza de seis colaboradores y otros 50 de manera indirecta. A priori, su trabajo es sencillo. Se basa en encontrar petróleo en cualquier parte del mundo y hacerlo además de una manera rentable para su compañía. Y ahí radica la complejidad porque "la era del petróleo fácil, barato e ilimitado es ya historia; hoy toca perforar más lejos y cada vez más hondo", explica al otro lado del teléfono.

Ese "hondo" al que se refiere Ortigosa se trata de yacimientos marinos como el del Golfo de México, enclaves de nuevo cuño que las compañías del sector han tenido que inventarse para paliar las consecuencias políticas de las cada vez más inestables reservas de Oriente Medio. En esta vuelta a la industria del off shore, congelada desde la Segunda Guerra Mundial por su alto coste y las limitaciones industriales del sector, Ortigosa lleva años trabajando con éxito. Sabe que ese nuevo puré viscoso, casi vivo, que se incubó hace 50 millones de años y que ha dormido durante generaciones está ahí, esperando en algún lugar del mundo, pero sabe también que la recompensa sólo será un asunto al alcance de los mejores.

Y ese "apasionante" reto es lo que le anima a continuar cada día en la brecha a pesar de saber que las profundidades que habrán de perforarse irán más allá de los diez kilómetros, seguramente con una meteorología adversa y desde luego en un entorno mucho más agresivo. Los nuevos yacimientos, añade el especialista, son más pequeños y desde luego menos generosos, lo que reduce las probabilidades de éxito de cualquier misión. Así dibuja este vitoriano el escenario de la industria petrolera para el futuro. "Un escenario sólo para ricos, puesto que pocas compañías pueden permitirse el lujo de invertir millones de dólares a cambio de no generar ingresos durante años", explica.

De modo que toca mirar hacia los océanos, añade, zonas abisales que quizás el hombre jamás osó nunca alcanzar. Desde el Mar del Norte hasta el golfo de Guinea, las costas de Brasil o incluso el Ártico. Territorios vírgenes con millones de barriles en sus profundidades que el alavés se propone explorar desde el "máximo de los respetos". Ecológicos y medioambientales, se entiende, aunque las posiciones más verdes es de suponer que rechazarán de plano la explotación de ese nuevo planeta que el ser humano parece haber descubierto bajo el mar.

Vida en Arana Pero, ¿dónde comienza realmente la historia de este vitoriano? Con un punto de nostalgia lo recuerda así. "Me crié en el barrio de Arana. Cursé mis estudios en el colegio Ignacio Aldecoa hasta 8º de EGB y después continué en el Instituto Ramiro de Maeztu, donde estuve hasta 3º de BUP. Al año siguiente me marché a Bilbao para completar el COU y de paso empezar a aclimatarme con la ciudad, ya que quería estudiar allí Geología". Más habilidoso con los números que las letras, siempre mostró desde niño una inusitada afición por la naturaleza, una actitud que sin quererlo convirtió cada una de las aventuras que vivió de niño en el germen de su forma de vida. "Vivir en Arana entonces era como vivir fuera de Vitoria, casi en el pueblo, así que los chavales íbamos a divertirnos a esa fascinante zona que era El Manantial (los humedales de Salburua), donde jugábamos y donde tuve mi primer contacto con la naturaleza: ¡los fósiles!, que después analizábamos en la biblioteca del barrio".

Reconoce Ortigosa hoy que la aventura corre por sus venas y que aquellos hallazgos en Salburua y su posterior "labor de análisis" le marcaron "profundamente". Como para no hacerlo. A la biblioteca acudía toda la pandilla de amigos casi a diario, cargados hasta los huesos de fósiles y piedras "inclasificables" que muchas veces convertían el lugar en una cantera. Sin embargo, para su suerte años después, los libros de aquella biblioteca presentaban un pequeño matiz y es que la mayor parte de los que existían sobre esa temática no hablaban de fósiles sino que estaban enfocados hacia el petróleo, otro "descubrimiento" que, definitivamente y sin él saberlo, acabaría marcando su futuro. "Creo que siempre quise ser geólogo. Me gustaban los números, las matemáticas y las piedras, así que lo tuve claro muy pronto", recuerda ahora desde ese privilegiado despacho donde tiene la "suerte" de contemplar incluso el tejado de su vivienda. "Es un privilegio poder trabajar a dos minutos de tu casa, sobre todo si vives en un país como los Estados Unidos donde las dimensiones y los trayectos son tan grandes", recuerda antes de regresar a sus orígenes, centrados ahora en su época de estudios preuniversitarios.

Ortigosa estudió Geología cerca de casa, en la facultad de la UPV en Bilbao. Por su sobresaliente expediente académico es más que plausible que podría haber optado a universidades con más pedigrí que la vasca, pero las apreturas de la época finalmente se lo impidieron. Al margen de la humilde procedencia de su familia, en aquellos años su padre atravesó durante un largo periodo la "penuria" del paro, un hecho que obligó irremediablemente a su hijo a buscarse la vida para poder costearse los estudios. Así que trabajó al mismo tiempo que estudiaba. "Di clases particulares de cálculo y álgebra, fui vendedor de regalos de empresas, trabajé en una empresa de rodamientos y en otra de esponjas e incluso comencé a distribuir material geológico para la universidad", enumera hoy con la satisfacción del esfuerzo realizado.

Un esfuerzo, se recuerda, acuciado por las necesidades económicas de la familia ante la falta de un empleo en el cabeza de familia. Un episodio que Ortigosa rememora no sin tristeza. "¿Si me imagino lo que es estar en paro? Mira, nunca lo he estado pero sepa que sé lo duro que es porque mi padre estuvo durante muchos años sin trabajo y eso es algo que te marca. Ahora bien, en esas circunstancias lo importante es luchar, luchar y luchar para no desarmarse nunca. Sólo la ilusión y la autoestima es lo que te mantiene vivo y te puede sacar de un tema tan complejo".

De manera espontánea, Ortigosa hace un quiebro y sorprende con un comentario acerca de su última pesadilla, que realmente son dos y le asaltan de forma más o menos periódica. "La primera es que en mitad de la noche me despierto sobresaltado, tengo examen y no he estudiado. ¡Me quiero morir (risas)! Y la segunda tiene que ver con la jubilación; me veo de viejo, una situación nueva para mí que me desconcierta y angustia porque me encanta mi trabajo y supongo que no querría dejarlo nunca?". Despertado del mal sueño, la vida continúa. Y la de Ortigosa, la profesional, pasó de Bilbao a Barcelona a finales de los 80 por méritos propios y reconocimientos universitarios. Enfocada estaba entonces su carrera más hacia la ciencia que la acción hasta que en 1990 recibió una oferta de Repsol, recientemente privatizada por el Gobierno, que le hizo cambiar de planes. Dejó su tesis a medio hacer y a sus 26 años formó parte de esa primera hornada de profesionales al más alto nivel que Repsol requería para su incipiente proyecto. "En ese momento pudo más el dinero que la ciencia", recuerda el protagonista.

A vueltas con el 'fracking' Sin saberlo, aquella decisión le convertiría con los años en un expatriado "sin arreglo". Porque de la mano de esta compañía Ortigosa ha trabajado en Madrid (tres años), Rusia y Kazajstán (tres), Colombia (dos), Egipto (cinco) y Houston (once). ¿Y no echa usted de menos España?, se le pregunta. "Veréis, yo conocí otro país, el de la peseta, y otra sociedad, que era muy diferente, por eso desgraciadamente a veces me siento extranjero en mi tierra, que es una pena porque tampoco me siento local aquí (en Houston). Sufro un proceso de desenraizamiento que es difícil de explicar". ¿Y Vitoria, qué nos dice de su ciudad de origen?, insiste el periodista. "Ahora mismo es difícil que vuelva a España, pero a Vitoria sería distinto, tal vez más probable. No hay petróleo pero sí gas, quién sabe?".

La apreciación no es espontánea. Francisco Ortigosa está al tanto -porque sigue la actualidad española y alavesa a diario- de que la decisión del Gobierno Vasco de iniciar la exploración de algunos yacimientos del llamado gas no convencional ha puesto a Álava en el mapa energético mundial. Entre otras cosas porque la corriente contraria a este proyecto energético, que según la versión oficial supondría para la comunidad unos beneficios económicos extraordinarios, denuncia sistemáticamente la técnica que se utilizaría para la explotación de ese gas, conocida como fracking (fractura hidráulica). El especialista alavés tiene una opinión al respecto. "Ese debate no es propio de Euskadi. Se está expandiendo desde Estados Unidos, que es donde se inició esta tecnología y donde mayor uso del mundo se le da. En un principio es cierto que en algunos casos que se utilizaron entraron en acuíferos o directamente se escapó gas a la superficie pero hoy puedo decir que es completamente agua pasada. Aquí además la regulación medioambiental es increíblemente fuerte, así que la tecnología que va a llegar a Euskadi está completamente probada, no va a ser ningún experimento ni va a reportar ningún daño al medioambiente ni las personas. Por otra parte creo que está bien que existan este tipo de movimientos sociales, lo veo muy positivo, porque eso nos obligará a los profesionales del sector a ser todavía mucho más escrupulosos. Insisto, la vigilancia permanente está muy bien, pero que no sea a acota del progreso".