la iglesia de la Asunción de Nuestra Señora de Alaitza constituye uno de los principales atractivos turísticos de la Cuadrilla de Salvatierra y, desde luego, es el elemento patrimonial de la comarca que con más motivos puede jactarse de estar rodeado por un halo de misterio. Tanto es así, que el programa Cuarto Milenio, de la cadena Cuatro y dirigido por el alavés Iker Jiménez, realizó recientemente un reportaje sobre las pinturas de la iglesia de la Llanada. En él intervinieron Juan José Lekuona, quien descubriera las pinturas allá por el año 1982 siendo párroco de la localidad, y José Javier López de Ocáriz, profesor de historia del arte, y quien firma estas líneas.
La Cuadrilla de Salvatierra, dentro de su programa de promoción del turismo en la comarca, elaboró el pasado año un proyecto, denominado Ruta de las Ermitas, en el que incluyó el templo de Alaitza. Esta iniciativa, que incluye además a ocho ermitas, obteniendo el apoyo del Departamento de Cultura del Gobierno Vasco, comenzó su ejecución precisamente en Alaitza, donde el pasado año se cumplió el treinta aniversario del descubrimiento de las pinturas. La actuación en este templo se centró en dotar al centro de una adecuada iluminación. Esta obra fue financiada, además, con fondos aportados por Iberdrola y por el Obispado de Vitoria. Está previsto que esta actuación se complete con la adecuación del entorno, mediante, por ejemplo, la colocación de bancos, así como con la instalación de una adecuada señalización informativa.
La primera sorpresa que el visitante se lleva al entrar en la iglesia de la Asunción de Nuestra Señora de Alaitza llega al comprobar que está constituida por dos naves paralelas, construidas según todos los indicios, más o menos en la misma época, finales del siglo XII e inicios del XIII. La primera tiene cabecera recta, pero la segunda presenta ábside semicircular con bóveda de horno, sobre la que hacia finales del segundo tercio del siglo XIV fueron realizadas las pinturas que constituyen el mayor tesoro de este templo. Por la época de su realización son góticas, pero su aspecto difiere ampliamente de otras coetáneas, como las de la cercana iglesia de San Martín de Tours, en Gazeo. Se trata de pinturas monócromas, de color ocre, sobre un fondo también monócromo más claro, que se distinguen por su esquematismo y, según algunos, por su primitivismo. Pero acaso no sean esas características lo más sorprendente de las pinturas, sino su temática. En Alaitza no está reflejada la vida de Jesucristo, ni historias de santos, ni vírgenes, ni ángeles, sino guerreros, animales de varias clases, algunos difícilmente identificables y otros, aparentemente extraños personajes. También hay en los murales iglesias y otras edificaciones menos identificables y los célebres peregrinos. De entrada resulta inimaginable que en un recinto sagrado y en aquella época, el clero permitiera realizar una iconografía que no fuera de temática religiosa, por lo que la interpretación del conjunto tiene que ir por ahí.
Simbología Para empezar, hay que decir que hay indicios bastante claros de que tanto la época de la realización de las pinturas como sus autores se corresponden con la llegada a la Llanada, en marzo de 1367, de las tropas inglesas comandadas por Eduardo de Woodstock, príncipe de Gales, llamado el Príncipe Negro, en apoyo de Pedro I de Castilla, destronado por su hermano Enrique de Trastámara. Tanto la indumentaria de los guerreros de Alaitza como su armamento, se corresponde con los del Príncipe Negro.
Existe una inscripción que también ha generado mucha polémica, pero, a día de hoy, la inscripción y el idioma en que está escrita, no presentan ningún misterio. Se trata de la Antífona del Corpus Christi, que dice, en latín, Fructum salutiferum gustandum dedit Dominus mortis suae tempore, con un añadido donde puede leerse Erue? miseranter (¿?) ut urat undique gehena. En castellano, Fruto salutífero le dio a probar el Señor en el momento de su muerte/Líbrale compasivamente de que se abrase por todas partes en el infierno. La inscripción es posterior a las pinturas y, al parecer, trataría de reforzar su sentido.
En primer lugar, es preciso diferenciar el conjunto pictórico del ábside, que sería el principal, de los de los laterales del presbiterio, secundarios y dependientes de aquél. De esa manera, en el conjunto principal distinguiríamos tres niveles simbólicos. El inferior, en cuyo centro se sitúa la famosa escena del asedio a un castillo, sería el de lo material, lo mundano. En un segundo nivel se observan dos escenas. Una es la de la conducción de un difunto a una iglesia y otra, de difícil interpretación, representa a unos personajes, se desconoce si hombres o mujeres, que se dirigen con distintas ofrendas, palmas, copas y platos, hacia una especie de templete, donde se encuentran otros dos personajes. Tanto sobre el tejado de este templete, como sobre el de la iglesia, se hallan posados sendos pájaros. Todo ello representaría el mundo de los ritos o, por mejor expresarlo, de la faceta ritual de lo religioso.
Mientras, el nivel anterior haría mención al mundo exotérico, el de la religión exterior, el tercero representaría el mundo esotérico, el referido al espíritu, al interior de cada creyente. El mensaje central, refrendado por la inscripción posterior y reforzado por la escena del sepelio, sería el de que para alcanzar la vida eterna es preciso pasar por la muerte, pero antes, durante la vida terrenal, hay que tener en cuenta los sacramentos, que estarían simbolizados por el árbol de la vida, el bautismo, el guerrero, la confirmación, el ciervo, la penitencia, la gacela, la unción de los enfermos, el pavo real, el orden sacerdotal, el uro, la eucaristía, y las tórtolas y el matrimonio. Aparecen también en la escena un gallo, que podría simbolizar el amanecer a una nueva vida, y un centauro o sagitario, que en un contexto cristiano como éste, podría simbolizar al hombre atormentado por la lucha entre el bien y el mal, entre lo animal y lo espiritual. El bien y el mal serían precisamente los temas de los frisos laterales, donde aparecen, en el lado del Evangelio escenas de violencia, pero también una iglesia y oferentes que se dirigen a ella. En el lado de la Epístola están los famosos peregrinos, así como caballerías y un pregonero.
Teatralización Los actores de Ttipia, dirigidos por Asier Álvarez de Arkaia, ofrecieron a los asistentes a su representación, que tuvo lugar en la mañana de ayer, sábado, un fresco de las historias vividas en Alaitza. El primer cuadro presentó a Eximio Belaiz de Alaitza, personaje real que vivió en la segunda mitad del siglo XI, que relató cómo se vivía en Alaitza en aquellos tiempos. El segundo cuadro llevó a los asistentes a finales del siglo XII, cuando se construyó la iglesia. El tercero, al año 1367, en los días en los que el ejército del Príncipe Negro y sus aliados acampan en los alrededores de Salvatierra y algunos soldados ingleses se dedican a pintar los muros de la iglesia. El cuarto describía el asombro de los naturales de Alaitza al descubrir lo que los ingleses habían pintado en su iglesia, haciendo necesaria por parte de éstos la explicación de su simbología. Para concluir, el quinto cuadro trasladó a los presentes a 1982, el año del descubrimiento de las pinturas, por parte del párroco, Juan José Lekuona.
El día 22 de junio se ofrecerá una segunda representación de esta teatralización. Dentro de las acciones de promoción de esta iglesia de la Asunción de Nuestra Señora de Alaitza, la Cuadrilla de Salvatierra ha programado unas visitas teatralizadas, que correrán a cargo de la empresa Ttipia, dedicada a la gestión del patrimonio, con amplia experiencia en este tipo de eventos.