HUBO un tiempo en Vitoria, a finales de los años 70, donde el empleo florecía y la llegada masiva de inmigrantes obligaba a las instituciones locales a desarrollar políticas sociales en materia de vivienda para acoger semejante marea humana. Hubo un tiempo en que toda esa gestión se articuló en torno a una sociedad, VIMUSA (Viviendas Municipales de Vitoria), impulsada unos años antes, el 10 de septiembre de 1958, con un capital inicial de un millón de pesetas. Y hubo un tiempo también donde políticos y empresarios caminaban de la mano, en favor de un progreso común donde cobraron protagonismo compañías como Aranzabal, Michelin, Engranajes y Bombas, Azo, Gabilondo, Cegasa o Miguel Carrera, todas ellas interesadas en la necesidad de contar con viviendas para sus miles de empleados. Trabajadores venidos de Galicia, Extremadura, Cáceres o Andalucía dispuestos a desembolsar las 240.000 pesetas de un piso de los de entonces con la ayuda financiera de entidades como la Caja de Ahorros Municipal o el Banco de Crédito de la Construcción. De esta forma se articulaba la integración inmigrante y el mercado de vivienda social durante la segunda industrialización de Álava. Y de esta forma también se lograba atajar el problema del chabolismo justo cuando comenzaba a surgir. Así era el poder de la Industria.
Un sector vertebrador que ahora, décadas después, poco o nada tiene que ver con su peso de antaño. Hay realidades que permiten intuirlo y datos que lo confirman. El valor del sector en el PIB vasco es, quizá, el más notorio. Según datos del Instituto vasco de Estadística, Eustat, en 2008 el porcentaje alcanzaba el 25,5%, un año después era de cuatro puntos menos y en 2010 repuntó hasta el 22,1%. Con la crisis la situación no ha hecho sino empeorar, confirmando una radiografía del adn industrial vasco muy alejada de la que siempre hizo gala esta comunidad.
El desplome en Álava, lógicamente, camina en esta misma y peligrosa dirección. La globalización, el acomodamiento industrial, la falta de innovación y, sobre todo, la insoportable asfixia financiera confluyen hoy en un dantesco diagnóstico del que sólo se saldrá, aventuran empresarios y economistas, "con más trabajo, más crédito y mucha más innovación". Hasta entonces, el goteo de empresas que siguen cerrando no amaina. Y lo que es peor, las que echan definitivamente el ancla no encuentran recambio. Ni en el corto ni en el medio plazo.
Aunque no existen datos oficiales, DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA ha elaborado un particular inventario de las ruinas industriales donde ya sólo existe abandono y maleza. Son cadáveres de forja y hierro que en su día colocaron a Álava en el mapa industrial pero que el tiempo se ha encargado de borrar del mapa. Para su desgracia, ni rastro de lo que un día fueron. La mayor parte de los ejemplos descubiertos están localizados en el polígono de Gamarra, epicentro de la expansión industrial alavesa de finales de los 70. Desde aquí, aseguran los más veteranos, se tejió toda la red industrial del territorio. Ladrillo sobre ladrillo, nave sobre nave.
devorados por el tiempo Sin duda una de las más notorias fue la de Gabilondo, entonces uno de los tres fabricantes de arma corta más importantes del sector en España junto a Star Bonifacio Echevarría y Astra Unceta, con unas ventas conjuntas que rondaban los 20 millones de euros allá por 1990. Un gigante en toda regla, sin embargo, que no supo, o pudo, competir en cantidad y calidad con mercados mucho más activos en este sector como el norteamericano. Un inhóspito solar es lo único que hoy queda de aquella época. Un tiempo que se detuvo en el año 2000, cuando una deuda de 15 millones de euros arrastró a Gabilondo a la quiebra. Desde entonces, el lugar no tiene dueño. Ni tampoco se le espera.
A escasos metros de allí, en el número 21 de Portal de Gamarra, aguantan erguidos aún los cimientos de lo que un día fue Forjas y Estampaciones Alavesas, otro cadáver cuyas naves, techumbre y oficinas han sido devoradas por el tiempo y la naturaleza. Lo que antaño fuera una compañía de referencia es hoy una penosa escombrera donde se apilan colchones desvencijados, restos de okupas, grafitis llamando a la lucha e incluso restos de arquetas y alcantarillas que no se sabe muy bien cómo han terminado allí. Al igual que Gabilondo, tampoco hay rastro de lo que un día fue. Una inmobiliaria pone a la venta sin mucha esperanza sus 2.280 metros cuadrados en el exterior, mientras que una sociedad domiciliada en Madrid, Soluciones Patrimoniales, hace lo propio también sin mucho fundamento. El teléfono de contacto que ofrece nunca responde.
Uso para discoteca La ruta por este histórico polígono continúa ahora por la calle Osinagea, donde hay más de lo mismo. Es tal el abandono de un antiguo taller dedicado a los tubos especiales que ni tan siquiera ofrece resistencia al periodista. La verja de forja, literalmente, ha desaparecido, víctima seguramente del saqueo de chatarreros. Y un poco más allá se asoma la calle Barratxi, donde también existen vestigios de otra época. El más llamativo se encuentra sobre un solar que en su día ocupó un terreno industrial de casi 6.000 metros cuadrados del que cuelga un llamativo cartel, un reclamo para levantar, quién sabe, hasta una discoteca. Un guarda de dudosa reputación protege no se sabe muy bien qué tipo de bienes desde una no menos dudosa garita construida con retales de madera y hierro. Otra metáfora de un pasado dorado que nunca volverá.
La ruta enfila ahora la calle Artapadura, arteria que sigue cosiendo a día de hoy a históricas como Cegasa, Michelin o Bolumburu, la fábrica de mármoles que a pesar de encontrarse en concurso de acreedores mantiene abiertas sus instalaciones. Vecinas como Hofesa, Embutidos El Gorbea o Ederglass, sin embargo, no pueden decir lo mismo. Esta última, dedicada a la elaboración de piezas de gresite para la decoración, ocupaba hasta hace unos meses la planta y el almacén de un edificio situado en la confluencia de esta calle y Aguirrelanda. Sin embargo hoy, meses después, ambas estancias se subastan por 3.900 euros. Son 600 metros cuadros de oficinas y 6.000 metros para almacén. El cartel hace tiempo que acumula polvo...
Asomarse a la arquitectura industrial en el resto de polígonos alaveses es ya más complicado, entre otras cosas porque la gran mayoría se construyeron años después. Pero aún y todo se dan casos. Uno de los más significativos es el del antiguo matadero municipal de Jundiz, un enorme solar donde sólo queda el rótulo del que fuera su último gestor, Mafrialsa (Matadero Frigorífico de Álava).
Para la vergüenza de este polígono industrial, el más grande de Euskadi, el lugar es desde hace años un foco de suciedad y espolio. Un saqueo impune e indiscriminado que no sólo ha arrancado puertas, ventanas y vallas, sino que se ha cebado también con el tejado, de chapa, y el derribo de las paredes de hormigón con el propósito de hundir a su vez las cerchas, también metálicas. Es el último eslabón de un reportaje sin fin. Incompleto. Carente de cualquier base oficial pero empapado de una filosofía que no volverá. O tal vez sí. Será cuestión de refundar el modelo industrial en aras de volver a situar a Euskadi, y Álava, en el mapa internacional del que nunca debió desaparecer.